La nación ashaninka, comunidad étnica de la selva de Perú superviviente del terrorismo maoísta y la violencia del narcotráfico, enfrenta ahora la amenaza del despojo masivo de sus bosques y tierras.
Los 40.000 ashaninkas que viven en aldeas casi unifamiliares en las riberas de los ríos son la nación étnica selvícola más numerosa del país.
Los indígenas trabajan pequeñas chacras de sustento familiar en los inundables suelos ribereños, con cultivos que pueden parecer caóticos a los extraños pero reproducen el desorden natural de los bosques vecinos, su hábitat ancestral, en donde cazan, pescan y de donde procede su rica farmacopea.
A comienzos de siglo fueron esclavizados por los caucheros, décadas después los madereros los empujaron al interior de la selva y, desde 1987, fueron víctimas del reclutamiento forzoso de los guerrilleros maoístas del grupo Sendero Luminoso y de la acción criminal de las bandas narcotraficantes.
Según versiones extraoficiales, alrededor de 5.000 ashaninkas que resistieron el reclutamiento maoísta y no lograron escapar fueron muertos por los guerrilleros.
A su vez, los narcotraficantes los convertían en peones forzados para abrir claros en el bosque y construir pistas de aterrizaje clandestinas, desde donde exportaban ilegalmente la pasta básica de cocaína.
Según fuentes oficiales, entre 1994 y 1995 el ejército liberó a más de 34 comunidades que se encontraban cautivas en manos de los guerrilleros.
Ahora están en riesgo de ser envueltos en otra vorágine de violencia, pero esta vez por parte de los colonos y las empresas madereras, sus antiguos enemigos sociales que ahora se presentan como avanzada de la modernización en la selva.
Sin duda, estos adversarios cuentan con mejores recursos y se mueven mejor que los ashaninkas en la selva de los trámites burocráticos, y perpetran sus despojos y violencia con respaldo de las leyes y de algunas autoridades judiciales y policiales.
Esta situación se generó en 1995, cuando el gobierno del presidente Alberto Fujimori decretó una nueva Ley de Tierras que anuló la protección legal de los territorios ashaninkas, reconocida por la anterior Constitución.
La Ley de Tierras "modernizó" la propiedad agraria en todo el país y anuló los dispositivos que hacían intransferible e inembargable las tierras de las comunidades nativas, disposición adoptada para permitirles usar sus títulos de propiedad como respaldo de créditos de la banca privada.
Pero la ley no sólo exige a las comunidades nativas el reconocimiento oficial de sus tierras, sino también títulos de propiedad en regla y registrados, lo que abre una brecha temporal que aprovechan los colonos y abogados de las empresas madereras para despojar a los ashaninkas de sus bosques ancestrales.
A fines de marzo, un juez falló en contra de siete comunidades ashaninkas del valle del río Pangoa, provincia de Satipo, en la selva central, y les negó los títulos arguyendo que no habían demostrado suficientemente sus derechos de propiedad.
El fallo judicial declaró "sin dueño" las tierras ashaninkas sin tomar en cuenta la posesión inmemorial ni las gestiones que las siete comunidades había iniciado hace más de un año ante el Ministerio de Agricultura para obtener la titulación.
Guillermo Yaco, dirigente de una de las siete comunidades ashaninkas afectadas, expresó sorpresa por el fallo, porque creía contar con el respaldo del Ministerio de Agricultura, con el que habían firmado un convenio de reconocimiento y al que entregaron 9.000 dólares para la elaboración de los expedientes.
Según algunas fuentes periodísticas de la región, los madereros actuaron a través de presuntos colonos que se presentaron como miembros de una cooperativa constituida por nativos quechuas inmigrantes de la región andina.
"En el Ministerio nos dicen que han gastado más de la mitad del dinero que le dimos para preparar el expediente que presentamos al juez. ¿Qué documentos habrán presentado los colonos? Tal vez otros preparados por el mismo Ministerio", dijo Yaco, quien anunció que apelará el fallo.
Pero los colonos ya se instalaron en sus tierras, pues casi inmediatamente después de haberse emitido el fallo, llegaron arma en mano apoyados por peones de empresas madereras, e inclusive destruyeron algunas viviendas.
La situación parece a punto de repetirse en otros valles vecinos al Pangoa, y las comunidades ashaninkas Tincaveni, Mancoriani, Santa Fe de Naviroa, Tzonquerneni y Pueblo Nuevo están también en peligro porque el mismo fallo judicial declaró "sin dueño" las tierras que ocupan desde tiempos ancestrales.
Hasta agosto de 1995, cuando se promulgó la nueva Ley de Tierras, los territorios de las comunidades selvícolas estaban protegidos legalmente y eran considerados intangibles.
Francisco Mattos, de la organización no gubernamental Tafos, reveló que en el valle de Santa Cruz se está gestando el mismo problema, "que podría desembocar en violencia entre las comunidades ashaninkas y los colonos, algunos de los cuales ya están instalados".
El tema es complejo desde el punto de vista social, pues los colonos que están en San Cruz dicen ser refugiados que escapaban de la violencia subversiva en las zonas andinas, explicó Mattos.
Según los ashaninkas, en realidad esos colonos estaban antes en otras zonas de la selva y se dedicaban a sembrar coca ilegalmente, y temen que se propongan cultivarla en Santa Cruz, atrayendo a narcotraficantes y grupos subversivos.
Los colonos, empresarios madereros y algunos funcionarios del Ministerio de Agricultura consideran anacrónica la forma de cultivo ashaninka y estiman, por consiguiente, que reconocerles la propiedad de los bosques circundantes a sus aldeas es un desperdicio social y económico.
Los colonos procedentes de las serranías andinas, nativos quechuas en su mayoría, se burlan de sus aparentemente caóticas chacras, en las que los ashaninkas "siembran maíz, achiote, arroz, cualquier cosa, todo mezclado y al lado de sus árboles de plátanos y otras frutas", dicen.
Los ashaninkas replican que esa forma de cultivar "es buena para la selva porque así es la selva", y que no empobrece la tierra como ocurre con los cultivos de los colonos, quienes tratan de repetir los procedimientos que utilizan en sus valles andinos de procedencia, originando rápida erosión.
"Nosotros no quemamos nunca un bosque para abrir chacras, vivimos del bosque y lo respetamos. Ellos nos dicen flojos porque abandonamos algunas chacras, sin comprender que lo hacemos para que descanse la tierra", dice Santiago Contiricon, Teniente Alcalde de una aldea ashaninka en Santa Cruz. (FIN/IPS/al/ml/pr-hd/98