Con la renuncia de Alí Suharto a la presidencia de Indonesia, Estados Unidos despidió al último de los dictadores militares que le sirvieron como aliados fieles durante la guerra fría con la Unión Soviética.
Suharto quizá fue el más astuto de un grupo que incluyó a autócratas como el Shah de Irán, los ex presidentes Ferdinando Marcos, de Filipinas, Mobutu Sese Seko, de Zaire, y Anastasio Somoza, de Nicaragua, el ex emperador de Etiopía, Haile Selassie, y el ex jefe de las fuerzas armadas de Panamá, Manuel Antonio Noriega, entre otros.
De todos ellos, es probable que Suharto haya amasado la mayor fortuna y fuera responsable de la muerte de mayor número de personas. La revista Forbes estimó su riqueza personal en unos 16.000 millones de dólares.
Pero se calcula que la familia Suharto tiene más de 30.000 millones de dólares, ya que los hijos e hijas del ex dictador, quien renunció el jueves pasado, tienen intereses en casi todas las industrias importantes de Indonesia.
La cifra excede la fortuna estimada en 5.000 millones de dólares de Mobutu, cuyos 33 años de gobierno en ex Zaire (ahora República Democrática de Congo) se convirtieron en sinónimo de corrupción.
Suharto, a pesar de su benéfica sonrisa y su porte sencillo, ocupó el primer lugar entre los aliados de Washington por las muertes que provocó.
Desde el inicio de su golpe de Estado en cámara lenta contra su antecesor Ahmed Sukarno, en 1965, como comandante general Suharto dirigió la eliminación del Partido Comunista y sus supuestos seguidores. El número de muertos, según cálculos conservadores, fue unos 250.000.
Pero muchos analistas creen que entre 500.000 y un millón de personas murieron en el archipiélago, lo que convirtió a 1965 en uno de los años más sangrientos de las últimas cinco décadas.
Incluso la CIA (Agencia Central de Inteligencia), que negó haber participado en la represión, calificó la matanza como "uno de los peores asesinatos en masa del siglo XX".
Diez años después, Suharto ordenó la invasión de Timor Oriental, ex colonia de Portugal.
En 1980, la organización de derechos humanos Amnistía Internacional denunció que casi un tercio de los 700.000 habitantes de Timor Oriental murieron bajo la represión indonesia.
Las matanzas en Timor Oriental fueron uno de los peores casos de genocidio, junto con el de Camboya y Ruanda, desde la segunda guerra mundial.
Pero hasta 1991, cuando se documentó en un vídeo la masacre de timorenses desarmados, estos antecedentes no habían debilitado el respaldo de Washington al gobierno de Suharto, considerado el líder indiscutido del ejército, la única institución capaz de mantener bajo control a la cuarta nación más poblada del planeta.
Indonesia, cuya diversidad étnica es comparable a la de toda Europa, fue considerada estratégica para los intereses de Estados Unidos en Asia desde su independencia de Holanda, en 1949.
"Indonesia se encuentra en medio de vitales vías de comunicación aéreas y marítimas entre los océanos Pacífico e Indico y ofrece acceso a valiosas materias primas (sobre todo petróleo y gas natural)", explicaba el Pentágono (ministerio de Defensa) en 1989, el último año de la guerra fría.
Hasta que Washington acordó una alianza con China contra la Unión Soviética a fines de los años 70, Indonesia también era vista como una barrera natural a la expansión de Beijing en el sudeste de Asia.
Cuando la tensión entre los militares y el Partido Comunista indonesio se tornó crítica en octubre de 1965, tras el asesinato de seis generales anticomunistas, en lo que Suharto y Estados Unidos aseguraron fue un golpe frustrado, la amistad entre ambos rindió sus frutos.
Dirigidas por Suharto, las fuerzas armadas reprimieron al Partido Comunista y armaron a ciudadanos de todo el país exhortándoles a eliminar a los izquierdistas.
En 1990, la prensa denunció que ex funcionarios de la embajada estadounidense y la CIA habían entregado al gobierno indonesio listas con el nombre de unos 5.000 supuestos comunistas, presumiblemente para que fueran ejecutados.
"La caída del comunismo indonesio marcó el punto más alto de la agresividad comunista, especialmente de la virulenta versión maoísta de entonces, y contribuyó directamente con el retiro de China en la Revolución Cultural", escribió luego al diario The Washington Post el ex diplomático Robert Martens.
Washington apoyó a los militares indonesios porque, según el embajador estadounidense de esa época, eran la "única fuerza capaz de instaurar el orden en Indonesia", opinión que funcionarios de Estados Unidos retomaron durante la última crisis.
"Suharto eliminó al tercer más grande partido comunista del mundo y Estados Unidos lo amaba por ello", opinó Daniel Lev, profesor de la Universidad de Washington.
Una vez en el poder, Suharto recibió el total apoyo de Washington para su "Nuevo Orden". Estados Unidos se convirtió en el principal exportador de armas a Indonesia, entrenó a su policía y ejército, y otorgó becas de estudio a futuros tecnócratas.
Así mismo, Washington otorgó decenas de millones de dólares en préstamos y garantías para que empresas estadounidenses invirtieran en Indonesia.
El apoyo se repitió en diciembre de 1975, con la invasión a Timor Oriental. Frente al fracaso de sus amigos en el ex Vietnam del Sur y Camboya ese año, el entonces presidente Gerald Ford y su secretario de Estado (canciller) Henry Kissinger, insistieron en respaldar a Suharto, como aliado contra el comunismo.
Washington aumentó en forma constante su ayuda militar, aun cuando el ex presidente Jimmy Carter, respetuoso de los derechos humanos, asumió el poder en 1977.
Casi 90 por ciento del armamento usado por el ejército indonesio en Timor Oriental en los años siguientes, como aviones y helicópteros contrainsurgentes, procedieron de Estados Unidos.
Aun cuando el Congreso prohibió la ayuda y el entrenamiento militar a Indonesia tras la masacre de 1991, el presidente Bill Clinton, que había denunciado la situación de Timor Oriental como "desmedida" durante su campaña electoral, autorizó ejercicios de entrenamiento conjuntos con las fuerzas de elite indonesias, comandadas por el yerno de Suharto.
"Washington siempre estuvo muy conforme con Suharto", aseguró el profesor Lev.
"No sólo le proporcionó un manto de protección frente a las críticas, sino que lo presentó como un gran líder ante la Organización de las Naciones Unidas, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y el Banco Mundial", sostuvo. (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/aq-lp/ip/98