El sudeste de Asia puede aprender algunas lecciones del modo como América Latina enfrentó crisis económicas de años pasados, sostuvo una funcionaria del BID.
Aunque las causas de las crisis económicas de América Latina en los años 80 y 90 fueron distintas, y la expansión geográfica del actual contagio asiático fue mucho mayor, el daño social sufrido por los habitantes de ambas regiones es parecido.
El sudeste asiático puede tomar nota sobre lo actuado por América Latina en materia de tratamiento del aumento de la pobreza, el desempleo, el descontento social y la importancia de efectivas y oportunas redes de seguridad, señaló Nora Lustig, experta del BID (Banco Interamericano de Desarrollo).
Es importante que las sociedades en crisis cuenten con válvulas de escape, como la transición democrática en el caso de América Latina, que permitan a los ciudadanos expresar sus problemas, añadió Lustig, directora de la división asesora sobre pobreza y desigualdad del BID.
Lustig advirtió que Asia debe estar preparada para comprender que "los costos sociales en materia de pobreza y desigualdad pueden ser sustanciales y no del todo reversibles", incluso después de pasados los peores momentos.
En los años 80, los gobiernos latinoamericanos no siempre actuaron con la debida premura para neutralizar las peores consecuencias de los problemas económicos sobre los pobres, explicó Lustig.
Los gobiernos "estaban demasiado concentrados en los ajustes microeconómicos y la gente confiaba en que las familias y las comunidades les ofrecerían redes de seguridad social", dijo la semana pasada en el Foro de Desarrollo Asiático, organizado en Manila por el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo.
De hecho, hoy, ocho meses después de que la crisis financiera se desatara en Asia y luego paralizara a Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, surgen por doquier evidencias de que se acercan tiempos aun más difíciles.
La inflación en Indonesia llegó a 32 por ciento y el desempleo en Tailandia, hasta hace poco una economía que sufría escasez de mano de obra, saltó a 5,9 por ciento desde el 1,5 por ciento en 1996.
"Nadie sabe cuál será el alcance de la crisis", comentó Javad Jalilzadeh Sharizi, gerente regional de estrategia y asociaciones del Banco Mundial.
"Pero no es probable que sea de corta duración, así que el fortalecimiento de las redes de seguridad social se debe considerar con seriedad", dijo en Manila.
Las tendencias de América Latina durante sus períodos de dificultades económicas entre 1980 y 1990 y los dos años posteriores a la crisis mexicana de 1994 son aleccionadoras.
En los años 80, marcados por la crisis de la deuda externa, aumentaron la pobreza y el desempleo y bajaron los sueldos en Brasil, Chile y México.
En Argentina, la pobreza se duplicó y la inflación superó 2.300 por ciento anual en 1991 antes de que el gobierno de Carlos Menem fijara una caja de conversión monetaria, en un plan radical denominado "cirugía sin anestesia".
Entre 1982 y 1983, el desempleo sufrió una de las subas más pronunciadas en Chile, presionado por la deuda externa y los préstamos internos concedidos por bancos comerciales.
Tras la caída del peso mexicano en 1994, el desempleo aumentó en México pero el mercado laboral se recuperó seis meses después. Los analistas creen que eso se logró por la gran cantidad de inversión extranjera que ingresó debido a la implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Cuando la devaluación del peso mexicano afectó a América Latina, la economía de Argentina ingresó en recesión y el desempleo llegó a 18 por ciento, mientras el gobierno intentaba defender la moneda.
Las diferencias en el ingreso se ahondaron durante los años críticos de la región, mientras aumentaba la riqueza del 10 por ciento más adinerado de la población, añadió Lustig. Los estratos "pobres moderados" y la clase media figuraron entre los más perjudicados. La delincuencia también aumentó.
Los problemas sufridos por América Latina revelan que los gobiernos deben incorporar redes de seguridad social dirigidas a los sectores más necesitados, sugirió Lustig.
Una de las medidas más habituales adoptadas en la región en los años 80 fue la creación de "fondos sociales" que generaron empleos para los desplazados.
Lustig señaló que esas redes fueron incorporadas con lentitud en Chile y Bolivia.
Sería mejor que Asia actuara con mayor celeridad, aunque las estructuras de seguridad social son inadecuadas en Corea del Sur, Indonesia y Tailandia, poco habituadas al elevado desempleo.
Corea del Sur afrontó la perspectiva del desempleo masivo con un acuerdo social entre sindicatos, gobierno y empresas que redujo los salarios y las horas de trabajo para evitar los despidos.
Existen otras formas de amortiguar los golpes de la crisis económica, como la ampliación de la cobertura del seguro médico para los trabajadores desplazados, algo que México hizo en el pasado.
Lustig también recomienda cautela a la hora de quitar los subsidios generales durante los problemas económicos y sugiere su reemplazo por "subsidios localizados" para ayudar a los más pobres.
La funcionaria considera lógico quitar los subsidios, pero no aprueba un cambio drástico "durante lo peor de la crisis, cuando la gente recibe golpes por todos lados".
Indonesia se comprometió con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a eliminar los subsidios de la gasolina, a pesar del creciente descontento con la suba de los precios.
"Los organismos multilaterales tienen la responsabilidad de decir qué habrá de sustituir a los subsidios generales eliminados", dijo Lustig. En el pasado, el FMI tuvo que dar marcha atrás en las reformas que causaron inquietud social en América Latina, añadió.
"Creo que las instituciones financieras multilaterales aprenden con lentitud", respondió al preguntársele si las agencias aprendieron que las redes de seguridad social deben ir de la mano junto a las reformas, y no solo cuando aparecen los disturbios.
El FMI demostró cierta flexibilidad al declarar que algunas de las metas económicas de Indonesia se deben relajar para permitir la importación de alimentos más baratos, debido al creciente descontento social.
Una de las mayores lecciones de los años de crisis latinoamericana es el valor que tienen las sociedades democráticas en el control de los problemas económicos, sostuvo Lustig.
"La democracia puede ser una válvula de escape efectiva", dijo. El cambio de regímenes autoritarios a democráticos permitió la administración de los problemas económicos en América Latina sin que se transformaran en conflictos reales o en inestabilidad duradera, añadió.
Lustig opinó que, aunque las dificultades económicas fueron más graves, los latinoamericanos cosecharon "ingresos psicológicos" al saber que cuentan con regímenes democráticos en lugar de represores. "Quizá la gente se sintió compensada por la pérdida de ingresos económicos", manifestó.
Aunque la democracia incorpora las reformas con mayor lentitud, las instituciones democráticas fortalecidas hicieron que los cambios funcionaran a largo plazo, aseguró Lustig.
Los cambios en los gobiernos de Tailandia y Corea del Sur fueron catárticos para la población, irritada por la complacencia y la corrupción. Pero no ocurrió lo mismo en Indonesia, donde el presidente Alí Suharto asumió su séptimo período quinquenal de gobierno la semana pasada. (FIN/IPS/tra-en/js/ral/aq-mj/if dv/98