El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, enfrenta un año difícil en 1998, en especial porque muchas de las metas de política exterior que se fijó este año no fueron alcanzadas, o están amenazadas.
Mientras las relaciones con Rusia y China parecen haberse estabilizado, el bloqueo del proceso de paz árabe-israelí y el continuo desafío del persidente de Iraq, Saddam Hussein, hacen de Medio Oriente el principal candidato a problemas el año próximo.
La crisis financiera asiática también plantea cuestiones clave sobre cómo Washington reaccionará ante un nuevo impulso exportador asiático, y demandas de más fondos de rescate.
La pérdida de cientos de miles de empleos en la región podría llevar a la inestabilidad política en algunos países como Indonesia, lo cual a su vez presentaría desafíos impredecibles a la política e intereses de Estados Unidos en el área.
Clinton también enfrenta grandes luchas a nivel nacional en su intento de lograr respaldo del Congreso para iniciativas de alta prioridad rechazadas este año por los parlamentarios.
Entre estas, su pedido al Congreso de miles de millones de dólares para el Fondo Monetario Internacional (FMI), más cientos de millones de dólares para pagar las deudas de Washington con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y la autorización de la "vía rápida" para negociar nuevos acuerdos comerciales.
El hecho de que 1998 es un año electoral en el Congreso sin duda limitará su espacio de maniobra en estos temas, haciendo más difícil la tarea de lograr mayorías bipartisanas. También significa que grupos de interés bien fundados y organizados disfrutan mayor influencia que de costumbre.
Además, el hecho de que el Partido Demócrata de Clinton permanezca profundamente endeudado desde la campaña electoral de 1996 erosiona aún más su capacidad de persuadir a congresistas a respaldarlo en políticas polémicas. Esto podría tener un fuerte impacto en varias iniciativas que Clinton tuvo la esperanza de zanjar el año pasado.
En Medio Oriente, por ejemplo, Clinton había intentado obtener un sustancial retiro de Israel de la todavía ocupada Cisjordania y restaurar el proceso de paz de Oslo.
Pero el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, efectivamente congeló el proceso en marzo, dejando a un lado los llamados de Washington a diseñar planes para retiros "creíbles", y desatando la indignación de árabes y palestinos.
El bloqueo no sólo pone en peligro los acuerdos de Oslo, sino también la posición de Washington en el mundo árabe, según demostró el fracaso de Clinton al intentar lograr el apoyo de los líderes árabes durante el último desafío de Saddam Hussein para poner fin al régimen de sanciones impuestas hace siete años por la ONU contra Iraq.
Como resultado, el proceso de paz y el desafío de Hussein quedaron en primer lugar de la agenda de Clinton para 1998. En efecto, Netanyahu y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, se ubicarán entre los primeros líderes que visitarán la Casa Blanca el año próximo.
Pero la cuestión para 1998 será si Clinton podrá reunir la voluntad política para aplicar una seria presión sobre Netanyahu, especialmente en un acto electoral, cuando los legisladores buscarán apoyo para la campaña tanto del poderoso grupo de presión israelí como de la Casa Blanca.
Una lógica similar se aplica con Irán. Clinton había esperado evitar una lucha perjudicial con la Unión Europea por una ley que penaliza a fimras extranjeras que inviertan en el sector de energía de Irán.
Los congresistas, ávidos por demostrar su dureza contra los ayatollahs, presionarán por la imposición de sanciones. El resultado podría ser un gran dolor de cabeza diplomático para Clinton y un mayor aislamiento de Estados Unidos en el Golfo en 1998.
Mientras analistas en Washington creen que Clinton logrará respaldo bipartisano para expandir la OTAN y la participación de Estados Unidos en la fuerza de paz liderada por la Alianza Atlántica en Bosnia, el Congreso y las elecciones se imponen sobre otras iniciativas consideradas prioridad por su gobierno.
Clinton se ha propuesto presionar por fondos para la ONU y el FMI y la autoridad de "vía rápida" para negociar nuevos acuerdos comerciales el año próximo, todas iniciativas que no logró concretar este año. Pero no está claro que tenga éxito.
La autoridad de la vía rápida, que asegura que el Congreso no pueda enmendar nuevos acuerdos comerciales una vez negociados, ha sido una gran meta del gobierno, que cuenta al Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre sus mayores logros.
Clinton alegó que el futuro de Washington en una era de globalización económica dependerá cada vez más de las exportaciones a mercados emergentes, en especial América Latina y Asia.
Sin embargo, tres cada cuatro demócratas en la Cámara de Representantes se opuso a la solicitud de Clinton porque no incluye fuertes protecciones de los derechos laborales y el medio ambiente.
Incapaz de apoyarse únicamente en votos republicanos, Clinton retiró la propuesta en noviembre, prometiendo lograr apoyo bipartisano para la propuesta en 1998.
Pero no hay indicios de que podrá superar la brecha entre los demócratas que buscan mayores garantías al trabajo y la ecología y los republicanos que se oponen.
Con un resurgente movimiento laborla, sin fondos ni energía para las guerras políticas del próximo noviembre, la mayoría de los analistas consideran casi nulas las posibilidades de Clinton de lograr el apoyo demócrata para una ley similar.
La Casa Blanca renunció a una ley de la vía rápida que autorizaría nuevos acuerdos comerciales con Chile y otras naciones de América Latina, a pesar de la promesa de Clinton de lograr una Area de Libre Comercio de las Américas en el 2005.
A cambio, buscará la aprobación de una propuesta mucho más estrecha para liberalizar el comercio mundial y las reglas de inversión en sectores específicos, como alta tecnología y agricultura.
Clinton enfrenta dificultades similares para obtener los 3.500 millones de dólares que quiere para el FMI y casi 1.000 millones para la ONU.
Ambas solicitudes fueron bloqueadas el año pasado cuando fuerzas antiabortistas en el Congreso se negaron a aprobarlas si Clinton no aceptaba prohibir la ayuda a grupos de planificación familiar en el exterior que urgen a sus gobiernos a suavizar las leyes contra el aborto.
Con el respaldo de fuertes presiones de defensores de los derechos de la mujer, Clinton prometió vetar esa disposición si llega hasta él, pero la dirigencia republicana se alineó con las fuerzas antiabortistas, creando un bloqueo que será muy difícil superar.
Este bloqueo podría ser muy perjudicial para Estados Unidos, en particular a la luz de la crisis financiera en Asia, cuyos gobiernos dependen de enormes paquetes de rescate del FMI.
Si Washington no es visto cumpliendo su papel con justicia, los sentimientos contra Estados Unidos podrían aumentar rápidamente en la región.
El fracaso de Washington para pagar lo que debe a las Naciones Unidas no sólo detendrá un programa de reformas en el organismo mundial. Además, aumentará el resentimiento entre aliados europeos y otros países a los que se pedirán recortes a causa del endeudamiento de la superpotencia. (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/lp/ip/97