Treinta años después de mayo de 1968 y de sus turbulencias políticas y sociales, jóvenes creadores latinoamericanos reivindican una cierta vuelta al realismo del cine de los 60.
La tendencia tiene particular fuerza en Argentina, donde muchachos veinteañeros pretenden hoy "enfocar las cámaras" en una realidad que en muchos aspectos no dista tanto de la de tres décadas atrás, según dijera Bruno Stagnaro.
Junto al uruguayo radicado en Buenos Aires Adrián Caetano, Stagnaro filmó en 1997 la película "Pizza, birra y faso", una "ficción en forma de documental" en la que se refleja la vida de los jóvenes marginales de hoy.
En un punto Stagnaro y otros cineastas jóvenes argentinos que se situán en el mismo registro de "cine apegado a la realidad" se distancian fuertemente de las premisas que predominaban en los años 60: el suyo no es un cine ideológico y no toma partido a priori.
Es un cine "hecho a flor de piel, y hay también una intención de denuncia de los males de la sociedad actual, de las desigualdades sociales, de lo maltrechos que están los países latinoamericanos tras el paso del huracán liberal", comentó un crítico uruguayo.
"Pero no se trata para nada de un cine de barricada", agregó.
En ese plano, directores como Stagnaro, Caetano y otro argentino, Raúl Perrone, autor de filmes que también apuntan a ser "reflejo de ciertas realidades cotidianas que golpean", se distancian de jóvenes colegas franceses que han vuelto, para tratar temas similares a los de los latinoamericanos, a un lenguaje que algunos llaman "sesentista".
Es el caso de toda una serie de cineastas de Francia que han tomado de base la situación "objetivamente" explosiva que se vive en la periferia de las grandes ciudades de su país -de enfrentamientos raciales, o entre pobres y marginales, o entre ambos y la población "integrada"- para presentar una visión casi apocalíptica de una Europa "a dos velocidades".
"El cine de los 60 en general, y latinoamericano en particular, era un pozo en el cual todo convergía", escribe la crítrica uruguaya Rosalba Oxandabarat.
"Que las imágenes, la música y las palabras hubieran coincidido en ancho, con clamores que también se resolvían en la calle y en los distintos recovecos capaces de albergar los descubrimientos juveniles, daba por sí la certeza de que estar viviendo un tiempo prodigioso", señala.
Era un cine marcado por "una clarinada existencial y política", en una época en que había que pedir a los intelectuales "redefinirse a sí mismos dentro de las necesidades de la lucha de liberación", recuerda Oxandabarat citando al argelino Frantz Fanon, un mítico escritor "de moda" en los 60.
"Treinta años después, las grietas de aquel abigarrado aparato conceptual (y sobre todo emocional) están más a la vista", concluye la crítica.
Los años 60 fueron la época de las grandes salas de exhibición, siempre llenas, de efervescencia cultural y social, de una generación que se aprestaba a participar en organizaciones guerrilleras.
Se leía a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir, a los pensadores marxistas de diverso pelo, se veía a Ingmar Bergman, a Michelangelo Antonioni, a la Nueva Ola francesa, el cine de Europa oriental, las películas del brasileño Glauber Rocha, del argentino Fernando Solanas y del chileno Miguel Littin, y se soñaba con el Che Guevara.
Los agitadores culturales de la época en América Latina desdeñaban por lo general todo "esteticisimo", o simplemente hacían depender lo estético de "lo útil que pueda ser a la lucha por la liberación", como decía un manifiesto del grupo Cine Liberación de Uruguay en 1969.
Años antes, en 1960, la revista estadounidense Film Culture, decía en una declaración: "No queremos películas rosa sino del color de la sangre".
"Todo eso ya pasó, salvo tal vez el mito del Che, que conoció una suerte de revival en los últimos años, también en el cine", constata el crítico argentino Raúl Maffei.
"Hoy se marcha por otros andariveles culturales y estéticos, pero eso no implica que no haya cada vez más jóvenes sensibles a reivindicar una 'cierta actitud' comprometida propia de aquel entonces", estima.
Maffei cita en su apoyo el éxito en su país y en otros de América Latina de películas que rememoran, con cierto romanticismo no ajustado precisamente a la realidad de la época y con fuerte impronta comercial, a personajes de la escena juvenil de los 60 y 70, como "Tango Feroz", de Marcelo Piñeyro, inspirada de la vida del rockero argentino Tanguito.
Las películas de los nuevos cineastas latinoamericanos "comprometidos" -aunque no evoquen explícitamente esa condición- "vuelven a plantear 'el' dilema ético ante el cual se situaban sus predecesores de los años 60", indica el crítico francés Gérard Léfort.
Ese mandato ético señalaba que "no se puede' ser ajeno a una realidad que sigue siendo cruel", dijo Léfort, para referirse a filmes de autores de esta región recientemente vistos en París.
"Ese compromiso lo asumen a su manera, con una estética 'aggiornada', a veces recurriendo al ritmo del videoclip o de músicas latinas de hoy, con una cámara que se mueve rápidamente, como para apresar una realidad cada vez más fragmentada e 'inexplicable', pero lo asumen", concluye Léfort. (FIN/IPS/dg/ff/cr/98