Estados Unidos ha respetado un acuerdo para la prohibición de pruebas nucleares, pero mientras tanto la fuerza aérea de este país ha desarrollado nuevos mecanismos para lanzar bombas de uranio desde su flota de bombarderos.
La fuerza aérea tiene prevista una prueba para la próxima semana, durante la cual lanzará dos de sus bombas más sofisticadas, de la clase B61-11, en un remoto rincón de Alaska, un territorio que, por cierto, pertenece a grupos indígenas.
No habrá ningún tipo de explosión, aseguró la fuerza aérea de Estados Unidos, pues la prueba sólo pretende medir la capacidad de penetración de las nuevas bombas cuando caen sobre un terreno congelado.
Pero grupos antibélicos y los que se oponen a las pruebas nucleares están indignados con la prueba y la posibilidad de que se obtenga certificación para la B61-11, la primera arma nuclear con una nueva capacidad militar que ingresa al arsenal de Estados Unidos desde 1989.
En una carta enviada la semana pasada al presidente Bill Clinton, más de un centenar de organizaciones de Estados Unidos y otros lugares del mundo le pidieron una prohibición efectiva de pruebas nucleares y la suspensión del experimento en Alaska.
"Con esto se viola el espíritu del tratado de prohibición de pruebas nucleares de 1996 y de todos los esfuerzos internacionales para lograr el desarme nuclear", advirtió Tara Thorton, representante de Military Toxics Project, un grupo que apoya el desarme.
Cada una de las bombas contiene uranio reducido, un material radiactivo de alta densidad y toxicidad que ha sido clasificado por las Naciones Unidas como arma para la destrucción masiva.
Las nuevas bombas pueden ser reguladas para desplegar un poder explosivo de entre 300 y 300.000 toneladas de TNT. La primera bomba atómica, detonada en la localidad japonesa de Hiroshima al final de la segunda guerra mundial, tenía un poder de 20.000 toneladas de TNT.
Además de violar el tratado de prohibición de pruebas, que aún no está vigente pero fue firmado por 149 países, el experimento de Alaska podría tener severas consecuencias ecológicas y sanitarias, alertó una coalición de más de un centenar de grupos ambientalistas, de derechos humanos y antibélicos.
La fuerza aérea, entretanto, insiste en que sólo se trata de probar la capacidad de penetración de las bombas, que están diseñadas para explotar y matar enemigos escondidos bajo tierra.
"Esta prueba no es una violación del Tratado internacional, pues no se trata de nuevo armamento, sino de la modificación de antiguo inventario nuclear", aseguró a IPS la portavoz de la fuerza aérea, Gerda Parr.
"Incluso si la bomba resulta perforada con el impacto, el uranio no escaparía del contenedor, tal como ha quedado demostrado en 24 pruebas ya realizadas", añadió.
Pero los opositores a esta prueba argumentan que las bombas son peligrosas.
"Este tipo de uranio es peligroso para nuestros propios soldados, así como para las personas que trabajan en las minas de donde se lo extrae en todo el mundo, en los lugares donde se lo procesa, donde se producen las bombas y donde se prueban para la batalla", afirmó Pamela Miller, de Community Action on Toxics, un grupo comunitario de Alaska.
Miller dice que si bien las bombas no explotarán, existe la posibilidad de que el contenedor de acero se fisure y entonces escapen partículas de uranio capaces de contaminar un amplio territorio, que incluiría áreas residenciales y de pesca.
Al ser inhalado, este tipo de uranio de puede alojar en el tejido pulmonar desde donde emite radiaciones que a la larga provocan cáncer. La sustancia también ha sido vinculada a enfermedades renales.
Grupos que defienden derechos de los indígenas en Estados Unidos dijeron que la fuerza aérea no negoció con las etnias nativas de la zona en un esquema de gobierno a gobierno, tal como lo exige una orden presidencial, y por lo tanto no tiene autorización para la prueba.
Incluso si la bomba no contamina la zona, organizaciones indígenas consideran que la minería y el uso del uranio para armamento constituyen una amenaza a la salud de las personas y al medio ambiente.
Las minas de uranio suelen ubicarse en territorios indígenas. En los años 40 y 50 los navajos del sudeste de Estados Unidos trabajaron en minas de uranio para el programa nuclear del país. Años después, sufren de cáncer y enfermedades respiratorias que, según aseguran, están relacionadas con esa sustancia.
En el caso de la producción, en Nuclear Metals, una fábrica de armas con uranio ubicada en Massachusetts, se registró contaminación de aguas superficiales y subterráneas, así como de los suelos, de acuerdo con grupos ambientalistas de esa zona.
Comunidades aledañas ostentan el segundo lugar en el número de casos de cáncer de tiroides en esa región.
Los soldados que han entrado en contacto con armas de uranio también han experimentado algunos de sus efectos. Veteranos de organizaciones muy conservadoras han pedido al Departamento de Defensa que reconsidere el uso de armas de uranio reducido, preocupados por sus efectos entre las tropas estadounidenses.
En la carta enviada a Clinton para impedir la prueba de Alaska se le manifiesta la preocupación por las implicaciones que tendría a nivel nacional e internacional la incorporación de un nuevo armamento al arsenal nuclear.
"Le pedimos que lidere al mundo en la prohibición de armas nucleares, comenzando por cancelar la prueba y certificación de esta bomba", añadieron. (FIN/IPS/tra-en/dk/mk/lc/ag/ip-en/98