La agricultura se convirtió en campo de una guerra bacteriológica y química infinita, que justifica emboscadas comerciales y golpes de ingeniería genética.
El gran enemigo ahora en Brasil es la mosca blanca, que resiste a los plaguicidas en uso y está provocando fuertes pérdidas en los cultivos de soja, algodón, frutas y productos hortícolas del centro, sudeste y noreste del país.
El insecto es conocido en Brasil desde hace 70 años, pero sólo se tornó un enemigo temible hace una década, por alguna mutación que lo hizo muy resistente a los insecticidas, logrando así condiciones para multiplicarse.
Lo peor es que parece capaz de atacar cualquier cultivo, según la investigadora Maria Regina Vilarinho, de la Empresa Brasileña de Investigaciones Agropecuarias (Embrapa), y se teme que extienda su destrucción a los naranjales del estado de Sao Paulo, que hacen de Brasil el mayor exportador mundial de jugo cítrico.
Además, podrá afectar a uno de los programas prioritarios del gobierno, la fruticultura en el noreste, una región pobre y semiárida que descubrió recientemente esa vocación agrícola, convirtiéndose en exportadora de frutas tropicales.
La mosca blanca ataca masivamente y en algunas siembras provoca "pérdida total", comprobaron expertos de Embrapa. Chupan la savia y sus excrementos atraen hongos que agravan los daños causados a las plantas.
La mayor agresividad y expansión en la última cosecha es atribuido al calor provocado por el fenómeno de El Niño, que calienta las aguas del océano Pacífico.
Este es un caso aparentemente de desarrollo interno, en que el exceso o mal uso de agrotóxicos puede haber contribuido a la diseminación, resistencia y capacidad destructiva de la mosca.
Pero el peligro viene principalmente del exterior. Hasta 1994, cuando las importaciones brasileñas eran muy limitadas, entraba anualmente al país un promedio de 20 nuevas especies de insectos, virus y hongos dañinos a la agricultura. Ahora son centenares, estima Enio Marques, secretario de Defensa Agropecuaria.
El aumento resulta de la apertura del mercado brasileño y su consecuente ampliación de las importaciones, en un proceso acelerado no acompañado por el sistema de control sanitario.
Los agricultores se quejan de la vulnerabilidad nacional ante esa invasión que reduce cosechas y aumenta los costos de producción. Brasil ya es uno de los mayores consumidores mundiales de agrotóxicos.
La industria de productos de defensa de los cultivos facturó 1.860 millones de dólares el año pasado en Brasil, registrando un crecimiento de 21,23 por ciento, según la Asociación Nacional de las empresas del sector.
El Ministerio de Agricultura está más preocupado de las fronteras brasileñas que los militares. Uno de sus estudios identificó 38 plagas aún inexistentes en el país, pero que lo acechan desde tierras vecinas, justificando la necesidad de intensificar el control.
Es el caso de la "hierba de bruja", maleza que en Ecuador y en Estados Unidos está destruyendo cultivos de maiz, trigo y sorgo, o de la cochinilla rosada, encontrada en Guyana y considerada capaz de atacar hasta 200 especies vegetales.
Los agricultores presionan por una defensa sanitaria más eficaz, para evitar pérdidas y costos adicionales. Los productores de manzanas, por ejemplo, acusan a Argentina de "exportar" sus plagas, como la mosca "cydia pommonela", a los manzanares del sur de Brasil.
El problema es que tales reclamos se confunden con proteccionismo comercial. Los mismos agricultores brasileños condenan las restricciones que impiden el acceso de sus productos, especialmente frutas, a mercados ricos, como Japón, Estados Unidos y Europa.
Las exigencias fitosanitarias ocultan la protección indebida a la producción nacional. Japón exige para importar el mango brasileño tratamientos contra bacterias y hongos que no son exigidos al fruto procedente de países asiáticos, se quejan los exportadores.
Las plagas agrícolas, emigrantes indeseables, siembran así la discordia comercial. Además, sirven de fuerte argumento en favor de la plantas transgénicas, contra las advertencias de ambientalistas sobre riesgos no plenamente identificados ni neutralizados en las investigaciones.
La soja transgénica, sometida a estudios experimentales en el Centro de Embrapa especializado en ese grano, permitirá una reducción de al menos 20 por ciento en los gastos de productos de defensa de los cultivos, sostuvo Rogerio Rizzardi, dirigente de la Asociación Brasileña de Productores de Semillas. (FIN/IPS/mo/ag/en/98