Para cárcel nada mejor que alta mar. Así parece ser al menos para la Secretaría de Seguridad de Río de Janeiro, que proyecta convertir barcos abandonados en prisiones con el fin de aliviar la superpoblación carcelaria.
Para concretar el proyecto, el secretario de Seguridad, coronel Noaldo Alves, tiene en la mira los barcos de la clausurada empresa estatal Lloyd Brasileño.
Lejos de aquellas épocas en que zurcaban los siete mares del mundo, los navíos corren el riesgo de incorporarse definitivamente al típico paisaje de la Bahía de Guanabara, que muestran todas las tarjetas turísticas de la ciudad.
Pero si el proyecto de Alves no naufraga podrían tener otro destino. "Desahogando las celdas de las comisarías, los presos en navíos se verán beneficiados, tendrán más oportunidad de pensar, de meditar y de corregirse", arguyó.
Con una capacidad de 500 personas cada uno, los navíos serían una solución para el hacinamiento de las comisarías, una especie de depósito temporario de presos que se hace permanente debido al exceso de gente también en las penitenciarías.
El último censo penitenciario indicó que en Brasil hay 160.000 presos para 60.000 plazas, es decir que cada una es ocupada en promedio por más de dos personas. En Río de Janeiro, 7.600 presos subsisten en las pequeñas celdas de las comisarías.
El problema se agravó, según la Secretaría de Seguridad, al incrementarse el número de detenciones, que alcanza a 30 personas al día.
"Me critican diciendo que estos navíos contaminarían la bahía. Pero no será así, porque todos los desechos después de ser tratados retornarán a las cloacas de la ciudad", señaló el coronel, quien ya pidió un presupuesto a una empresa británica especializada en adaptar buques para todo tipo de fines.
Alves también tiene respuestas para los que cuestionan su idea porque los presos no tendrían acceso a energía eléctrica o agua, y aseguró que, como todo navío, las cárceles flotantes tendrán una conexión hidráulica y energética con tierra firme.
Además, solucionarían el mayor problema del sistema penitenciario brasileño, los motines y fugas, dijo el secretario de Seguridad, que para concretar su idea cuenta con el apoyo del gobernador del estado de Río de Janeiro, Marcello Alencar.
El año pasado se produjo, en promedio, un motín cada dos días en las cárceles brasileñas, un hecho en el que influyó en forma considerable el problema de la superpoblación. A fines de mayo se fugaron 50 presos en Río de Janeiro, de los cuales tres resultaron muertos y sólo 17 fueron capturados nuevamente.
"En caso de insurrección, basta levar el ancla del navío del puerto para que todo esté solucionado. El preso obviamente se rendiría rápidamente porque no tendría posibilidad de socorro de los otros presos", dijo el secretario.
Un navío-prisión también aliviaría otro problema: la falta de guardias carcelarios. En el mar sólo serían necesarios dos guardianes, previó Alves.
"Nosotros pensamos en los navios-cárceles pensando en los derechos humanos. Porque la actual situación es inhumana, genera irritación y violencia", argumentó.
Pero no piensan así los grupos de defensa de los derechos humanos. El Grupo Tortura Nunca Más, de familiares de detenidos- desaparecidos y víctimas de la represión de la dictadura militar, ve en esto una repetición de los presidios flotantes utilizados en la década del 60 para aislar a los presos políticos.
"Hay que encontrar una solución a la superpoblación carcelaria. Pero estos navíos constituyen una triste memoria, siempre fueron usados en momentos de crisis política", recordó la directora de esa organización, Flora Abreu.
"Sólo con penas alternativas se puede solucionar el problema carcelario", sostuvo la diputada Heloneida Studart, del Partido de los Trabajadores y de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro.
Otros se remontan a un pasado más lejo y comparan los navíos que transportaban esclavos desde Africa.
"Es una idea superada por la historia", aseguró el director de la Comisión de Derechos Humanos del Colegio de Abogados de Brasil, Amtonio Berenhauser, quien ironizó: "Además, imagínese un mareo colectivo a bordo, carceleros, presos, todos mareados".
Pero el secretario de Seguridad se defiende: "en esa época había en los navíos-prisiones un sentido de maltrato al preso. Nosotros en cambio queremos evitar el maltrato del que está hacinado en una celda".
Hay antecedentes más recientes. En 1987 el sistema penitenciario de Nueva York compró el navío "Bibby Venture", que había sido utilizado por los británicos en la guerra de las Malvinas, y lo transformaron en una prisión. El barco costó 17 millones de dólares y se invirtieron 1,3 millones en adaptarlo. (FIN/IPS/ff/ag/ip-hd/98