Osama bin Laden, el millonario fundamentalista saudí acusado por Estados Unidos de planificar actos terroristas contra Occidente, indujo a Washington a abandonar con una descarga de bombas su neutralidad frente al régimen radical de Talibán en Afganistán.
Fncionarios estadounidenses creen que Bin Laden, que reside en Afganistán, estuvo involucrado en los atentados del 7 de este mes contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, que costaron la vida a unas 300 personas.
"Los dirigentes del movimiento Talibán deben entregar a Bin Laden (a Washington) si desean que su gobierno sea reconocido por la comunidad internacional", advirtió el martes la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright.
El líder supremo del movimiento Talibán, el mullah Muhammad Omar, respondió al día siguiente con plabras desafiantes. "Ninguna presión podrá obligar a Talibán a entregar a Bin Laden a Estados Unidos o a Pakistán", advirtió.
El millonario saudí "no tuvo vinculación con la voladura de las dos embajadas de Estados Unidos ni tiene el poder ni los recursos para perpetrar atentados en sitios lejanos de Africa", aseguró Omar.
La lealtad de Omar a Bin Laden sólo puede ser entendida en el contexto histórico. El supuesto terrorista llegó a Afganistán algunas semanas después de la invasión soviética, comenzada en dicienbre de 1979.
Tenía entonces 22 años y era miembro de una familia de empresarios de la construcción de Arabia Saudita.
Bin Landen se unió a los mujaidines, los guerrilleros islámicos que combatieron la intervención soviética. Organizó la construcción de caminos para los militantes de la resistencia y transformó cuevas en arsenales.
Los soviéticos se retiraron de Afganistán en 1989 y Bin Laden se traslado a Sudán, donde ya había sido impuesta la ley islámica.
Tras construir una carretera estratégica en Sudán, orientó su actividad a combatir al gobierno de Arabia Saudita, que en 1991 se había aliado con Estados Unidos para enfrentar a Iraq en la guerra del Golfo.
Las autoridades saudíes lo despojaron en 1994 de su nacionalidad y en mayo de 1996, el gobierno de Sudán, enfrentado a sanciones internacionales por su denunciado apoyo al terrorismo, lo presionó para que abandonara el país.
Bin Landen se trasladó entonces con un grupo de colaboradores a Afganistán, instalándose al norte de la oriental ciudad de Jalalabad. Talibán capturó Jalalabad y Kabul, la capital, en septiembre de 1996.
Hacía varios años que Bin Landen conocía al mullah Omar, que fue importante dirigente de Hizb-e Islami, uno de los siete partidos de la Alianza Islámica Mujaidin, que combatió a los soviéticos.
Para sorpresa de muchos de sus aliados, Washington no se manifestó en contra del curso de los acontecimientos cuando Taliban se apoderó de Kabul. El Departamento de Estado declaró entonces que el movimiento Talibán no había hecho "nada censurable".
El razonamiento de los funcionarios estadounidense fue que el avance de Talibán era un gran paso hacia la unificación de Afganistán bajo el control de un firme gobierno central, un objetivo necesario en un país dividido y arrasado por la guerra desde 1978.
También había intereses comerciales en juego. La compañía petrolera estadounidense Unocal estaba interesada en la construcción de un gasoducto para transportar gas natural de Turkmenistán a Pakistán a través del sur de Afganistán, el bastión de Talibán.
Unocal mantenía vínculos con Talibán ua desde antes de que ese movimiento radical conquistara Kabul.
Washington también creía que, como rígidos seguidores del Islam, que prohíbe las drogas, Talibán reprimiría duramente a los cultivadores de amapola y pondría fin al narcotráfico que tanto daño produce en sociedades occidentales, especialmente en Estados Unidos.
Otra razón no declarada para la benigna neutralidad de Washington hacia los talibanes es su suposición de que, tratándose de sunitas ortodoxos, están contra los chiítas, y por lo tanto contra la mayoría de Irán. Estados Unidos tiene por política respaldar a cualquier país o movimiento antiiraní.
Tuvieron que pasar varias semanas y una intensa presión de grupos feministas estadounidenses antes de que el Departamento de Estado condenara la privación a las mujeres del derecho a la educación y al empleo por parte de Talibán.
Sin embargo, esto tuvo escaso impacto sobre la alianza estratégica que Estados Unidos había forjado con Pakistán y Arabia Saudita en la década de 1980, cuando esos tres países ofrecieron ayuda económica y militar a los mujaidines de Afganistán para combatir al régimen soviético.
Dados esos estrechos vínculos y la penetración de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en los regímenes saudita y paquistaní, se puede suponer sin temor que Washington ha seguido de cerca los avances de Talibán desde sus comienzos, a principios de 1994.
La CIA tampoco demoró en seguirle los pasos a Bin Laden, supuestamente involucrado en el bombardeo que en noviembre de 1995 mató a cinco estadounidenses que trabajaban en la Guardia Nacional de Arabia Saudita, en Riyad.
Tres de los cuatro ciudadanos saudíes ejecutados por el crimen habían participado en la "guerra santa" antisoviética en Afganistán, según se descubrió.
La mano de Bin Laden también fue vista -al menos por las autoridades de Washington- por detrás del coche-bomba que mató a 19 soldados estadounidenses en Al Khobar, cerca de Dhahran, en junio de 1996.
No sorprende entonces que, en mayo de 1997, agentes de la CIA intentaran sin éxito secuestrar a Bin Laden. Luego de esto trasladó su sede principal a una localidad cercana a Kandahar, la base de Talibán y su líder supremo, Mullah Omar.
Para entonces, las esperanzas de Estados Unidos de que los talibanes reprimieran la producción y el tráfico de drogas se habían desvanecido.
Un funcionario de la cancillería de Gran Bretaña explicó cómo las autoridades talibanes otorgan protección a los convoyes de opio a cambio de abultadas sumas y utilizan el dinero así obtenido para comprar armas y municiones que utilizan en su lucha contra la opositora Alianza del Norte.
Los recientes triunfos militares de Talibán, que en la actualidad controla casi 90 por ciento del país, aumentaron las esperanzas del régimen de obtener el reconocimiento internacional, pero hasta ahora eso no ha sucedido.
Consciente de esto, Washington intentó ofrecer su reconocimiento a cambio de Bin Laden, pero la oferta fue rechazada.
El canciller talibán Mullah Muhammad Hassan declaró el miércoles que "si Osama bin Laden cometió un acto de terrorismo, será juzgado en Afganistán según la ley islámica".
Como respuesta, Albright reiteró las objeciones de su gobierno. "Talibán es una facción que nosotros no reconocemos", declaró, y destacó la necesidad de "un gobierno de amplia base en Afganistán".
Esta fue una manera diplomática de decir que talibán es un movimiento predominantemente pushtu, que carece de apoyo significativo de las etnias tajika, uzbeka y hazara.
"Talibán no actúa bien en varias áreas", añadió Albright, en referencia a la tolerancia del narcotráfico y el maltrato de las mujeres.
De esta forma, Bin Laden se ha transformado inadvertidamente en el catalizador para que Washington redefina su ambigua política hacia Talibán en Afganistán. (FIN/IPS/tra-en/dh/mk/ff-ml/ip/98