RUSIA: Ayuda financiera es inútil sin reformas profundas

En 1993, los llamados reformistas de Rusia concluyeron que una tasa de cambio estable, la baja inflación y la reelección del presidente Boris Yeltsin eran esenciales para el crecimiento económico de este país.

El reto era lograr cada cosa lo antes posible, para asegurar la transformación económica.

Pero resultó ser una trampa. La estabilización financiera se consiguió, pero no el crecimiento económico. Tras la reelección de Yeltsin, a través de un proceso de notoria injusticia, se logró cierta estabilización política, pero no la reforma.

Las instituciones multilaterales y los demás países industriales brindaron su ayuda, pero no de la manera decidida que hubiera estimulado el cambio.

El resultado es la deuda externa, cada vez mayor y más costosa. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y Japón ofrecieron esta semana créditos por 17.100 millones de dólares a ser entregados este año y el próximo, lo que se suma a los 5.500 millones ya recibidos.

La deuda es cada vez más pesada debido a la falta de crecimiento económico. El producto interno bruto es 50 por ciento inferior a lo que era hace 10 años con el régimen comunista.

Otro problema es que las reformas de choque, sobre todo las malogradas privatizaciones mediante cupones, sólo condujeron a la economía de trueque.

Por este tipo de privatización, antes de la venta de la compañía los empleados reciben cupones que podrán cambiar por acciones, invertir en un fondo de inversión o vender en el mercado.

Hasta 75 por ciento del movimiento económico se maneja a través del trueque, pagarés y otros sustitutos del dinero. En este tipo de economía libre de impuestos, el problema mayor no es la incapacidad de recaudar impuestos, sino la ausencia de una economía que pueda generarlos.

El gobierno cubrió sus déficits mediante préstamos extranjeros y nacionales a tasas de interés excesivamente altas.

Ahora el gobierno no puede pagar sus cuentas. No puede hacer frente a su colosal deuda ni al pago de los intereses. Moscú se ve obligada a retornar a la devaluación, la inflación y la misma inestabilidad financiera de antes.

Esta vez es probable que resurja la inestabilidad política. La población mantuvo la paciencia durante los últimos seis años, sin empleo y sin dinero, esperando los resultados de las reformas porque comprendía que eran necesarias.

A esta altura, los habitantes no tienen un céntimo, y si los precios se disparan, miles, cientos de miles, un millón de personas podrían ocupar las calles. El proceso ya comenzó.

Cada vez más voces piden la renuncia de Yeltsin, no sólo los mineros del carbón y los comunistas, sino también los políticos, empresarios y otras elites, estudiantes y habitantes de todas las regiones del país. Es como una ola, que de no contenerse, podría convertirse en una revolución.

Esto es Rusia, y por tanto la cuestión de lo que se debe hacer raya prácticamente en lo filosófico. Sin mecanismos confiables para desplazar al presidente, quizá sea lo mejor y más probable, al menos en términos constitucionales, que Yeltsin cumpla su período de gobierno, hasta las elecciones del 2000.

Aún sería posible reunir una administración nueva que sea verdaderamente reformista, para encarar la magnitud de las crisis económica y política, recuperar la confianza del pueblo y de los inversores, y obtener el respaldo del parlamento.

La perspectiva exigiría un cambio fundamental en la manera de hacer política en Moscú, y podría parecer utópica. Pero al menos ahora, incluso los magnates comprenden que el país cometió errores de gravedad y discuten la necesidad de cambios.

Hasta ellos se dan cuenta de que la crisis del rublo es sólo un síntoma de la más grave falta de confianza que padece todo el país.

Sólo Rusia se puede salvar a sí misma, pero los demás países industrializados la pueden ayudar. Pero para que la ayuda sea efectiva, debe ser seria. La absoluta condicionalidad es esencial, vinculando la asistencia económica a una profunda reforma estructural y política.

La política de los países industriales debe ir más allá de su dependencia de la personalidad de Yeltsin para formar relaciones con una variedad más amplia de políticos, partidos e instituciones.

Rusia debe transformar casi todo, y las reformas necesarias cubren todo el espectro de actividades.

El país debe detener la corrupción, desarrollar la sociedad civil desde la base, fomentar la descentralización, reducir la burocracia, fundar partidos políticos verdaderos, garantizar una prensa independiente, reformar el sistema judicial, e impulsar varias medidas en el ámbito económico.

La terapia de choque no se puede aplicar. Las reformas se deben realizar a un ritmo que respalde, y no perjudique, el desarrollo democrático. Las reformas institucional y política deben actuar en conjunto, como los pedales de una bicicleta.

Pero a menos que se fije un rumbo definitivo para lograr estos cambios, la economía abierta no será efectiva ni se alcanzará la estabilización. Entregar dinero mientras Rusia se hunde es un gasto innecesario.

————— (*) Grigory Yavlinsky es economista, líder de Yabloko, partido opositor por la reforma democrática, y candidato a la presidencia de Rusia. IPS pone a disposición de sus suscriptores este material a través del Instituto de Periodismo en Transición (IJT), de Praga, editor de la revista Transitions. (FIN/IPS/tra-en/ijt/rj/aq/dv-if/98

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