La amalgama ideológica de la campaña del candidato liberal Horacio Serpa y del conservador Andrés Pastrana, entre quienes se define este domingo la Presidencia de Colombia, evidencia las grietas que un siglo en el poder ha dejado en los dos partidos tradicionales.
Uno y otro aspirante agitan -según el auditorio que tengan delante- el apoyo de ex jefes guerrilleros, grupos religiosos, militares retirados, escritores, deportistas y reinas de belleza, pues los dos tienen de todo.
Ex jefes militares de los movimientos 19 de Abril (M-19), Corriente de Renovación Socialista y Ejército Popular de Liberación – Esperanza Paz y Libertad, con sus vertientes, han engrosado la lista de adherentes a los dos aspirantes.
La reseña del proceso electoral en las notas periodísticas y las secciones de publicidad de los medios de comunicación testimonian una suerte de esquizofrenia ideológica, que afecta a los partidos históricos colombianos.
Comunicados del Partido Conservador dan cuenta de la adhesión a Pastrana de personalidades del Partido Liberal.
Así mismo, en grandes titulares se anuncia que caracterizados portavoces del ala derecha del Partido Liberal, como el ex presidente Julio César Turbay (1978-1982) y Alvaro Uribe, que fue gobernador del nororiental departamento de Antioquia, respaldan a Serpa, cuyo origen popular sería garantía de gobierno de los pobres.
En vísperas de los comicios, Pastrana saca un as de la manga: las fotografías del encuentro de su coordinador nacional, Victor Ricardo, con Manuel Marulanda, legendario comandante de las comunistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Simultáneamente, las FARC divulgan un comunicado en el que no reconocen a Serpa como interlocutor para la paz, por sus antecedentes como funcionario de las administraciones controladas por el Partido Liberal en los últimos 12 años.
El ataque de las FARC a Serpa también creó desconcierto entre quienes intentaban descalificar a ese ex ministro del Interior del actual gobierno tachándolo de "antiimperialista y guerrillero solapado".
Para aumentar la confusión de la izquierda, atomizada y sin representación parlamentaria, que cree ver en Serpa el útimo muro de contención ante la política de libre mercado aguardada de Pastrana, el aspirante iberal dice, irónico, que está contento de no ser el candidato del "Mono Jojoy", mote de un alto mando de las FARC.
Así, desdibujados y contradictorios, vacíos de programas y de perfil ideológico, el Partido Liberal y el Conservador se disputan un electorado esquivo, que históricamente ha optado por la abstención, en proporción a veces superior a 60 por ciento.
Hay 20,8 millones de personas habilitadas para votar el domingo, y en el hotel Tequendama, del centro de la capital, donde los liberales instalaron su cuartel general, y en el antiguo convento de La Enseñanza, en el norte de la ciudad, sede de campaña de los conservadores, se hacen cuentas con minuciosidad de tendero.
¿Qué rumbo tomarán los 2,8 millones de votos que obtuvo la candidata independiente Noemí Sanín el 31 de mayo, en la primera vuelta de las elecciones?
Sanín intentó, como otros dirigentes políticos en los últimos 40 años, acabar con la centenaria hegemonía de liberales y conservadores. "No más de lo mismo", decían ella y su movimiento, Opción Vida. Pero quedó tercera y, por lo tanto, excluida de la segunda ronda.
Antes, en 1970, la Alianza Nacional Popular, encabezada por el ex dictador Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), recogió el descontento de los electores y por muy poco no pudo derrotar Misael Pastrana, padre del actual aspirante conservador, que fue apoyado por las dos colectividades tradicionales.
En 1991 surgió como tercer partido el M-19, que acababa de renunciar a las armas. Pero su fuerza pronto se diluyó en las cuotas burocráticas y las prebendas del gobierno del liberal Cesar Gaviria (1990-1994).
"En la medida en que la crisis política y social se ha agudizado, que la corrupción es mayor y la credibilidad de la clase dirigente menor", los partidos "han perdido su esencia y se han convertido en apartos clientelistas", afirmó Luis Carlos Valencia, politólogo de la Universidad de los Andes, de Bogotá.
A juicio de Valencia, ya no son los ejes programáticos ni ideológicos, ni los grandes caudillos con arraigo nacional, los que dan identidad a los partidos colombianos, sino una suma de apartos clientelistas regionales, encabezados por caciques políticos que entregan votos por favores.
También el electorado partidista ha evolucionado, según Valencia. "El voto ya no se cambia por una botella de licor y un almuerzo, sino por la estabilidad en un empleo oficial o un contrato". La base social de los decadentes partidos histórcios esta conformada por las capas medias urbanas, principalmente, explicó.
Junto al pragmatismo desideologizado de quienes se llaman liberales y coservadores se halla una creciente franja de votos independientes, de la que se nutrieron en la primera vuelta Sanín y el ex alcalde de la capital Antanas Mockus.
De allí saldría una votación en blanco que, de acuerdo con las encuestas, podría superar el 11 por ciento.
La empresa Gallup cree que Pastrana recogerá casi 35 por ciento de los 2,8 millones de sufragios obtenidos por Sanín el 31 de mayo y 23 por ciento serán para Serpa.
Del resto de los seguidores de la dirigente de Opción Vida, algo más de 24 por ciento se manifestaron dispuestos a votar este domingo, pero a falta de una semana estaban todavía indecisos.
Pero ese es el escenario del país que vota, o sea, de medio país. En el otro, en el que no acude a las urnas, se cuentan, paradójicamente, grupos de gran influencia en la campaña electoral.
Se trata de las organizaciones armadas, encabezadas por guerrillas izquierdistas fortalecida políticas y militarmente, y entre las que figuran también los paramilitares de dercha.
A esas organizaciones se han dirigido buena parte de las propuestas de esta campaña, en la que paz y cambio fueron las palabras más empleadas. (FIN/IPS/mig/ff/ip/98