Detrás de las fachadas de bonitos chalets de los alrededores de Buenos Aires, construidos por la clase media en ascenso hace más de tres décadas, crece en forma apenas perceptible un nuevo fenómeno social: la pobreza oculta.
Por afuera se disimula bastante bien. El frente permanece intacto, paredes sólidas, tejas bien colocadas y el espacio para el automóvil.
Pero el ingreso a las viviendas resulta una experiencia desoladora en muchos casos. Techos que filtran agua y enmohecen paredes y piso, reformas truncas y arreglos caseros que fueron paliativos alguna vez, paredes descascaradas, muebles amontonados y servicios básicos interrumpidos.
Es el cuadro que sintetiza la crisis de una clase media hasta hace pocos años ascendente. Por afuera mantiene las formas, los usos y costumbres, la educación, la forma de hablar y los sueños, pero adentro la miseria es la misma, o peor, que la de los más pobres.
Según la última medición del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, la clase media fue la que más perdió -en términos relativos- en el reparto del ingreso, al pasar de 36,3 a 35,9 por ciento en seis meses, el mismo período en el que mejoraron los más pobres.
Al amparo de unos 500.000 empleos precarios creados por el gobierno durante 1997 -y que ahora están comenzando a vencerse-, los más pobres conquistaron una porción más generosa, pero la clase media, calificada para otro tipo de empleo por su nivel de instrucción, sigue esperando.
Las condiciones de vida de los sectores medios de Argentina, que habían sido la muestra orgullosa de un país que se jactaba de promover la movilidad social ascendente, no hacen más que deteriorarse desde 1980, cuando participaban con una porción de más de 40 por ciento del ingreso.
El alto desempleo en la industria, las bajas remuneraciones de maestros, médicos y jubilados, la reducción del Estado y la privatización de empresas públicas fueron factores de un proceso que contribuyó al debilitamiento de este sector social.
Desde que se consiguió estabilizar la economía, la tasa de desempleo llegó a 18,6 por ciento y a partir de allí bajó hasta 13,7 en octubre debido a empleos no calificados, con salarios que no llegan a la mitad del mínimo, creados por el gobierno para paliar la alta desocupación.
Pero la clase media, con ideales de estudiar para progresar y "ser alguien en la vida", es reacia a aceptar dádivas oficiales y prefiere aguantar, suprimir gastos, renunciar a consumos que antes eran básicos y esperar tiempos mejores.
Según un informe de fines de 1997 del Estudio Equis, la pobreza que crece no es la que está agrupada en enclaves que Argentina se bautizaron como "villas miserias", sino otra más dispersa, oculta y que debe ser "interpretada" como pobreza, pues no se define como tal.
En Argentina, un tercio de la poblacin es pobre, alrededor de 11 millones de personas. Pero sobre ese total, hay 4,5 millones de pobres "tradicionales" que viven hacinados en asentamientos precarios, sin red de saneamiento ni recolección de residuos, y apenas con estudios primarios.
Geográficamente se los puede detectar con facilidad en las villas miseria, situadas algunas en Buenos Aires y en las principales ciudades del interior, y otras muchas en los cordones de la capital, donde llegan los migrantes del interior de Argentina o de países limítrofes.
Pero no ocurre lo mismo con los llamados "nuevos pobres" o "pobres por ingresos". Se trata de la típica familia que no pudo cumplir el sueño de financiar los estudios de sus hijos hasta el nivel terciario, y que enfrenta graves problemas de empleo.
Entre trabajos temporarios y la compensación de un desempleado con otro que consigue un empleo de más, en los hogares de clase media se pueden llegar a reunir unos 1.000 dólares mensuales, pero aún esta cifra no alcanza para cubrir las necesidades básicas de subsistencia.
La canasta básica de una familia tipo supera los 1.600 dólares mensuales, según el Instituto Nacional de Estadsticas y Censos. O sea que para que haya ingresos suficientes para destinar a "progreso" (refacciones, arreglos, mejoras) deberan conseguirse como mínimo 2.000 dólares.
"Este fenmeno se refleja en una pobreza de puertas adentro, oculta. Para identificar a estos nuevos pobres hay que franquear la puerta de su hogar", dijo a IPS el sociólogo Gabriel Kessler, de la consultora Equis y uno de los autores de la investigación.
Así, una recorrida por viviendas en venta, tasadas entre 100.000 y 150.000 dólares, resulta una travesía llena de sorpresas. Es frecuente encontrar dos familias viviendo hacinadas entre los muebles amontonados de ambas y jefes de hogar en horas de trabajo.
También se observa reformas sin terminar, tales como una planta alta sin puertas y ventanas, paredes o pilares sin techo o construcciones precarias de un dormitorio agregado -sin ventanas ni ventilación- o cocheras devenidas en quioscos o talleres.
"Se trata de la pobreza más extendida y profunda del fin de siglo en Argentina", aseguran los autores del trabajo, centrado en los populosos alrededores de Buenos Aires, donde hace algunas décadas florecieron los barrios de la clase media, construidos a crédito. (FIN/IPS/mv/ag/pr/98