La necesidad de capitales de Corea del Sur a raíz de la crisis asiática obligó a la economía a abrirse a tal punto que empresas otrora orgullosas de la composición nacional de su personal deben aceptar jefes occidentales, todo un desafío cultural.
Los ejecutivos surcoreanos solían desdeñar la preocupación de sus colegas occidentales por la transparencia y la precisión en los balances de las compañías. Ese desdén es considerado ahora uno de los puntos débiles del sistema financiero.
Ya pasaron los días en que los empresarios surcoreanos eran objeto de elogio por su aporte al crecimiento y a la inmersión del país en la globalización ecómica. Ahora se los acusa de complicidad con instituciones públicas poco transparentes y con redes bancarias consideradas causantes de la crisis.
Pero, a pesar que el país prepara una gran bienvenida para el capital extranjero, hay quienes no ocultan su rechazo a esta estrategia. Y los inversionistas perciben ese rechazo.
La llegada de un jefe extranjero le cambió la vida al señor Lee, que ahora debe madrugar para su lección de inglés. Ese es el idioma en el cual se manejan ahora las cosas en la empresa en la que trabaja, una fábrica artículos electrónicos.
El señor Lee sufre cuando tiene que presentar un informe en inglés, y con frecuencia no entiende las instrucciones de su jefe. La situación más grave fue una protesta por aumento de salarios, en la que él debió mediar entre los trabajadores y un patrón que no habla coreano ni entiende la cultura local.
Problemas como los de Lee son cada vez más frecuentes en Corea del Sur, donde la crisis abrió oportunidades a la inversión extranjera en sectores que hasta hace un tiempo estaban reservados al capital nacional.
Muchas empresas dependen de la llegada del capital extranjero para sobrevivir, y aquellos que logran conseguir los recursos también obtienen nuevos empleados extranjeros y jefes que hablan otro idioma, tal como le sucedió a Lee.
Algunos surcoreanos se mofan de que nada parece funcionar sin los extranjeros, que además están a cargo de las auditorías a las empresas en problemas, de evaluar sus solicitudes de crédito, e incluso de asumir puestos de dirección en bancos locales.
El proceso de ajuste no es fácil para los ejecutivos locales y para la economía de Corea del Sur, que hasta la crisis que se desató en el sudeste de Asia el año pasado se enorgullecía de avanzar hacia la categoría de país de reciente industrialización por mérito propio.
La gente en las calles comenta que el anterior gobierno de Kim Young Sam se encargó de sumir al país en la crisis, mientras el actual, encabezado por Kim Dae Jung, ofrece a precios ventajosos las acciones en "Corea del Sur Inc.".
El director ejecutivo del banco privado Korea Exchange Bank, Cho Sung-Kin, tiene una opinión diferente. Considera que los cambios eran inevitables si Corea del Sur pretende competir con eficacia en los mercados mundiales cuando pase la crisis.
"Este es un caos de transición que el gobierno debe abordar", comentó Cho, quien también tiene ahora un jefe extranjero, pues su banco suscribió un convenio con el Commerzbank alemán.
Un gerente de un conglomerado nacional comentó recientemente que "todos los jefes surcoreanos son vistos como si fueran pecadores".
Los empresarios y trabajadores de Corea del Sur suelen admitir que la única alternativa del gobierno de Kim Young Sam era atraer capital extranjero, incluso para combatir el desempleo que ya es de más de seis por ciento de la población activa.
"Para que mi compañía pueda sobrevivir me veo obligado a obedecer a mi jefe extranjero, aún si sus instrucciones a veces son equivocadas", comentó un gerente.
"A pesar de las oportunidades, muchos extranjeros se quejan de que los surcoreanos siguen rechazándolos", comentó Choi In-Hak, vicepresidente de la división de semiconductores de Motorola y director de una asociación de empresas internacionales.
La tradicional distancia de los coreanos frente a todo lo extranjero, que también tiene origen en numerosas invasiones a este país, le crea dificultades al gobierno de Kim. Las empresas internacionales le piden acelerar drásticas reformas, mientras compañías nacionales reclaman más cautela.
"El presidente puede ser un reformador solitario, sin el respaldo de sectores que están por debajo de él, en círculos empresariales y políticos", dijo Choi.
Es poco probable que a corto plazo desaparezca el rechazo a los inversionistas extranjeros, requeridos pero no siempre bienvenidos.
Empresas de Corea del Sur se quejan de que los extranjeros ofrecen precios muy bajos para participar. Los inversionistas, mientras tanto, se quejan de lo que consideran cotizaciones excesivas de compañías cuyo valor real es desconocido.
"La llegada de los extranjeros no tiene nada de malo, pueden aportar conocimientos y experiencia indispensables para que el país pueda superar sus dificultades económicas", comentó el periodista financiero Park Young-Gyun.
Pero, al mismo tiempo, advirtió que este país no puede "depender para siempre de estos extranjeros, que vienen y luego se van en busca de su propio beneficio". (FIN/IPS/tra- en/amy/js/lc-mj/if/98