El fútbol, metáfora de la vida, es la mejor prueba de que la civilización está restableciendo una aristocracía, una especie de nobleza no hereditaria, pero genética de alguna forma, legitimada por el talento en lugar de la sangre azul.
Se engañan quienes comparan a los cerca de 400 jugadores que mantuvieron encantada media humanidad durante los 30 días de la Copa de Francia con los antiguos gladiadores romanos.
La relación se invirtió. Ahora, en la arena están los patricios y los espectadores son los súditos. Por alguna razón, los hinchas tienden a llamar "rey" a los mayores futbolistas, como Pelé, y todos les rinden vasallaje.
El brasileño Zico, impulsor del fútbol en Japón, recibe allí un tratamiento de maestro, una dignidad superior a tal punto que es la única ante la cual se inclina el emperador.
Entre los que pelearon detrás del balón unas once horas como máximo en estos días en Francia, están algunos de las personas mejor remuneradas del mundo, más de diez millones de dólares al año, como los brasileños Ronaldo y Rivaldo y el italiano Roberto Baggio.
El talento para meter goles es una nueva mina de oro, una valerosa tecnología sin patente pero que no es de dominio público, sino un privilegio de pocos.
Evitar goles puede, menos frecuentemente, producir héroes nacionales y cada dia más universales. Fue el caso del arquero Taffarel, de Brasil, contra la selección de Holanda el 7 de julio. Pero en el mercado valen más los goleadores.
El problema es que, tal como uno no se hace un buen jugador porque quiere, al deportista no le toca elegir su papel según las tendencias del mercado, como puede hacer un profesional o empresario. Si uno nació arquero o defensa lateral, está condenado a jugar all, con raras excepciones.
Por más estímulos materiales y morales que ofrezca el mercado, no hay inflación de goleadores. Los buenos delanteros siquiera aparecen a la par de la demanda y de los defensas. Tanto es así que el promedio de goles va declinando.
En el deporte, como en las artes, la tiranía la ejerce el talento, la vocación, más que el mercado. Los jugadores lo reconocen, juegan en la posición que les gusta, dictada por sus características inexorables.
No respetar la idiosincrasia de cada jugador al imponer una táctica de juego es el camino más corto al fracaso de un director técnico, según los expertos, que son la mayoría de la población.
Aprovechar y pulir talentos, no desperdiciarlos, parece ser un principio del fútbol que se extiende al desarrollo de nuestras sociedades.
Los nuevos dueños del mundo, que forman la aristrocracia en ascenso, nacen con creatividad y carisma especiales para las actividades dinámicas de la actualidad, que ya no son industriales, sino las de producción y venta de emociones.
Bill Gates, Michael Jordan, Martina Hingis, Sidney Sheldon, Madonna y Leonardo di Caprio, con sus repentinas fortunas, hacen obsoleta la prédica de la sociedad industrial, de que el prolongado esfuerzo en la escuela y en el trabajo es el único camino hacia el éxito.
El fútbol, por lo menos, es democrático e igualitario, sostuvo Sergio Cabral, un historiador de la música brasileña y profundo conocedor de las manifestaciones más populares de Brasil, incluyendo el carnaval.
Su democracia radica en rechazar los factores que en nuestras sociedades sirven a la discriminación y la opresión, como el poder económico, los apadrinamientos, la raza y las apariencia o la fuerza física. El talento es el criterio que, como las reglas, se aplica igualmente a todos.
¿Qué otro deporte llevará al Olimpo alguien bajo y rechoncho como Maradona, con su cuerpo de antiatleta? ¿O coronará Rey a un negro como Pelé, incluso entre los blancos más arrogantes?
Menos excluyente que el baloncesto y el vóleibol, exclusivos de los más altos, o el cine que exige belleza física, el fútbol admite bajitos como Romario, altos o flacos, a algunos que compensan menor habilidad con velocidad y voluntad.
De todos modos reserva para pocos el derecho a ingresar en la elite, que no es hereditario como la nobleza antigua, pero tampoco se gana solo con trabajo duro y diligente.
Chico Buarque de Holanda, el conocido compositor y cantor, además de exitoso escritor, confesó en una entrevista que su mayor frustración es no haber sido futbolista profesional. A tal punto que llega a mentir en el exterior, asegurando ser ex jugador de la selección nacional.
Para compensar, fundó su propio equipo de fútbol aficionado, el Politheama, en Rio de Janeiro, y sigue jugando a pesar de haber pasado los 50 años de edad. (FIN/IPS/mo/mj/cr/98