El microcrédito representa la posibilidad de un combate efectivo contra la pobreza y la inequidad, según expertos que recomendarán este fin de semana que Brasil lo adopte como política pública de alcance masivo.
La primera Conferencia Brasileña sobre Microcrédito y Políticas de Desarrollo se desarrollará entre este sábado y el lunes en Río de Janeiro, con la consigna de combatir el apartheid financiero que sufren los pobres del país.
Brasil está incorporando con mucho retraso ese mecanismo de financiamiento a personas y microempresas excluidas del sistema financiero formal, "una tendencia mundial" que ya tuvo excelentes resultados en otros países de América Latina, observó el organizador de la conferencia, José Domínguez Alonso.
Varias iniciativas surgidas en los últimos años ya ofrecen crédito a empresarios del sector informal y marginado en el país, pero tienen una capacidad limitada a pocos miles de favorecidos en cada caso.
Una organización pionera en la materia fue la no gubernamental Federación Nacional de Centros de Apoyo a Pequeños Emprendedores, red que en un decenio se expandió a la mitad de los 26 estados brasileños.
La más conocida, sin embargo, es la Institución Comunitaria de Crédito Portosol, creada en 1996 en Porto Alegre, en el sur de Brasil. Impulsada por la alcaldía de esa ciudad, su éxito es atribuído a innovaciones tales como el aval solidario.
Los tomadores se organizan en grupos, de manera que todos asumen la responsabilidad por el pago del préstamo de cada uno. De esa forma se eliminaron las garantías burocráticas y cualquier riesgo de insolvencia, incluso porque los vecinos se conocen entre ellos y eligen mejor sus avalados.
El éxito de esas experiencias, con buenos resultados sociales y la comprobación de que "el pobre paga sus deudas", multiplicó desde 1997 los "bancos del pueblo" impulsados por gobiernos provinciales y sus bancos de desarrollo, como el de Brasilia y el del Nordeste.
"Son todas experiencias interesantes", pero hace falta crear condiciones para que el microcrédito smasifique y generalice, y se convierta, en consecuencia, en un mecanismo consistente de combate contra la pobreza y la desigualdad social, "una cuestión más política que técnica hoy en Brasil", evalu Alonso.
El economista preside en Río de Janeiro la implantación del MicroBankd que, asociado al Grameen Bank, de Bangladesh, pretende expandir el microcrédito en Brasil, a partir del próximo año, adaptando a la cultura local la experiencia internacional.
El Grameen, creado hace 21 años por el economista Muhammad Yunus, inauguró un movimiento que se diseminó por el mundo en desarrollo y que, en Américaa Latina, tiene sus mejores ejemplos en la Caja Social de Colombia y el BancoSol de Bolivia.
Con cinco millones de clientes, 4.000 millones de dólares en activos y 2.000 agencias, según Alonso, el Grameen tiene asociados en decenas de pases de cuatro continentes.
En febrero del año pasado el microcrédito fue motivo de una conferencia mundial en Washington, que selló el apoyo de instituciones multilaterales, como el Banco Mundial, gobiernos y organizaciones internacionales a ese sistema financiero dedicado a los pobres.
La meta definida en la ocasión fue movilizar 21.600 millones de dólares y apoyar con créditos baratos a cien millones de familias en todo el mundo hasta el 2005.
El crédito "no es solo un negocio, sino también un derecho humano", definió la diputada brasileña Marta Suplicy, que participó en la conferencia.
En Brasil, el movimiento enfrenta el obstáculo de las altas tasas de interés. Los bancos del pueblo prestan dinero a intereses superiores a uno por ciento, llegando en muchos casos a cuatro o cinco por ciento.
Los bancos oficiales pasaron a ofrecer recursos a organizaciones de microcrédito, pero a tasas de interés mínimas de 10,6 por ciento anual, que impiden abaratar el financiamiento. El sistema financiero convencional cobra intereses que superan 10 por ciento, con elevado índice de insolvencia.
En general el microcrédito brasileño se acerca a 1.500 dólares por cliente, como promedio, con un límite de 4.000 dólares, que llega hasta diez veces más en caso de empresas o cooperativas. Con los intereses elevados, los préstamos mayores son de alto riesgo.
Otro problema brasileño es que los bancos comerciales "no tienen una cultura de financiar cualquier actividad económica, porque componen un megasistema de captación de recursos para un solo cliente, el Estado", según Alonso.
El persistente y elevado déficit pblico, actualmente de suete por ciento del producto interno bruto, hace del gobierno un acaparador del ahorro nacional. La tasa básica que paga al sistema financiero se ubica actualmente en 19,75 por ciento al año.
El ministro de Hacienda, Pedro Malán, previó que solo en dos a tres años Brasil podrá tener tasas de interés a nivel internacional, de entre seis y ocho por ciento al año.
En tales condiciones, recursos externos como los ofrecidos por el Grameen Bank a dos por ciento, son la única alternativa para ampliar el microcrédito, concluyó Alonso, director-presidente del MicroBank. (FIN/IPS/mo/mj/if dv/98