Los disidentes de China consideran que, a pesar de la aparente "primavera de Beijing" de la que informan medios extranjeros, persiste el invierno político nueve años después de aplastado el movimiento prodemocrático en Tiananmen.
Zhou Guoqiang podría considerarse una persona afortunada, pues una organización de Francia acaba de otorgarle un premio en reconocimiento por su lucha en defensa de los derechos humanos y la democracia en China.
Pero ser un disidente convirtió su vida en una pesadilla que el galardón sólo empeoró. "No tengo trabajo ni dinero", dijo Zhou, un abogado de 43 años de edad liberado en enero del campo de trabajo forzado donde estuvo confinado.
"Mi madre y amigos me ayudaron con dinero al principio, pero eso se hace cada vez más y más difícil. Busco un trabajo, pero nadie me lo daría por culpa de mis antecedentes", agregó.
Zhou fue invitado a viajar en septiembre a Bordeaux, Francia, para recibir el quinto Premio Internacional de Derechos Humanos Ludovic Trarieux, cuyo primer ganador fue el hoy presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, en 1984.
Pero el activista se ríe con amargura cuando se le pregunta si asistirá a la ceremonia. "Me gustaría, pero sé lo que dirán las autoridades sobre esto. ¿Qué derecho tiene una pequeña y remota localidad francesa a preocuparse por los derechos humanos en China? Bueno, no creo que me den el pasaporte", dijo.
Los movimientos del activista galardonado aún están sometidos a una férrea vigilancia policial. Zhou es apenas uno de muchos disidentes cercados por las autoridades.
A todos se les ha advertido que no deben hablar con los periodistas extranjeros sobre la masacre en la plaza Tiananmen, en Beijing, de la que se cumplió el noveno aniversario el jueves pasado, pocas semanas antes de la visita a China del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.
La comunidad internacional recibió con beneplácito la noticia de la liberación este año de Wei Jingsheng y Wang Dang, que se radicaron luego en Estados Unidos, pero la vida cambió poco para cientos de otros disidentes que están entre rejas o bajo vigilancia.
Estos activistas no aceptaron canjear derechos humanos por prosperidad, como proponía el fallecido arquitecto de las reformas económicas Deng Xiaoping cuando asumió el poder a finales de la década del 70.
Los disidentes no comprenden los informes sobre mayor apertura política en los últimos meses. Los medios de comunicación extranjeros informan sobre una supuesta primavera política, pues perciben una mayor actividad periodística y conferencias en la universidad sobre reformas políticas.
Estos informes recuerdan que en la década pasada, poco después de las protestas prodemocráticas que acabaron en Tiananmen, las referencias a reformas políticas o corrupción gubernamental eran consideradas tabú.
El veterano disidente Xu Liangying se muestra cínico cuando se le consulta sobre la "primavera de Beijing". "Esto puede ser un fenómeno interesantes para los extranjeros, pero nada nuevo para el pueblo chino", dijo Xu, profesor de la Academia de Ciencias de China.
"El legado de Deng Xiaoping es que la economía y la sociedad deben abrirse al mundo exterior, pero la política debe mantenerse en un puño de hierro", explicó.
Xu, a quien se compara con el disidente y académico soviético Andréi Sajarov, tradujo los trabajos de Albert Einstein al chino y continúa a los 78 años investigando y escribiendo aún después de haberse retirado.
El científico rechaza la idea de que China haya cambiado algo bajo el mando de Jiang Zemin, actual secretario general del gobernante Partido Comuista. "Jiang se limita a mantener en alto la bandera de Deng y seguir su camino", sostuvo.
"¿Qué primavera, qué liberalización? ¿Qué me dicen de los derechos humanos? He estado bajo vigilancia desde 1989 y ahora los extranjeros no pueden visitarme, los policías están todo el tiempo a mi puerta y mis artículos no pueden ser publicados", dijo, furioso por la situación previa a la visita de Clinton.
Zhou Guoqiang afirmó que el Partido Comunista nunca permitió la aparición de publicaciones independientes aun en su propio seno, ni siquiera cuando era opositor bajo el gobierno del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) en los años 20 y 30.
"Hoy, la situación es peor. Los disidentes no pueden publicar nada. No tienen derecho a expresarse", agregó. Un proyecto de ley sobre noticias y publicaciones está en debate.
Zhou, quien fue asesor legal de una fábrica, fue condenado a "rehabilitación a través del trabajo" durante tres años por sus gestiones para crear un sindicato independiente.
La sentencia fue liviana si se la compara con la que sufrió Wei Jingsheng, que pasó 15 años en la cárcel por acusar a Deng Xiaoping de tirano en un cartel.
"Wei no hizo más que expresar lo que pensaba. Con su liberación y su exilio a Estados Unidos, junto con los de Wang Dang, la nieve se disolvió, pero el invierno persiste", dijo.
La caída del dictador de Indonesia, Alí Suharto, el 21 de mayo, alentó a los disidentes a hacer lo que le valió tan dura condena a Wei: escribir documentos críticos y pegarlos en las paredes.
Un día después de la renuncia de Suharto, ciudadanos de siete provincias chinas firmaron y pegaron un cartel opositor en la céntrica avenida Chang An, en las narices de la policía de tránsito.
Las protestas estudiantiles en Indonesia recordaron a muchos chinos la primavera de 1989 en Beijing. Pero los tanques que patrullaron las calles de Yakarta no se lanzaron contra los estudiantes desarmados, como sí lo hicieron los que avanzaron sobre la plaza Tiananmen en el amanecer del 4 de junio de 1989.
Consultado si los militares chinos actuarían de forma diferente hoy, Zhou contestó con un rotundo "no". "El ejército chino es el ejército del Partido Comunista", dijo. (FIN/IPS/tra- en/ab/js/mj/hd ip/9