Un empresario ha emprendido una cruzada sorprendente en estos tiempos de capitalismo salvaje y pérdida de valores solidarios: proporcionar desayunos nutritivos y gratuitos a los niños y las niñas en extrema pobreza de las barriadas de la capital de Perú.
Roberto Wagner, el impulsor de esta cruzada, ha empeñado en ese propósito sus bienes materiales y ahora, agotados éstos, pide ayuda a otros empresarios.
Pero el empresario no es un improvisado. Hasta 1996, proporcionó 200.000 desayunos diarios a igual número de niños de hasta ocho años, es decir, más que ninguna entidad oficial.
El asunto comenzó la mañana siguiente a la medida del presidente Alberto Fujimori de agosto de 1990, que provocó un aumento de precios de más de 300 por ciento y sumió en la pobreza a más de la mitad de la poblacion peruana.
"La situación era desesperada, la mayoría de trabajadores no tenían ni siquiera para llevar un pan a sus hijos, algo teníamos que hacer", recuerda Wagner, que en esa época era gerente de una fábrica norteamericana de pegamentos industriales.
No tuvo mejor idea que invitar a los hijos de los obreros a tomar desayuno. El primer día llegaron 200 niños temerosos y hambrientos, a los que les ofreció un vaso de leche y un pan con mantequilla.
"Una semana después, teníamos 2.000 niños y un problema logístico porque era imposible seguir atendiéndolos en forma casera, tampoco podíamos dejarlos sin alimento, para muchos era su única comida al día", señala Wagmer.
Entonces, le planteó un audaz plan a sus jefes: convertir transitoriamente la fábrica en un comedor gigante para los niños de las barriadas cercanas y aprovechar los calderos industriales para preparar una papilla sustanciosa. "A nadie le interesaba comprar pegamentos en ese difícil momento", recuerda con ironía.
De esa manera, una vez desinfectados los calderos, en menos de media hora llegaron a preparar 50 toneladas de papilla, unas 10.000 raciones que durante seis meses repartieron gratuitamente a igual numero de niños. Una verdadera "olla gigante", que fue el nombre que le dieron al sistema.
La fábrica ponía los calderos, los camiones cisternas y la gente. Las demás fábricas de la carretera central, una importante zona industrial de Lima, aportaban soja, cereales, leche, huevos, azúcar, vitaminas y minerales.
El reparto se realizó sin problemas hasta mediados de 1991 y Wagner tal vez haya sido el único empresario de la zona que se libró de ser amenazado por la organización guerrillera Sendero Luminoso, que en ese momento intensificaba sus acciones en la carretera central y las barriadas que la circundan.
Pero el gobierno prohibió deducir las donaciones de los impuestos y el programa se paralizó. Wagner construyó entonces en un terreno de su propiedad en las afueras de Lima una planta para preparar hasta 200.000 raciones diarias de alimento.
En 1993, consigue el apoyo de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (AID): 15 camiones cisternas salían en dos turnos desde la planta rumbo a 271 puntos de reparto, ubicados en 23 de los 42 distritos de Lima. Las autoridades llenaron de elogios al empresario.
"La idea era que al término del financiamiento de la AID el gobierno peruano la sustituyera, pero el gobierno adujo problemas legales para ello y más bien nos invitó a participar en la licitación para su programa de desayunos escolares", afirma.
No ganaron y aunque Wagner no se desanimó e hizo numerosos intentos, fracasó en todos. En 1996, agotados los fondos, debió cerrar la planta.
"El 49 por ciento de los ninos peruanos menores de 12 años padece algún grado de desnutrición, una cifra intolerable para un país porque significa que casi toda la población económicamente activa del 2014 estará desnutrida", afirma el empresario, que ahora está convocando nuevamente a la empresa privada.
"Soy consciente que, a diferencia de mi empresa de apoyo social, las empresas privadas tienen como fin el lucro, entonces les estoy pidiendo colaboración vía publicidad, que, a diferencia de las donaciones, sí es deducible de impuestos", explica.
"Los ninos de hoy, esos ninos desnutridos, son los consumidores potenciales de mañana, entonces puede haber empresas interesadas en cultivar una buena imagen desde hoy", señala.
El costo de cada ración es de 10 centavos de dólar. "Me sentiría feliz si por lo menos puedo financiar 5.000 raciones y llegar a los niños menores de cinco años, que es cuando se termina de completar el proceso de crecimiento", afirma.
Para que no queden dudas sobre sus objetivos, constituyó una Junta Directiva integrada por conocidos empresarios locales y el sacerdote jesuita y economista Juan Julio Witch, quien decidió permanecer hasta el final junto a los rehenes que el MRTA mantuvo durante más de tres meses en la embajada de Japón en Lima.
"La Olla Gigante atendía al sector más pobre de la población y era una verdadera obra de solidaridad social", comenta el sacerdote.
"Perú no está en paz, no podrá estarlo hasta que no exista una sociedad capaz de brindar un nivel de vida humano y obras como ésta, que no son hechas por el gobierno sino por la propia sociedad, por el empresario privado, pueden ayudar a recuperar ese nivel", concluye Witch. (FIN/IPS/zp/ag/dv/98