El acuerdo entre el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, y el viceprimer ministro iraquí, Tariq Aziz, evitó la guerra en el Golfo, pero no hay consenso sobre si el ganador es Iraq o Estados Unidos.
Los partidarios de Washington razonan que si no fuera por los barcos y soldados que el presidente Bill Clinton envió al Golfo, su par iraquí, Saddam Hussein, no habría cedido y aceptado las inspecciones de la ONU, sin trabas ni condiciones, de los ocho sitios presidenciales que constituían el centro de la disputa.
Según esa opinión, Saddam Hussein comprende sólo el uso o la amenaza de la fuerza y cede únicamente por la presión militar. Desde este punto de vista, el último episodio responde a un viejo modelo y no ofrece novedades.
Pero, para otros que adoptan una perspectiva menos simple de los últimos acontecimientos, la crisis se distinguió por varias razones.
Mientras Washington consiguió la promesa por escrito de Iraq de permitir la inspección sin trabas, condiciones, ni límite de tiempo, también pagó un alto precio político por ello, sostienen.
En primer lugar, el último episodio expuso la debilidad de Clinton en Estados Unidos y Medio Oriente. En un principio, la satanización de Saddam Hussein favoreció a los políticos de línea dura de Washington.
Pero la población estadounidense llegó a dudar de la eficacia de los misiles crucero para eliminar armas de destrucción masiva o conseguir que los inspectores de armas de la ONU accedan a los sitios bajo sospecha en Iraq.
El 1 de este mes, un sondeo de opinión de la empresa Gallup reveló que 50 por ciento de los estadounidenses apoyaban la opción del ataque militar contra Iraq, mientras 46 por ciento preferían la solución diplomática.
Pero, 15 días después, el respaldo al ataque había descendido a 40 por ciento y quienes favorecían la vía diplomática representaban 56 por ciento.
La debilidad de Clinton en el exterior era más severa. A principios de 1991, en vísperas de la guerra del Golfo, de los 28 estados que se unieron a Estados Unidos contra Iraq, 13 eran árabes, africanos (Níger y Senegal) o de Asia meridional (Bangladesh y Pakistán).
Esta vez, de los 20 países que se aliaron a las fuerzas estadounidenses, sólo Kuwait y Senegal proceden del mundo árabe y Africa, lo que daba la impresión de que los países industrializados se unían contra uno en vías de desarrollo.
Los líderes de estados como Arabia Saudita y Egipto, longevos aliados de Estados Unidos, expresaron en forma reiterada su oposición al ataque militar contra Bagdad.
Incluso el gobierno de Bahrein, sede de la Quinta Flota de Estados Unidos, se negó a permitir que el Pentágono (Ministerio de Defensa estadounidense) utilizara su territorio para lanzar ofensivas aéreas contra Iraq.
Los líderes árabes también estaban conscientes de la ira que sienten sus poblaciones por el sufrimiento del pueblo iraquí tras 90 meses de embargo económico impuesto por la ONU.
Mientras el mundo árabe, con excepción de Kuwait, se oponga públicamente a las ofensivas aéreas de Estados Unidos, no se puede considerar que Iraq esté aislado. Por el contrario, Saddam Hussein y su pueblo recibieron con agrado esta demostración de solidaridad árabe.
El fracaso de la política de "contención dual" de Washington, dirigida a aislar a Irán e Iraq, quedó de manifiesto porque Teherán también logró nuevos vínculos durante las semanas de la crisis.
El sábado, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, presidente iraní entre 1989 y 1997, se reunió en Riyadh con el viejo aliado de Washington, el rey Fahd de Arabia Saudita.
En la primera visita de un máximo líder iraquí al reinado saudita desde la revolución islámica de 1979, Rafsanjani y Fahd repitieron su oposición a la acción militar de Estados Unidos contra Bagdad.
En la arena internacional, el último episodio significó el fin de un monopolio de seis años de Estados Unidos sobre el poder en los asuntos internacionales después del colapso de la Unión Soviética en 1991.
Rusia y China, ambos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no dejaron que Washington los hiciera respaldar el uso de la fuerza contra Iraq.
Además, el episodio trajo a la luz el fracaso de Clinton para sustentar el proceso de paz de Medio Oriente inaugurado por su antecesor, George Bush, después que la coalición liderada por Estados Unidos derrotara a Iraq en 1991.
Toda la buena voluntad que Bush y su secretario de Estado, James Baker, ganaron en el mundo árabe ha sido desvanecida por Clinton y su indulgente política hacia el primer ministro de Israel, Benjamin Natanyahu.
Una vez que el polvo se asiente en la disputa por las inspecciones de armas de la ONU, la atención mundial quizás se vuelque al proceso de paz en Medio Oriente liderado por Washington, o lo que queda de él.
En Iraq, las perspectivas son un tanto mejores. La meta principal de Iraq era separar los ochos sitios presidenciales disputados de los demás sitios, y encontrar una forma de alejar a Richard Butler, jefe del equipo de inspectores de la Comisión Especial de la ONU (UNSCOM).
Ahora Bagdad logró su objetivo. El acuerdo Annan-Aziz permitirá a Annan designar un comisionado especial para escoger a los diplomáticos que acompañarán a los inspectores de UNSCOM cuando lleguen a los sitios presidenciales.
Al firmar un acuerdo directamente con Annan, los iraquíes lo involucraron directamente en el proceso, un gran logro diplomático para ellos. En el caso de cualquier problema futuro, los iraquíes se dirigirán directamente a Annan.
Aunque Butler sigue siendo presidente de UNSCOM, órgano con la responsabilidad de localizar y destruir armas de destrucción masiva y mantener un sistema de vigilancia, habrá perdido parte de su autoridad una vez sea designado el nuevo comisionado de Annan.
Esto no es bien recibido por Washington, ya que Butler sigue siendo clave para su estrategia. De modo significativo, Clinton pidió a Butler que evaluara el texto del acuerdo Annan-Aziz antes de tomar su propia decisión.
En el análisis final, como Saddam Hussein inició la crisis a fines de octubre oponiéndose al dominio de Estados Unidos y Gran Bretaña de los equipos de inspección de la ONU, las interrogantes básicas son cuáles eran sus objetivos y si logró alcanzarlos.
El líder iraquí pretendía que al más alto nivel en la ONU se escucharan las demandas de Iraq, y buscaba centrar la atención del mundo en el levantamiento del embargo de la ONU contra Iraq.
Además, se proponía subrayar la desigualdad de la posición de Clinton hacia Iraq en relación a la política de la Casa Blanca hacia Israel y los palestinos.
A juzgar por estos términos, Saddam parece haber ganado.
Pero el líder iraquí calcula mal si piensa que puede seguir ganando. Hussein debería evaluar la declaración de Annan, según la cual la diplomacia, respaldada por "la firmeza y la fuerza" puede lograr más que la mera diplomacia. En cuanto a Clinton, él puede encontrar algo de consuelo en las palabras de Annan. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/aq-lp/ip/98