Estados Unidos comenzó a manifestar gran interés en Yemen, tras años de indiferencia frente al país de Medio Oriente, pieza estratégica que podría asegurar la hegemonía estadounidense en la región y garantizar el flujo del petróleo.
El general Anthony Zinni, comandante del Comando Central de Estados Unidos y líder de las fuerzas enviadas por Washington al Golfo en enero, visitó el lunes la capital yemenita por primera vez.
El presidente estadounidense Bill Clinton, demostrando un interés hasta ahora oculto en los asuntos yemenitas, rompió el 22 de este mes el acostumbrado silencio de Washington sobre los logros de Yemen y alabó la "determinación (de Sanaá) para continuar el proceso democrático y las reformas económicas".
El elogio fue incluido en un mensaje de felicitaciones dirigido al nuevo primer ministro yemenita, Abdul Karim al-Iryani.
El repentino interés alimentó la especulación en la región de que Washington desea instalar bases militares en la isla yemenita de Socotra. La localidad se encuentra a 1.100 kilómetros de la costa de Yemen y a 550 kilómetros de Africa oriental.
Una potencia militar basada en Socotra está en condiciones de proteger, o amenazar, las rutas marítimas desde y hacia el mar Rojo, el canal de Suez y el estrecho de Ormúz, por los que pasan hasta un tercio de las importaciones de petróleo de los países industrializados.
Durante la guerra fría, la isla fue sede de una base de la armada soviética, para disgusto de Washington, con el beneplácito del gobierno marxista del entonces estado de Yemen del Sur.
La guerra fría concluyó, pero Socotra mantiene su valor estratégico.
Estados Unidos debe tener en cuenta sus decrecientes yacimientos de petróleo que, según el ritmo actual de extracción, se agotarán dentro de una década, y su creciente dependencia de las importaciones petroleras del Medio Oriente.
Washington tiene interés en asegurarse las fuentes y las rutas del petróleo extranjero, si es necesario por vías militares, y está buscando lugares para colocar bases que respalden su estrategia.
La potencia norteamericana ha tenido una tensa relación con la República de Yemen, creada por la unificación de Yemen del Norte y Yemen del Sur, en mayo de 1990.
A pocos meses de su creación, Yemen se halló inmersa en la crisis causada en agosto de 1990 por la invasión iraquí de Kuwait, sobre todo porque, en ese momento, era el único país árabe en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Con su historia de amistad con el presidente iraquí Saddam Hussein y el compromiso de defender el nacionalismo árabe, Yemen se opuso a Estados Unidos en forma repetida en el Consejo de Seguridad durante la crisis.
El presidente yemenita, Alí Abdullah Salih, intentó hallar una solución árabe al problema, pero sin suerte. Yemen, junto con Cuba, votó en contra de la resolución 678 del Consejo que autorizó a los miembros de la ONU a emplear "los medios necesarios" para ayudar a Kuwait a expulsar al invasor iraquí.
A los ojos de Washington, Sanaá agravó sus pecados al presentar su propio plan de paz para Iraq a principios de enero de 1991.
Después de esa iniciativa, poco podía hacer Sanaá para congraciarse con Estados Unidos, a pesar de haber adoptado algunas medidas positivas que a otro país le hubieran granjeado la amistad de Washington.
El gobierno de Sali'h celebró elecciones legislativas pluralistas, con sufragio universal, en abril de 1993. Los comicios fueron el primer ejercicio democrático realizado en la historia de la península arábiga.
Pero el Departamento de Estado (cancillería) estadounidense no brindó crédito al acontecimiento histórico y tampoco se manifestó cuando Salih resultó vencedor de una breve, pero cruenta, guerra civil en 1994 para preservar la unidad de Yemen.
Entonces, a pesar de la situación posbélica, Yemen celebró las siguientes elecciones parlamentarias según lo previsto, en abril de 1997, resultando electo un gobierno de coalición integrado por el Congreso General del Pueblo, de Salih, y el islamista Partido por la Reforma (Islah).
Aunque respaldado por el petróleo, el gobierno de Salih también manejó con pericia las adversas consecuencias económicas generadas por la guerra civil y la expulsión de unos 850.000 trabajadores yemenitas de Arabia Saudita, en represalia por la posición independiente de Yemen frente a la invasión de Kuwait.
No hubo comentarios de Washington sobre todo esto.
Aparentemente, aún dolido por los problemas que le causó Yemen en 1990 en la ONU, Washington recibió otro golpe este año cuando, junto con Emiratos Arabes Unidos y Qatar, Sanaá abogó por el fin de las sanciones internacionales contra Iraq.
Entre las probables razones que explican el cambio de actitud de Estados Unidos hacia Yemen se encuentra el comportamiento de Bahrein durante la última crisis con Iraq en febrero, la creciente importancia del príncipe heredero Abdullah ibn Abdul Aziz, de Arabia Saudita, y la necesidad de Washington de diversificar sus compromisos en la región.
En febrero, Bahrein no permitió que Washington utilizara bases estadounidenses en su territorio para emprender ataques aéreos contra Iraq, aunque la isla alberga a la Quinta Flota de Estados Unidos.
Washington también observa con cautela al príncipe heredero Abdullah, de Arabia Saudita, quien se manifestó como un futuro líder con actitud independiente, decidido a colocar los intereses de Arabia Saudita por encima de los de Estados Unidos.
Parece que Washington considera que debería reclutar nuevos amigos en la región, como seguro contra posibilidades imprevistas.
También existe la cuestión del inexorable aumento de las importaciones estadounidenses de petróleo, que pasó de 31 por ciento a 52 por ciento del consumo en ese país entre 1983 y 1996.
En 1996, sólo un cuarto del petróleo importado en Estados Unidos procedía de Canadá y México, sus socios en el Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte.
El resto tuvo su origen en otras fuentes, sobre todo de Medio Oriente, y específicamente de la zona del Golfo, que contiene dos tercios de los yacimientos de petróleo comprobados del planeta.
Los estrategas de Washington buscan la forma de diversificar sus medios para mantener la hegemonía estadounidense en el Golfo y garantizar el flujo del petróleo. Aún no queda claro la manera en que Yemen habrá de encajar en el plan.
Una semana antes de recibir al general Zinni, Salih dio la bienvenida en Sanaá al jeque Ahmad Yassin, líder espiritual de la radical organización islámica Hamas, un grupo considerado "terrorista" por Washington.
Washington comenzó a hacer la corte a Yemen con delicadeza, con una solicitud para almacenar petróleo de los militares estadounidenses en las grandes refinerías que circundan el estratégico puerto de Aden.
Con respecto al usufructo de las bases en Socotra, Estados Unidos tendrá que hacer un gran esfuerzo y Clinton deberá utilizar todo su encanto para convencer al astuto Salih. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/aq-lp/ip/98