Los pacientes aglomerados en el hospital de esta localidad del norte de Ruanda son fugitivos. Tratan de huir de la violencia, una plaga que no ha podido ser desterrada de esta región.
"Llegaron a las cinco de la mañana, tocaban silbatos y cantaban que eran el ejército de Jesús. Recibí golpes en la cabeza y en la oreja. Me quedé quieto 30 minutos, haciéndome el muerto", contó un hombre que dijo llamarse Vincent.
"Cuando se fueron volví a levantarme… Había montones de muertos en el suelo", añadió al recordar un ataque de las milicias Interahamwe, integradas por hutus vinculados con el anterior gobierno de Ruanda, contra un campamento de civiles en las cercanías del río Rwerere.
Una enfermera del hospital de Gisenyi hacía notar la afluencia de heridos que obligó a montar una carpa especial. "El martes pasado llegaron 69 personas, al día siguiente otra docena más", contó.
De acuerdo con testigos, los Interahamwe, que participaron en el genocidio entre abril y julio de 1994 de casi un millón de personas, apuntaron su violencia contra grupos de civiles que descendieron de las colinas, abandonando a esas milicias.
El horror no da tregua. Los médicos del hospital informaron que al menos una decena de personas de la última oleada de heridos eran niños, entre ellos una niña cuyo brazo había sido cortado en el codo, después que fue testigo del asesinato de sus madre.
"Estas personas son animales. No hay manera de seguir viviendo con ellos", dijo Vincent.
La última oleada de violencia se produjo cuando el gobierno anunciaba que muchos milicianos se estaban desvinculando de las Interahamwe.
El prefecto de Gisenyi, Jean Baptiste Muhirwa, confirmó que disminuye el respaldo a las milicias. "La gente cambia. Esperaron seis meses a que los Interahamwe cumplieran sus promesas pero no pasó nada".
Gisenyi era un bastión del régimen que encabezó el ex presidente Juvenal Habyarimana. Sus propiedades y la de su séquito, incluyendo lujosas villas en el lago Kivu, quedaron como testimonio de su arraigo en esta región.
Muhirwa y otras autoridades admiten que muchos habitantes de Gisenyi siguen siendo hostiles al nuevo gobierno. La región ha sido escenario de numerosos hechos de violencia este año. El más notorio fue el ataque de un ómnibus de una cervecería local en el que las Interahamwe mataron a 35 personas.
La situación mejoró en abril y mayo cuando las milicias fueron obligadas a replegarse hacia el sur, donde está la prefectura de Gitarama.
Sin embargo persisten algunos signos de tensión. El 29 de mayo podían escucharse tiros en la zona del Rwerere, mientras grupos de civiles corrían por el campo.
Las tropas del gobierno se aproximaron al Rwerere siguiendo el molde habitual para la ola de violencia, en el cual los ataques de las milicias son seguidos por operaciones de limpieza del ejército.
Organizaciones de derechos humanos afirman que el ejército de Ruanda utiliza medidas de fuerza desmedidas para imponer el orden entre la población de mayoría hutu del noreste de esta nación.
Pero algunos comandantes aseguran que ahora se actúa con más suavidad. "Nuestros soldados pasan más tiempo ayudando a la gente a trasladarse que en las operaciones militares", aseguró a IPS un oficial destacado en esta zona.
El gobierno auspicia una campaña de "corazones y mentes" que incluye debates entre políticos, militares, líderes de la iglesia e intelectuales. Miles de personas asistieron a un acto de este tipo en un estadio de Ruhengeri, donde el tema principal era la lucha contra los Interahamwe.
Delegaciones del gobierno visitan a los desplazados que acampan al pie de los volcanes, cerca de la frontera con la República Democrática de Congo, mientras los militares cooperan en la entrega de arroz.
"La gente ya no huye de nosotros", hizo notar uno de los oficiales a cargo de la operación.
La región también es objeto de un programa de la Organización de las Naciones Unidas para distribuir alimentos, lo cual generó largas negociaciones con el gobierno para estudiar cómo distribuir la ayuda, ya que se precisa escolta militar.
Se teme que haya una crisis de alimentos en la región, donde la falta de seguridad afecta los cultivos y el comercio en los mercados. (FIN/IPS/tra-en/cs/pm/lc-mj/hd/98