Los cambios acelerados en la agricultura conspiran contra cualquier intento de reforma agraria en Brasil, tanto de iniciativa oficial como la propuesta por movimientos que luchan por la redistribución de la tierra.
El gobierno trata de completar la meta de asentar 280.000 familias entre 1995 y este año, una cifra muy menor ante los 6,7 millones de personas que perdieron ocupación en el campo entre 1985 y 1996, según datos preliminares del último censo agrícola.
La concentración agraria se intensificó. De 1985 a 1995, la cantidad de establecimientos agropecuarios bajó de 5,8 millones a 4,9 millones. Las unidades productivas de menos de 10 hectáreas disminuyeron de 3,06 millones a 2,4 millones.
La carrera desigual prosigue, ya que los factores del éxodo rural aparentemente se mantienen y se agravaron en algunos casos, como la fuerte sequía en el noreste.
La actividad agrícola fue forzada a un intenso aumento de productividad en los últimos años, ante la apertura del mercado nacional en esta década y la necesidad de competir con exportadores de otros países.
Una investigación de la Fundación Getulio Vargas, institución de estudios superiores de administración pública, señala que la producción brasileña de granos creció 40 por ciento desde 1980, pero el área sembrada no aumentó, sino que se redujo en 2,7 por ciento, cayendo a 36 millones de hectáreas en 1997.
El incremento de la productividad fue de 91 por ciento. En el caso del algodón se triplicó, pasando de 430 a 1.300 kilogramos por hectárea, y casi se duplicó en el del arroz, maíz y soja, granos de mayor producción en Brasil.
Mejoramiento genético de las semillas, nuevas técnicas de cultivo y gestión se suman a la mecanización para incrementar la producción, permitiendo menor uso de tierra y mano de obra.
Ante ese cuadro, la reforma agraria vive "una situación paradójica", reconoció Milton Seligman, presidente del Instituto que ejecuta el programa oficial.
El actual gobierno está asentando en cuatro años 28,4 por ciento más que el total de 218.000 familias beneficiadas con tierras en los 30 años anteriores. El Instituto de Colonización y Reforma Agraria tiene que elevar su capacidad para asentar 7.000 familias al mes, contra un promedio histórico de 600.
Aún así, los movimientos sociales y la propia sociedad siguen reclamando más asentamientos y "denunciando como tímidas e insuficientes las metas gubernamentales", observó Seligman.
Luis Inacio Lula da Silva, candidato presidencial de una coalición de izquierda, promete asentar un millón de familias si gana las elecciones de octubre. La meta, optimista para un Estado trabado por su déficit, tampoco neutralizara la desocupación agrícola generada en los 10 últimos años.
La reforma agraria no soluciona por sí misma la "incapacidad de la economía para generar empleos para toda la población", como parecen pretender los movimientos sociales y los actores polticos en general, señaló Seligman.
Es sólo una iniciativa limitada a proporcionar ocupación a "sectores sociales desempleados aún vinculados al campo o dispuestos a volver a la vida rural", aclaró.
Una absorción de varios millones de trabajadores en la producción agrícola, dentro del actual nivel de tecnología y productividad, representara un incremento de producción que exigirá una enorme ampliación del mercado externo, razonó.
Eso comprede políticas más amplias, incluso tecnológicas e internacionales, como la apertura de mercados como el europeo, protegido por fuertes subsidios, sostuvo Seligman.
Brasil, ya urbanizado, industrializado y viviendo bajo una democracia de escasa movilización, no corresponde a la situación histórica de luchas por la tierra, que es de mayoría rural, bajo nivel de industrialización y procesos políticos radicales.
Los trabajadores rurales ya no reclaman "la tierra en que trabajan", la consigna histórica, ni constituyen la base social de la reforma agraria tradicional, opinó el funcionario, sino que ocupan predios lejos de donde vivían y, sin raíces, tienen escaso compromiso de permanencia y con la preservación ambiental.
Por eso, concluyó Seligman, la reforma es más una cuestión del mercado de trabajo que un proceso de redistribución agraria con fines económicos.
No todos los millones de trabajadores excluidos de la agricultura se trasladaron a las ciudades. Muchos pasaron a trabajar en actividades no agrícolas, como la artesanía, el cuidado de casas o proyectos turísticos rurales, según Antonio Simoes Florido, quien coordinó el censo rural.
La realidad en el campo está cambiando en Brasil no sólo por la tecnología. Las ocupaciones rurales que más crecen, aunque limitadas por ahora, son las no agrícolas, comprobó José Graziano da Silva, investigador de la Universidad de Campinas, en el interior del estado de Sao Paulo. (FIN/IPS/mo/ag/ip-if/98