Los responsables de reducir la producción de cocaína en Perú deberán sortear un difícil escollo a partir del año próximo, cuando se produzca la previsible caída de los precios del café, uno de los productos alternativos para sustituir a las plantaciones ilegales de coca.
Si bien están lejos los 267 dólares por quintal alcanzados en mayo de 1997, el precio promedio actual de 187 dólares continúa siendo atractivo. Pero se estima que caerá a 110 dólares en 1999, cuando aumente la producción mundial y culmine el aprovisionamiento en Estados Unidos y en el mercado europeo.
La previsible caída de precios será no sólo una tragedia para las familias peruanas que cultivan café en la llamada "ceja de selva", sino también un problema muy grave para los programas antidrogas en el país, porque reducirá el atractivo de uno de los cultivos elegidos para sustituir a la coca.
Sin embargo, las autoridades y los cafetaleros peruanos tratarán este año de duplicar la producción, por la importancia estratégica social y política de su cultivo.
El café tiene un peso menor en la economía peruana. Los 400 millones de dólares que aporta al año son apenas el 5,3 por ciento del total de exportaciones legales, pero su cultivo da ocupación a unas 100.000 familias y ocupa el primer lugar en los proyectos de erradicación de las plantaciones ilegales de coca.
La erradicación de la producción de cocaína es uno de los objetivos más importantes del gobierno de Alberto Fujimori, no sólo por la naturaleza delictiva de su tráfico sino también porque la economía de la droga alimenta a la guerrilla y corrompe a la policía, las Fuerzas Armadas y la justicia.
El gobierno sólo persigue a quienes elaboran cocaína y la comercializan, y resistió la presión de Estados Unidos para reprimir a los campesinos productores de coca, a quienes exhorta a que abandonen sus plantaciones ilegales y se dediquen a cultivar productos legales, como café, frutas, arroz y maíz.
El café tiene excelentes condiciones como producto alternativo a la coca, pues se produce en los mismos pisos ecológicos -laderas montañosas en áreas tropicales-, en tanto que el arroz y el maíz requieren tierras más bajas.
Con esta estrategia, el gobierno peruano redujo el área cultivada de coca de 115.000 hectáreas en 1995, a 69.000 en 1997.
Este resultado se debió en gran parte al alza internacional de precios del café, que interesó a los colonos emigrantes de la sierra que llegaron a la selva en las décadas del 70 y 80, y se insertaron como el escalón social más bajo en la economía de la droga en aquellos años de apogeo de la coca.
"Por una feliz coincidencia, los precios internacionales del café se dispararon cuando comenzaron a caer los de la cocaína y eso favoreció la campaña en favor de cultivos alternativos", comenta el experto Roger Rumrrill.
"Pero ahora es necesario reforzar los programas cafetaleros para que no reviertan cuando bajen los precios del grano, lo que ocurrirá, según los analistas de mercado, a partir del próximo año", agrega.
Frente a este panorama, los expertos opinan que el gobierno de Fujimori debe apurar sus planes y obtener respaldo internacional para conseguir que mejoren la productividad y rentabilidad del café, condición necesaria para que se mantenga como producto alternativo.
Expertos consultados por IPS recomiendan elevar el rendimiento por hectárea, muy pobre en promedio, y promover el cultivo del llamado "café orgánico" -producido sin fertilizantes químicos-, que recibe un sobreprecio y mejores condiciones en el mercado europeo, especialmente en Alemania,
Pero el incremento de la productividad y el cambio hacia el café orgánico, requieren mayores inversiones que las que pueden efectuar por su cuenta la mayoría de los productores peruanos, el 90 por ciento de los cuales son simples recolectores sobre plantaciones menores a cinco hectáreas.
"El café parece muy rentable, pero si analizamos la producción y costos locales veremos que no es así", comenta el especialista Felix Marín.
"El cafetalero promedio cultiva alrededor de tres hectáreas con un rendimiento de ocho quintales anuales por hectárea, en tanto que en Colombia se obtienen 15 quintales y en América Central hasta 35 quintales", añade.
Pedro Morales, del Departamento de Comunicaciones del Ministerio de Agricultura, dice que 80 por ciento de los caficultores peruanos no aplica ninguna tecnología, limitándose a recolectar el grano, 18 por ciento tiene planes de cultivo y sólo dos por ciento aplica alta tecnología.
Este año se produjo un problema adicional, señala el funcionario. Las intensas lluvias y los aludes provocados por el fenómeno de El Niño destruyeron carreteras e impiden o encarecen el transporte del café producido en diversas zonas del país.
"El Estado peruano no ha tenido, hasta ahora, una política cafetalera definida y, por tanto, no se han formulado planes de desarrollo adecuados", expresa por su parte Fernando Holguín, presidente de la Cámara Peruana de Café.
"Eso nos coloca en desventaja en relación con el cada vez más exigente mercado internacional, que no solo reclama mejor calidad en el grano, sino también garantías sobre el empleo de procedimientos ecológicos de cultivo", añade.
Lorenzo Castillo, secretario general de la Junta Nacional del Café, integrada por las centrales de las cooperativas cafetaleras, demanda al gobierno que acelere la titulación de las tierras de 70.000 afiliados, para que puedan acceder a créditos privados, cuyo monto conjunto calcula en 50 millones de dólares.
"Podríamos mejorar semillas, ampliar la extensión cultivada y elevar la productividad para alcanzar dentro de cinco años cuatro millones de quintales, el doble que el nivel actual", concluye Castillo.
En cuanto al café orgánico, tropieza con obstáculos culturales, técnicos y financieros.
El gobierno alemán, mediante su Agencia de Desarrollo (GTZ) trata de promover el café orgánico y extender sus procedimientos ecológicos de cultivo, pero los campesinos se resisten a utilizarlo porque el proceso de reconversión es largo y costoso.
"Se les enseña a utilizar abonos orgánicos, manejar mejor la sombra para mejorar la calidad de sus productos, pero como las plantaciones tienen que pasar por un período de depresión, durante el cual la tierra se limpia de los abonos químicos, los campesinos se resisten», dice Robert Rosskamp, de GTZ.
"Temen que baje el rendimiento de sus plantas si no utilizan los fertilizantes químicos a los que están acostumbrados y no comprenden que deben pagar por el servicio de certificación, concluye Rosskamp, quien señala que tenían 100 caficultores inscritos y hoy cuentan con solo 36. (FIN/IPS/al/ag/ip-if/98