Los tiempos modernos en Estados Unidos ofrecen la oportunidad de recrear una de las visiones más agudas de Franz Kafka: uno puede despertar un día para descubrir que es analizado, perseguido e investigado por una sociedad de inquisidores.
Eso le sucede a Truman Burbank que, al igual que el personaje de "La Metamorfosis", de Kafka, se enfrenta a una realidad inusual cuando se descubre como la estrella de un programa de televisión.
Hollywood produjo así una visión existencialista sobre el mundo de la fama y el poder de los medios.
En "El Show de Truman", el personaje principal está a cargo del comediante canadiense Jim Carrey, quien de un día para otro descubre que no es una persona común, pues forma parte de un programa emitido durante las 24 horas. Y por supuesto, él no lo sabía.
El director australiano Peter Weir y el guionista Andrew Niccol logran que lo inusual fluya con naturalidad. Truman está rodeado de actores que se mueven en el escenario más grande del mundo, donde la única persona normal sin conocimiento del programa de televisión es él mismo.
Como agente de seguros lleva una vida gris, alterada por el sueño de viajar a las islas Fiji, donde cree que vive la mujer de su vida. Su esposa lo sorprende con insólitas discusiones sobre productos que, aunque él no lo sabe, son avisos para contribuir a financiar el programa.
"¿De qué diablos estás hablando?", replica Truman cuando su esposa usa una discusión para promover una marca de café de Nicaragua.
Por detrás de la amenidad de la película hay una evidente referencia al totalitarismo y el existencialismo. Cada movimiento de Truman responde a un plan trazado por el creador del programa, el patriarcal Christof interpretado por Ed Harris, que cuenta con la complicidad de los actores.
Christof se considera como el dictador de la vida de Truman y argumenta ante una crítica de televisión que el agente de seguros en realidad prefiere ese mundo regulado y vigilado a cualquier otro estilo de vida.
Pero incluso Christof sabe que ésa no es la verdad, pues debe recurrir a una serie de trucos para evitar que Truman abandone la isla donde vive, desde consejos de sus amigos (actores), hasta la intervención de la policía o el uso de olas artificiales.
"El Show de Truman" deja de ser una simple paranoia sobre el horror de ser mirado en todo momento para convertirse en una reflexión sobre el fascismo. A diferencia de otras películas en las cuales se retrata el totalitarismo, en este caso quienes lo aplican ofrecen una vida ordenada y regulada, incluso feliz.
Jim Carrey interpreta un Truman que cuando descubre la artificialidad de su mundo se encuentra más confundido que enojado. El proceso es gradual: una de las luces del escenario cae desde un andamio, la gente corre a ubicarse en posiciones estudiadas cuando él entra a un cuarto.
Poco a poco el mundo del agente de seguros se derrumba y Truman descubre que no se puede ir del escenario. Uno de sus intentos por escapar es bloqueado por el tráfico, un incendio e incluso un accidente nuclear.
"Parece que todo esto gira alrededor mío", descubre el asombrado personaje en un momento que recuerda al Gregorio Samsa de La Metamorfosis, quien despierta para descubrir la terrible realidad de que se ha convertido en un insecto.
Pero a diferencia de los personajes de Kafka, cuyas vidas tienen desenlaces dramáticos, Truman es parte de una producción de Hollywood, un lugar donde los finales felices son la norma, pese a la avalancha de ironías y la carga de cinismo que implica la fantasiosa trama de la película. (FIN/IPS/tra-en/fah/lc-ml/cr/98