El desempleo, la pobreza y 12 años de terrorismo convirtieron a la apacible capital de Perú en una de las ciudades más violentas de América Latina, donde la inseguridad hace de mujeres y niños sus víctimas principales.
En Lima, cada tres minutos se produce un secuestro, un asalto o un robo en la calle o de un vehículo, según estadísticas policiales, que no incluyen violaciones ni violencia doméstica.
Aunque los expertos aseguran que la violencia en Lima es moderada en relación con Colombia, por ejemplo, donde se comenten al año 20 secuestros por cada 100.000 habitantes, en lo que va de 1998 ya se han denunciado más de 200 secuestros.
En la práctica, sin embargo, la cifra es mucho mayor, porque las dos terceras partes de estos secuestros no son denunciados, al llegar rápidamente las partes a un arreglo.
"En la mayoría de casos no se trata propiamente de un secuestro sino de una retención forzada y corta para obtener dinero lo más pronto posible", precisa Jorge Locatelli, jefe de Seguridad de un organismo internacional.
Una encuesta reciente reveló que 21 por ciento de la población mayor de 18 años había sido víctima de un robo en las dos semanas anteriores y 30 por ciento tenía amigos o familiares que habían sufrido robos o secuestros en el mismo lapso.
Las mujeres sufren en mayor medida robo de automóviles, asaltos y violaciones. Sólo en el cono norte de Lima, una zona pobre de alrededor de un millón de habitantes, se denunciaron 50 violaciones en el último trimestre del año pasado, cinco de las cuales contra niñas de 13 a 15 años.
Según datos de la Corte Superior del Cono Norte, en esa zona de la capital se producen cinco violaciones diarias y las víctimas suelen ser adolescentes menores de 15 años.
Por otra parte, ejecutivos y adolescentes de las zonas residenciales son las víctimas predilectas de los secuestradores, que no suelen reclamar grandes rescates. La "tarifa" oscila entre 2.000 y 5.000 dólares.
"Los delincuentes que cometen secuestros al paso seleccionan a las víctimas por su perfil socioeconómico. Contrariamente a lo que se cree, no les hacen un seguimiento previo, los seleccionan en la calle y los secuestran", asegura Locatelli.
Esto le sucedió a Rafo Estremadoyro, un estudiante de 17 años que fue secuestrado por tres jóvenes apenas mayores que él mientras sacaba dinero del cajero automático de un banco en Miraflores, un barrio de clase media de Lima.
El joven, que tenía sólo cien soles (unos 35 dólares) en su cuenta, fue golpeado y obligado a entregar el dinero.
Tras una hora de dar vueltas en un automóvil robado por diversas zonas de Lima, los asaltantes lo liberaron en el otro extremo de la ciudad, luego quitarle las zapatillas deportivas.
Una niña de nueve años, secuestrada en la puerta del colegio y liberada pocas horas después tras el pago de un rescate de 2.000 dólares, contó que en la casa donde estuvo retenida había otros seis niños que habían sido raptados en las últimas 24 horas.
De la ola delictiva no se salvan ni siquiera los barrios más pobres, donde los rescates solicitados son más modestos: desde un televisor a color hasta la cantidad que la víctima tenga en el bolsillo.
A las unidades de transporte público que transitan por zonas populares suelen subir bandas de tres a seis personas que despojan a los pasajeros de todo objeto de valor.
La explosión delictiva suele explicarse por la facilidad con que se pueden conseguir en Lima armas de fuego, las que no fueron incautadas a los guerrilleros, las que han sido dadas de baja por los narcotraficantes o las que venden los propios policías.
Es decir, se trata de un temible mercado negro donde se puede conseguir desde una simple pistola de fogueo por cien dolares hasta una ametralladora de guerra por 2.500 dolares.
A ello se suma las carencias de la policía de Lima, que cuenta con sólo 600 vehículos patrulleros y un policia por cada 2.000 habitantes, cuando el mínimo recomendado internacionalmente es de un policía por cada 187 ciudadanos.
Pero muchos expertos consideran que la violencia delictiva no cesará mientras exista la causa que la produce, la pobreza. "Mientras la policía siga mal pagada y mientras no disminuya el desempleo, que en Lima supera el 20 por ciento, la violencia no disminuirá", asegura el economista Denis Falvy.
Alrededor de la mitad de los seis millones de habitantes de Lima viven en condiciones de pobreza, 30 por ciento de los cuales en extrema pobreza. (FIN/IPS/zp/ag/ip/98