Estados Unidos es el "país más grandioso del mundo. Lo que hacemos es cumplir el papel de la nación indispensable…para que el mundo sea más seguro para nuestros hijos y nietos, y para la gente del planeta que acata las reglas", declaró la secretaria de Estado Madeleine Albright.
El momento fue de los más memorables del último enfrentamiento entre Washington y el presidente iraquí Saddam Hussein.
Albright pronunció estas palabras a mediados del mes pasado, en el estadio de la Universidad de Ohio, en medio de abucheos y críticas, en lo que fue un "cabildo abierto" de inesperada tensión para promover el apoyo al ataque militar que Estados Unidos pretende contra Iraq.
"Si tenemos que usar la fuerza, es porque somos Estados Unidos. Somos la nación indispensable. Nuestra altura nos hace ver más lejos hacia el futuro", reiteró Albright al día siguiente por televisión.
Las palabras de Albright se pueden considerar como un caso de excesiva euforia, pero reflejan la creciente confianza de los círculos de poder de Estados Unidos en el papel hegemónico que tiene Washington en el mundo, a fines del Siglo Estadounidense, como lo llamó Henry Luce, editor de la revista Time.
En la superficie, esta confianza parece justificada. En términos macroeconómicos, la economía funciona mejor que las de los demás países industrializados.
El Tesoro (ministerio de hacienda) estadounidense parece dirigir, y algunos piensan que dicta, las condiciones para el rescate financiero del sudeste asiático, a través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con el fin de abrir los mercados a la inversión y exportaciones de Estados Unidos.
En el frente diplomático, Washington defiende la ampliación de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) a través de Europa central y hacia los estados del mar Báltico, a pesar de las protestas de Rusia.
Estados Unidos también impone sanciones unilaterales a compañías extranjeras que invierten en países a los que Washington considera "delincuentes" y moralmente inaceptables.
Simultáneamente, Washington envió barcos y aviones de guerra al Golfo, en un pródigo despliegue de poderío militar con el fin de intimidar tanto a Iraq como a sus compañeros en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Estados Unidos adeuda más de mil millones de dólares a la ONU y otras instituciones multilaterales.
En las últimas semanas, Estados Unidos "actuó como 'sheriff' de la comunidad mundial", escribió en una columna del diario The New York Times el politólogo Ronald Steel.
No es de sorprender que aumente la inquietud de los aliados de Estados Unidos por la manera en que este ostenta su poder. Los líderes de China, Francia y Rusia objetaron la conducta dominante de Washington en referencias poco veladas a las virtudes de un mundo "multipolar".
Incluso el presidente sudafricano Nelson Mandela señaló que el enorme arsenal militar que se concentró en la zona del Golfo el mes pasado corresponde, en forma desproporcionada, a Estados Unidos.
El Departamento de Estado estadounidense denomina a este fenómeno el "problema de la hegemonía", que recibe cada vez más atención a raíz de la última crisis con Iraq, cuando Washington tuvo dificultad para conseguir el respaldo internacional.
El temor en Washington es que su papel de liderazgo en la política internacional esté provocando una reacción adversa mundial.
Un estudio de la Agencia de Información de Estados Unidos halló a fines del año pasado que algunos analistas extranjeros se están volviendo "casi paranoicos con respecto a las supuestas intenciones de Washington en el mundo".
Incluso algunos de los políticos derechistas más extrovertidos parecen preocupados por la situación.
"Si no aprendemos a cambiar nuestro estilo de liderazgo, al final sufriremos el enorme resentimiento de todo el planeta", advirtió el presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, antes de que se desatara la crisis del Golfo a fines de 1997.
La crisis de Iraq y el rescate financiero dirigido por Estados Unidos en el sudeste asiático no ayudan a calmar la situación, señaló Jim Hoagland, columnista del diario The Washington Post, quien advirtió esta semana que se está preparando una "fuerte reacción adversa" en Asia y Medio Oriente.
Los países con actitudes hegemónicas "generan envidia y resentimiento porque imponen su autoridad y suponen que los intereses de la humanidad corresponden a los suyos. Se forman coaliciones para contenerlos. El éxito engendra rebelión", según Steel.
En este contexto, la actitud de Albright resulta notable.
"¿Acaso hubo un mejor ejemplo de la arrogancia del poder?", preguntó el columnista de The New York Times, Bob Herbert, con respecto a las declaraciones de Albright.
Esa pregunta se refiere a la crítica que en 1967 hiciera el entonces presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, William Fulbright, a la política de Washington en Vietnam.
Fulbright se expresó contra la "moralidad de la confianza absoluta en uno mismo, alimentada por el espíritu de las Cruzadas".
Pero, a diferencia de lo que ocurrió durante la mayor parte de la guerra de Vietnam, parece que el espíritu "de las Cruzadas" se limita ahora a los sectores de elite.
Dos sondeos de opinión publicados en los últimos cuatro meses revelaron la creciente brecha entre la actitud del pueblo y los círculos de poder de Estados Unidos, precisamente sobre la cuestión del papel de Washington en el mundo.
Las encuestas, del Centro de Investigación Pew para el Pueblo y la Prensa y el Centro de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Maryland, hallaron que la elite tiene más confianza en el liderazgo de Washington que el resto del pueblo y está más dispuesta a utilizar la fuerza contra sus enemigos.
El pueblo, por otra parte, se inclina más a delegar el poder a la ONU. "El público no quiere que Estados Unidos tome un papel más activo que los demás" países, señaló el director de Pew, Andrew Kohout.
Ese mensaje surgió a la fuerza por primera vez en el "cabildo abierto" de Ohio, cuando Albright y otros jerarcas del gobierno parecieron asombrados por las incisivas preguntas del público.
Los presentes interrogaron a los funcionarios sobre el derecho moral del gobierno a atacar a Iraq, el rechazo al uso de la fuerza de la mayoría de los aliados de Estados Unidos, y los "distintos patrones de justicia" que Washington aplica a países que violan normas internacionales, entre otras cuestiones.
"Le sugiero, señor, que estudie cuidadosamente la política exterior de Estados Unidos", replicó Albright a la última pregunta. "Siento como si estuviera de vuelta en los años 60", comentó un espectador, ex activista contra la guerra de Vietnam, sobre la respuesta de la secretaria de Estado. (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/aq-lp/ip/98