El divorcio siempre estuvo en la mente de Imelda, una filipina de 36 años que contrajo matrimonio con un hombre japonés hace siete años.
Pero la mujer, de hablar suave, sostiene que pese a la soledad y el abuso físico que a veces debe soportar de su esposo, nunca lo dejará por temor a perder a sus dos hijos.
"Luego del nacimiento de mi primer hijo, le pedí el divorcio, y él me respondió que podía irme esa misma noche, llevándome sólo mi ropa. No pude soportar la idea de separarme de mi hijo, que en ese entonces tenía sólo 10 meses", explicó. Por lo tanto, se quedó en su casa.
Imelda es sólo una de las numerosas personas, tanto extranjeras como japonesas, que están atrapadas en matrimonios infelices porque las leyes de Japón ignoran los derechos de los padres a seguir en contacto con sus hijos, y a la inversa, luego de un divorcio.
"La ley de divorcio de Japón pasa por alto los derechos de los niños a tener acceso a ambos padres", afirmó Mizuho Fukushima, una asistente social que trabaja con mujeres y trabajadores extranjeros en Tokio.
Es por ese motivo que en muchos casos las mujeres que desean dejar a sus esposos japoneses no lo hacen, y las que se animan ven su situación empeorada por las dificultades económicas de la crianza de los hijos.
La situación es particularmente difícil para las extranjeras, porque tienen el problema adicional de obtener visas para permanecer en el país luego de un divorcio. Las mujeres asiáticas no japonesas son especialmente vulnerables debido a la discriminación, según activistas.
Los problemas experimentados por mujeres y hombres extranjeros para tener acceso a sus hijos luego de una separación o divorcio fueron destacados en una conferencia organizada por la rama japonesa de la organización Consejo por los Derechos de los Niños, un grupo con sede en Washington.
Allí, varios extranjeros se pronunciaron contra un sistema que niega a sus niños el derecho a ver y desarrollar vínculos con sus padres biológicos, y equipararon la situación a un secuestro.
Dale Martin, un inglés, relató que no ve a su hija de seis años desde hace dos porque su esposa japonesa no se lo permite, pese a sus cartas, llamadas telefónicas y a un difícil acuerdo de visita firmado en un tribunal de familia en diciembre de 1994.
Margaret Leyman, una periodista estadounidense residente en Tokio, afirmó que su ex esposo japonés le prohíbe a su hijo encontrarse con ella.
"Mi hijo, que ahora tiene 12 años, vive con mi ex suegra desde que la corte decidió que yo, como trabajadora y extranjera, no soy una madre responsable", explicó.
En ambos casos, los extranjeros firmaron documentos de divorcio que, sin su conocimiento, incluían el otorgamiento de la custodia de los hijos a sus antiguos cónyuges.
Las leyes japonesas reconocen el divorcio por mutuo consentimiento. Tanto Leyhman como Martin supusieron que, al igual que en muchos países occidentales, la custodia era un asunto separado del divorcio y sería tratada como tal según el sistema legal japonés.
"Me quise morir al darme cuenta de que había renunciado a mi derecho a ver a mi hijo y le había negado a él su derecho a tener a su madre y vivir una cultura diferente", recordó Leyman, quien luego intentó al menos obtener el derecho de visita.
Los problemas se deben a que el concepto de derechos de visita o custodia compartida no está profundamente arraigado en el sistema japonés, sostuvo Fukushima.
"No hay leyes específicas sobre visitas como en la mayoría de los países y las consultas entre jueces y niños no son comunes, por lo tanto es difícil que el padre que no tiene la custodia obtenga acceso a su hijo", explicó.
"Esto se debe a que la tradición japonesa no considera a los niños como individuos con derechos propios, sino como una pertenencia de la familia", añadió la asistente social.
Así mismo, señaló que en muchos casos las mujeres extranjeras separadas de sus esposos japoneses llevan las de perder en sus batallas por la custodia, ya que sus hijos no hablan el idioma de la madre y los jueces deciden que estarán mejor con el padre japonés, que tiene medios para criarlo o el apoyo de los abuelos.
Los activistas y los perjudicados por las actuales leyes señalan que éstas deben modificarse a medida que aumentan los matrimonios con extranjeros y los divorcios.
Desde los años 80, el número de casamientos entre japoneses y mujeres extranjeras (típicamente chinas, tailandesas o filipinas) comenzó a aumentar rápidamente.
En 1997, Japón registró más de 28.000 matrimonios entre personas de distintas nacionalidades, de los cuales 60 por ciento eran de hombres japoneses con mujeres coreanas, chinas, filipinas, tailandesas, brasileñas o peruanas, según el Ministerio de Salud y Bienestar Social.
Además, más de dos por ciento de todos los niños nacidos en Japón tienen padres extranjeros. (FIN/IPS/tra-en/sk/js/ml/pr hd/98