Las mujeres de las aldeas montañosas de Nepal tomaron el mando de sus hogares y los gobiernos locales tras la huida de los hombres de la represión estatal y las represalias de la insurgencia maoísta.
Desde 1996 los maoístas se enfrentan al gobierno y controlan un cuarto de este reino del Himalaya.
Casi no hay hombres en la aldea de Mirul, en el distrito de Rolpa, ni en las decenas de pueblitos de las inaccesibles montañas del país. En caso de quedarse, los hombres se arriesgan a ser detenidos por la policía, torturados y ejecutados bajo sospecha de ser maoístas.
Pero la colaboración con el Estado implica la posibilidad de que hombres y mujeres enmascarados, con vinchas rojas, visiten por la noche a los habitantes, los saquen de sus casas y les corten brazos y piernas.
El ajuste de cuentas políticas y personales de ambos bandos, en aras de la lucha contra el comunismo y el terrorismo estatal respectivamente, provocó la huida de los hombres a los bosques cercanos. Muchos escaparon a India, impulsados por el hambre y los excesos policiales.
Ancianos, enfermos, niños y mujeres son abandonados en la campiña empobrecida. Los representantes del concejo local de Mirul son todas mujeres, porque el año pasado no quedaban hombres para participar en las elecciones.
Las mujeres se vieron obligadas a tomar el control de sus vidas. Pura Budha, de 17 años, reparó el techo de su casa, antes del comienzo de la temporada de lluvias, mientras sus abuelos la observaban sentados en el balcón y su hermana de 13 años correteaba por los alrededores.
Hace unos meses, el padre de Pura, Pun Budha, se internó en el bosque huyendo del acoso policial luego del asesinato de un funcionario, cometido por la guerrilla en noviembre de 1996.
A cinco días del asesinato, la policía detuvo a cinco integrantes de una familia porque solían recibir visitas de los guerrilleros. Los cinco fueron baleados y murieron antes de llegar a la seccional policial más cercana.
Pun Budha también era sospechoso porque estuvo asociado al Frente del Pueblo Unido, el ala política de la guerrilla, antes de que la organización ingresara a la clandestinidad en apoyo de la estrategia de la "guerra popular" que pretende abolir la monarquía constitucional y fundar un estado republicano.
Cuando el padre huyó, sus dos hijas también escaparon al acoso policial. Pero tras seis meses en el bosque, Pura volvió. "¿Qué iba a hacer, quedarme toda la vida en el bosque? Sólo estoy yo para cuidar la casa y los animales y labrar la tierra, si no, nos morimos de hambre", aseguró.
Pura no reveló si mantuvo algún contacto con los guerrilleros. Pero la presencia maoísta está por todas partes, y con cada exceso policial surgen nuevos simpatizantes de la insurgencia.
La policía detuvo, torturó y violó a mujeres y niños para obtener información sobre los hombres que huyeron de las aldeas. La joven Buji Mala, de 16 años, fue detenida en la aldea de Thawang y encerrada en la cárcel de Liwang por los cargos de saqueo y asesinato.
Mala es una de cientos detenidos por la policía por haber dado comida o alojamiento a los supuestos maoístas que abandonaron sus aldeas y se esconden en los bosques para huir de la policía.
Pero las mujeres también son activas en el movimiento maoísta. Pampha Bhushal e Hisila Bhattarai se encuentran en la vanguardia del Frente del Pueblo Unido.
Según informes de prensa de marzo, en la zona occidental de Terai, mujeres enmasacaradas asaltaron a un miembro del comité de distrito del Congreso nepalés, le robaron unos 6.400 dólares y huyeron cantando eslóganes maoístas.
Desde 1996, la insurgencia se extendió de Rolpa y Rukum a las montañas y 20 de los 75 distritos del país. Las montañas albergan a los magars, el mayor grupo étnico de Nepal, pero también uno de los de menor poder político.
Los distritos montañeses no tienen carreteras ni obras de desarrollo. El maíz y el mijo que se cultivan en las escasas terrazas fértiles apenas bastan para alimentar al pueblo durante cinco meses al año. Las opciones son pasar hambre o emigrar a India.
No es de sorprender que los magars apoyen al Frente del Pueblo Unido y su carismático presidente, Baburam Bhattarai, el único dirigente nepalés que concentra su discurso político en la pobreza. El líder propone la reforma agraria para los pobres y defiende los derechos de propiedad de las mujeres.
En los distritos de Rolpa, Rukum y Jajorkot, bastiones de los maoístas, la guerrilla cuenta con su propio gobierno. En Liwang, capital de Rolpa, la gente prefiere recurrir a los maoístas para resolver sus problemas.
"Los maoístas administran sus propias oficinas en muchas aldeas", reconoció Kumar Dasaudi, representante de distrito del Partido Comunista de Nepal.
Para el gobierno, la insurgencia parece ser una amenaza lejana en las remotas montañas. El trayecto de Katmandú a Liwang lleva 26 horas por ómnibus y de ahí en adelante no hay carreteras. En marzo, la guerrilla derribó la torre de telecomunicaciones y los distritos adyacentes de Rolpa y Rukum están incomunicados.
Sólo las balas de la policía manifiestan la presencia del Estado. Las organizaciones de derechos humanos protestan por las matanzas policiales, pero los sucesivos gobiernos de Katmandú siguen manejando la insurgencia como un problema de terrorismo al que se debe responder con la fuerza.
El mes pasado, el gobierno detuvo al activista Gopal Sivakoti Chintan por impulsar la organización de un debate en Katmandú sobre el problema maoísta. (FIN/IPS/tra-en/rm/an/aq/ip/98