Un matrimonio de mediana edad, propietarios de una tienda de productos fotográficos en la capital de Japón, no pudieron pagar los salarios de sus nueve empleados y se suicidaron porque pensaron que lo único que podían hacer.
Pocos días antes, tres amigos que poseían una pequeña empresa de partes de auto se ahorcaron, al parecer en cumplimiento de un pacto suicida. Los bancos habían rechazado poco antes sus solicitudes de crédito. Tenían deudas por 29 millones de dólares.
No todo marchó bien en la segunda economía planetaria en los últimos años, pero al parecer la situación empeora sin cesar. El Banco de Datos Teikoko informó que 1.502 empresas fueron a la quiebra en enero, 24,8 por ciento más que en el mismo mes de 1997.
Los sociólogos temen que, a medida que se avecina un aumento del número de bancarrotas, recrudezcan los suicidios, en especial entre propietarios o gerentes de pequeñas y medianas empresas.
Las últimas estadísticas sobre suicidios disponibles indican que en 1996 se suicidaron 24.14 personas en este país de 125 millones de habitantes.
El suicidio es un medio de expresar remordimiento o vergüenza natural para los japoneses. También constituye una especie de pedido de disculpa pública para funcionarios que cometieron delitos graves.
Las pequeñas y medianas compañías, muchas de ellas de propiedad familiar, constituyen casi 90 por ciento del universo empresarial japonés y son consideradas la columna vertebral de la economía nacional. Son, además, proveedoras de insumos y maquinaria barata de las grandes corporaciones.
Pero la recesión redujo la demanda, mientras aumentó el volumen de importación de insumos procedentes de países vecinos, aun más baratos que los nacionales a causa de la devaluación de las monedas del sudeste de Asia.
Como consecuencia, los contratos de las pequeñas y medianas empresas japonesas disminuyeron de forma drástica, lo cual las empuja al borde de la quiebra.
El matrimonio de la tienda de fotografía, por ejemplo, había invertido en maquinarias caras durante los años de la "burbuja económica" en la década del 80. Pero la clientela bajó en los últimos años, lo que les dificultó el pago de las deudas.
Kiyostunaga Shitara, directivo de un sindicato de gerentes de nivel intermedio, atribuyó la situación a los bancos que prestaron dinero en los años de la "burbuja económica", en especial si la empresa deudora ofrecía terrenos como garantía.
Hoy, la mayoría de los bancos tratan de limitar su exposición a eventuales deudas incobrables, que se estima en decenas de miles de millones de dólares.
"Ellos, los banqueros, fueron los que inflaron la burbuja. Ahora que reventó, cayeron los precios del mercado inmobiliario, hubo pérdidas en la bolsa y empiezan los problemas", explicó Shitara.
"Con la economía debilitada, los préstamos bancarios se hacen necesarios para sobrevivir, pero el problema es que tropezamos con negativas. La mayoría de los empresarios del sector de partes de autos, por ejemplo, consideran abandonar el rubro", dijo un sindicalista.
El gobierno, por su parte, emprenderá un programa que combina reducción de impuestos para impulsar la demanda interna y la asignación de fondos estatales de ayuda a los bancos.
Pero el plan no tendrá efectos beneficiosos sobre la mayoría de las empresas japonesas en apuro, algunos de los cuales manifestaron que la situación impone medidas más drásticas y urgentes.
"Estamos prontos para asumir lo peor", dijo un empresario que observa con resignación el creciente volumen de las importaciones desde China y el resto de Asia oriental.
La noticia del suicidio de los tres fabricantes de partes de automóviles conmovió al comerciante pesquero Nobuyuki Maeda. "Yo pude haber sido uno de ellos", dijo.
A mediados de los años 80, la "burbuja económica" aumentó las ganancias de Maeda a un ritmo tan acelerado que el empresario llegó a considerar el traslado de su pequeña pescadería en un vecindario de clase alta a un moderno centro comercial.
"Mis competidores expandían sus actividades y me sentí tentado a hacerlo. Pero si me hubiera mudado tendría ahora una gigantesca deuda sin posibilidades de pagarla", dijo el comerciante.
A pesar de su pragmatismo y frugalidad, los ingresos anuales de Maeda se redujeron 30 por ciento. Los clientes reducen su consumo. Maeda y su esposa son los únicos que atienden la pescadería y trabajan doble horario para mantener el negocio a flote.
El comerciante se levanta todas las mañanas a las cinco para negociar en mejores condiciones sus compras en el mercado. Llega a su casa después de las nueve de la noche. Su esposa lo hace dos horas antes para preparar la cena.
"Puedo cubrir mis necesidades y pagar mis deudas. ¿Pero qué sucedería si me enfermo mañana?", se preguntó. (FIN/IPS/tra- en/sk/cb/ral/mj/if/98