La heroína se llama "gerych" en Rusia y cualquier persona con dinero suficiente puede comprarla a los traficantes apostados en la plaza Lubianka, en pleno centro de esta capital y frente a los que fueran los cuarteles del KGB, sede ahora del Servicio de Seguridad Federal.
Pese a las continuas redadas de la policía, los traficantes siempre regresan. Un vendedor de heroína detenido en uno de los últimos tenía más de 70 años, había combatido en la II Guerra Mundial y se le había otorgado la Estrella Dorada del Héroe, la condecoración más alta del país.
El Ministerio del Interior reveló que el tráfico de drogas movió en Rusia 7.000 millones de dólares en 1997, seis veces más que en 1991, y que la tasa de criminalidad asociada a las drogas aumentó 90 por ciento.
Dos millones, de los 147 millones de habitantes del país, consumen drogas en forma regular, y 250.000 personas están registradas como adictos. El Ministerio del Interior destacó que cinco años atrás, las cifras eran tres veces menores.
Hasta ahora, los programas antidrogas del gobierno no lograron afectar la producción a gran escala ni el tráfico de drogas. Las agencias encargadas de reprimir esas actividades se quejan de falta de recursos y de la carencia de un marco legal para confiscar los ingresos de los traficantes.
Una ley antidrogas entró en vigor el 15 de abril, pero generó una inmediata controversia, por el poder que se otorga a la policía para registrar y detener a los sospechosos de tráfico o de adicción.
"Tenemos que proteger a los jóvenes de esta amenaza", argumentó el diseñador de la ley y presidente del comité de salud de la Duma o cámara baja del parlamento, Nikolai Gerasimenko.
La ley dispone tratamiento obligatorio para los adictos. Además, prohibe la publicación de información sobre el uso o la preparación de drogas y restringe las noticias sobre los sitios donde se comercia. Gerasimenko dijo que muchos adictos conocen ese mundo gracias a los medios de comunicación y el cine.
Los críticos de la nueva ley argumentan que la represión policial sólo logrará llevar a los adictos a la clandestinidad, y entonces recurrirán al uso de drogas caseras, aumentando el riesgo de contagio del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida).
Pero el director del Instituto Ruso para la Prevención del Sida, Vadim Pokrovsky, consideró que la nueva ley "contribuirá con las campañas antidroga y antisida".
"Los traficantes intentan enviciar a los más jóvenes, y la única manera de detenerlos es por el uso de la fuerza", dijo Pokrovsky a IPS. Desde comienzos de este año se registraron 1.000 nuevos casos de sida en Rusia, en su mayoría adictos a las drogas entre 18 y 30 años.
"Algunos son menores de 15 años", añadió Pokrovsky.
El consumo aumenta sin cesar, pese a los precios astronómicos de las drogas. En Moscú, un gramo de heroína puede costar entre 80 y 100 dólares, mientras que la misma cantidad de cocaína va de los 150 a los 200 dólares, un precio exorbitante para un país donde el salario promedio es de 200 dólares mensuales.
Los clientes de menores recursos suelen recurrir a la marihuana o al "blacky", las flores de amapola secas, que se venden a unos 10 dólares el gramo.
Entretanto, los expertos predicen que el crecimiento del mercado de drogas podría estimular la apertura de nuevas zonas productoras. Las condiciones climáticas de ciertas repúblicas ex soviéticas de Asia central son ideales para algunos de estos cultivos.
En Kazakhstán hay un millón de hectáreas dedicadas a producir drogas, en especial en el valle de Shuiskaya, conocido como fuente de narcóticos desde la era soviética, y en Dzhmaulskay, donde se obtienen entre cinco y seis millones de toneladas de marihuana al año.
El peligro de que crezca la producción aumentó tras la decisión de la milicia Talibán, gobernante en Afganistán, de detener la producción de opio de ese país, proveedor de la mitad de la heroína del mundo. Es probable que ese vacío estimule los cultivos en otros lugares de Asia central.
La existencia de largas fronteras poco vigiladas favorece el ingreso a Rusia de drogas procedentes de Asia central. Y así llegan hasta el centro de Moscú, donde cobran nuevas víctimas. Como Ylva, una adicta de 18 años que hace su confesión: "Ya no me siento como un ser humano". (FIN/IPS/tra-en/sb/an/lc-ff/ip/98