Teóricos de economía e investigadores sociales coinciden: el modelo del Consenso de Washington y su paquete de medidas de 'shock' fracasó y hay que cocinar una nueva receta que tenga como ingredientes el capital humano y el social.
Para certificar el fracaso bastan las cifras de América Latina que, tras aplicar con disciplina las recetas de estabilización económica, se encuentra como premio con que se transformó en la región del mundo con mayor inequidad social.
El argentino Bernardo Klinsberg comentó en Venezuela, al presentar la última edición de su libro "Pobreza, un tema impostergable", que hay coincidencia en las cifras y en las vivencias de que la pobreza y la inequidad son en 1998 mucho más graves que cuando estalló la crisis de la deuda externa en 1982.
Klinsberg desgranó algunas cifras: 41 por ciento de la población sufre alguna forma de desnutrición en la región y el promedio de escolaridad por habitante es de 5,2 años, lo que ni siquiera alcanza para completar la educación primaria.
Desciende la talla promedio de los niños y casi la mitad de la población soporta la pobreza, a la que hubo que inventarle categorías, como la pobreza atroz, para definir a quienes ni se sabe cómo sobreviven, o los nuevos pobres, expulsados de la clase media.
El escritor mexicano Carlos Fuentes, ante el ejército de excluidos, la femenización de la pobreza, la precarización laboral y los niños de la calle, dijo que "algo se ha acabado en América Latina: los pretextos para justificar la pobreza".
Klinsberg criticó que el combate contra la pobreza no esté en el centro de las agendas públicas, en el debate ni en la movilización en la región, y que los gobiernos y sus economistas permanezcan en 1998 atados a la ortodoxia de lo que en los 80 se conceptualizó como el pensamiento único, pese a sus explosivos efectos sociales.
Algo muy distinto sucede en el Norte industrial, donde lo que se definió a mediados de los 80 como el Consenso de Washington y fue universalizado como receta por los organismos multilaterales es el centro de una gran revisión.
Joseph Stiglitz, candiato al premio Nobel de economía y a quien el diario The New York Times identificó este mes como el economista más prominente de Estados Unidos, acaba de sacar un documento cuya tesis central es que los ejes del Consenso de Washington se tradujeron en resultados "altamente ineficientes".
Amartya Sen, profesor emérito de la Universidad de Harvard, insistió en "Reflexiones sobre el Desarrollo" en que en los últimos 15 años, se vendió al Sur en desarrollo "un modelo de sangre, sudor y lágrimas", con altas deficiencias y que no cumplió sus promesas.
La revista The Economist sintetizó en un artículo titulado irónicamente "Mejor pero Peor" cómo los progresos económicos latinoamericanos se acompañaron de más pobreza y menos equidad. Por ejemplo, el desempleo, lejos de caer, aumentó en todos los países menos en Chile, entre 1989 y 1997, reportó.
El ajuste, que elevó al altar el mercado, el equilibrio fiscal, el retiro del Estado, la apertura, la estabilización y la competitividad, asumía un desajuste inicial de las variables sociales como costo, pero sólo como antesala de un reequilibrio que traería mejores condiciones de vida para todos.
Stiglitz, quien fue jefe de los asesores económicos del presidente estadounidense Bill Clinton y es ahora economista jefe del Banco Mundial, dejó en claro en su documento "Más instrumentos y metas más amplias, desde Washington a Santiago" que ese círculo virtuoso nunca se completará.
El académico hace un recorrido de lo sucedido desde que se impuso el Consenso de Washington hasta la II Cumbre de las Américas, que congregó en abril a los gobernantes de todos los países del continente menos Cuba en la capital de Chile.
Argumenta que los países latinoamericanos no fallaron en aplicar las recetas, sino que eran esas recetas las que tenían fallas. Stiglitz es un promotor de la nueva tesis basada en las fallas del mercado y en la necesidad de una intervención no tradicional del Estado para su corrección.
Stiglitz subraya que los Estados han actuado en demasiadas cosas y en forma muy desordenada, lo que los hizo ineficientes. Pero plantea que la necesidad de que el Estado se enfoque en lo fundamental, no significa que se vuelva minimalista.
La cuestión es cómo se involucra y no si se involucra, explica, al recordar que los países con economías exitosas y sociedades equilibradas tienen gobiernos que actúan en varias áreas y hacen así más eficiente al Estado.
La regulación, la seguridad social, la salud y la educación son puntos en que los gobiernos latinoamericanos deben tener un fuerte papel y que para Stiglitz deben nutrir lo que apodan ya "el consenso post-Washington" o la agenda del siglo XXI.
Klinsberg, consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, explicó que en los laboratorios económicos, los organismos financieros y en el propio foro mundial, se cree que ese nuevo modelo debería tener dos principios.
El primero es que el nuevo consenso no debe ser de Washington. No puede imponerse desde un punto, sino que "tiene que haber un consenso para los países en desarrollo desde los países en desarrollo, para que sientan suyas las políticas", explicó.
El otro principio es que tiene que incorporar un importante grado de humildad. El modelo a enterrar se basó en una verdad absoluta aplicable a todos con peculiaridades muy menores, y eso fue un error.
Un fundamento adicional es que el componente economicista, lo que ha dado en llamarse el capital tradicional, debe ser completado por otros dos motores: el capital humano y el capital social.
El capital humano representa la calidad de vida de la población de un país en base a su salud, educación y nutrición, y ya ha sido medida su alta incidencia en los niveles de productividad, competitividad y de crecimiento económico.
El capital social expresa los valores compartidos de una sociedad, como la cultura, el índice de asociatividad, la cooperación o la confianza en sus actores.
Comenzó a medirse hace poco y demostró que los países más estables, democráticos y equilibrados económica y socialmente son aquellos cuyas sociedades potencian sus valores de referencia, su ética y estimulan la sociedad civil.
Un precursor del pensamiento post-Washington, Albert Hirstman, acuñó la tesis de que el capital social es el único que no se agota, sino que crece con su uso, y alertó sobre el peligro de marginar sus ingredientes, porque de ese modo se destruye.
El capital social ha pasado a considerarse como otra palanca clave en el crecimiento y el Banco Mundial anunció en abril que va a incorporarlo como meta, con mediciones sobre cómo cada proyecto lo incrementa o lo daña.
Klinsberg destacó que se considera ahora que hay una simetría entre equidad y crecimiento, en contraposición de lo impuesto la década pasada. "Se sabe ahora que la inequidad es tan sólo reproductora de inequidad", subrayó.
"Cuanto más se polariza una sociedad, más dificil es el camino de retorno", comentó, y adujo que ahora se sabe en forma empírica que la inequidad atenta contra el ahorro nacional y contra el desarrollo del mercado interno y de la mano de obra capacitada.
También atenta contra la gobernabilidad democrática, porque a más inequidad menos credibilidad en los gobiernos y mayor dificultad de éstos para introducir políticas innovativas frente al mundo cambiante de los albores del nuevo siglo.
El Banco Interamericano de Desarrollo pretende poner un escenario a este debate, del que tan poco se sabe en América Latina, aunque tanto le concierne, y está organizando una reunión internacional para discutir cómo resucitar la enterrada vinculación entre ética y economía. (FIN/IPS/eg/ff/if/98