La disculpa ante el pueblo ruandés del secretario general de la ONU, Kofi Annan, porque el foro mundial no impidió el genocidio de 1994, coincide con nuevas críticas a la organización por la limitación de sus esfuerzos de mantenimiento de la paz.
Annan fue uno de varios funcionarios censurados en un artículo de la última edición de la revista The New Yorker por no tomar medidas pese a saber con tres meses de anticipación sobre los planes de genocidio en Ruanda.
Sus comentarios realizados el jueves pasado revelaron pesar personal además del relacionado con la incapacidad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) para responder en forma adecuada a crisis mundiales.
"Todos quienes nos interesamos por Ruanda y fuimos testigos de su sufrimiento hubiéramos deseado poder impedir el genocidio" de hasta un millón de tutsis y hutus moderados, dijo Annan a poco de llegar a Kigali.
"Mirando hacia atrás, podemos ver señales que antes no reconocíamos. Ahora sabemos que lo que hicimos no estuvo ni cerca de lo suficiente para salvar a Ruanda de sí misma y honrar los ideales por los que existe la ONU", agregó.
El secretario general, quien dirigía el Departamento de Mantenimiento de la Paz de la ONU cuando comenzaron las masacres en Ruanda, tras la muerte del presidente Juvenal Habyarimana en un sospechoso accidente de avión, en abril de 1994, atribuyó gran parte de la culpa a varios países.
El artículo de The New Yorker sostiene que Annan y su actual jefe de personal, Iqbal Riza, tuvieron en sus manos un fax en enero de 1994 que advertía de los planes de genocidio de extremistas hutus.
Annan desestimó la información como "una vieja historia" y negó que la ONU hubiera podido hacer más aún si los funcionarios, conscientes de la posibilidad del genocidio, hubieran propagado la información.
"El fracaso en la prevención del genocidio de 1994 fue local, nacional e internacional, incluso de países miembros con gran capacidad", arguyó Annan en una declaración lanzada tras la publicación del artículo en The New Yorker.
"La falla fundamental fue la falta de voluntad política, y no de información", subrayó.
Muchos funcionarios de la ONU creen injusto que se acuse a la organización mundial de inacción cuando la mayor potencia del mundo no estaba dispuesta a actuar.
De hecho, aun cuando las masacres de tutsis y hutus moderados se generalizaron en abril, el Consejo de Seguridad de la ONU (en el que Estados Unidos y Francia tienen poder de veto) decidió no ampliar los esfuerzos militares en Ruanda y en cambio reducir la misión de paz en el país africano, UNAMIR, a 270 hombres.
Las fuerzas de paz no regresaron en número sustancial a Ruanda hasta que los rebeldes terminaron de destruir lo que quedaba del régimen pos-Habyarimana, en julio.
El visible retiro de UNAMIR en medio del recrudecimiento de los combates dañó las relaciones entre Ruanda y la ONU.
"Ya no confiamos en la ONU. No actúa; simplemente escapa", declaró Manzi Bakuramutsa, ex embajador de Ruanda ante el foro mundial.
La desconfianza afectó también una investigación de la ONU sobre supuestas masacres perpetradas en el antiguo Zaire contra refugiados ruandeses vinculados al genocidio.
Luego, el mes pasado, Ruanda tomó la justicia de los crímenes de guerra en sus propias manos y ejecutó a 22 personas acusadas de participación en el genocidio.
En respuesta, la ONU intentó acelerar la labor de su tribunal sobre crímenes de guerra en Ruanda, con sede en Tanzania, para probar que su propio tipo de justicia funciona.
La semana pasada, el tribunal anunció que el primer ministro ruandés durante el genocidio, Jean Kambanda, confesó su culpa en lo que Annan calificó de "momento histórico".
"Finalmente, la tarea del tribunal comienza a satisfacernos, a nosotros, a ustedes y a las víctimas del genocidio", expresó Annan en una promesa de renovada cooperación entre la ONU y Ruanda.
Pese a una fría recepción en Kigali, Annan destacó que "la ONU está preparada para ayudar y asesorar en cualquier forma que el pueblo ruandés lo desee". (FIN/IPS/tra-en/fah/mk/ml/ip hd/98