La satisfacción de América Latina al cerrar 1997 como el año de mejor desempeño económico del último cuarto de siglo contrasta con las aprensiones que la región se plantea hacia 1998.
Y es que la amenaza de los coletazos de la crisis asiática es real, al punto de que sus efectos ya se están haciendo sentir en varios de los países de la región y tenderían a multiplicarse en los próximos meses.
América Latina y el Caribe resistieron relativamente bien desde octubre los impactos financieros y cambiarios de los "craks" bursátiles en los tigres asiáticos y últimamente en el propio Japón.
Pero los desbarajustes del otro lado del Pacífico comienzan ahora a repercutir en un sector más sensible y que constituye, más allá de factores coyunturales, el eje del crecimiento económico latinoamericano: el de las exportaciones.
Al despedirse de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el economista guatemalteco Gert Rosenthal resaltó la paradoja entre el buen balance del año que termina y la preocupación ante el que comienza.
Pero los llamados a la cautela, aunque matizados con optimismo y confianza en las potencialidades latinoamericanas, provienen de la propia Cepal, a la luz de sus seguimientos de la evolución de la economía mundial.
El crecimiento del producto interno bruto (PIB) de la región este año, en torno a 5,4 por ciento, es similar al de 1994, en la antesala de la crisis provocada en 1995 por el "efecto tequila" gestado en México.
Pero en 1994 la tasa de inflación ponderada para todo el subcontinente fue de 335 por ciento, mientras que en 1997 los precios al consumidor subieron solo en torno a 11 por ciento.
Por primera vez en muchos años la región puede conjugar la deseable ecuación de alto crecimiento del PIB y baja inflación, en un contexto donde aumentaron también significativamente las inversiones externas y creció el comercio exterior.
El informe de Cepal resaltó que en 1997 el flujo de capitales alcanzó el monto sin precedentes de 73.000 millones de dólares, de los cuales casi dos tercios correspondieron saludablemente a inversiones directas.
De esta forma continuó cristalizándose una evolución positiva, en que las inversiones superan largamente los capitales volátiles o golondrinas, que llegan a la región para operaciones de corto plazo, a menudo con fines especulativos.
En 1995, en plena recesión provocada por los efectos "tequila" y "tango", el PIB de América Latina creció apenas 0,2 por ciento y el ingreso de capitales fue de sólo 25.000 millones de dólares.
La disciplina macroeconómica fortalecida a partir de esas experiencias es una de las salvaguardas que la región pudo ejercer para aminorar desde octubre los coletazos del "efecto dragón", como llaman algunos a la onda expansiva de la crisis asiática.
Los impactos burstátiles y financieros fueron aminorados por la disponibilidad de capitales, como consecuencia del flujo inversionista y del dinamismo que el comercio exterior latinoamericano exhibió durante 1997.
Los ingresos por exportaciones crecieron 11 por ciento, gracias a incrementos en los volúmenes de ventas y al mejoramiento de precios de varios productos básicos, consecuencia a su vez de la recuperación de la economía mundial.
El gasto de la región en importaciones creció aún más, 18 por ciento, por el efecto combinado del crecimiento del PIB y de la apreciación real de las monedas latinoamericanas o, si se quiere, de la depreciación o devaluación del dólar.
Pero las propias fortalezas de 1997 podrían revertirse en debilidades en el próximo año, en el contexto del "efecto dragón", de acuerdo a los análisis de Cepal, expertos empresariales e incluso gobiernos latinoamericanos.
En la perspectiva de aminorar la dependencia de los Estados Unidos, varios países de la región iniciaron en las últimas décadas programas de diversificación del comercio exterior, tanto hacia Europa como a Japón y al Asia-Pacífico en general.
La economía chilena es una de las que alcanzó el mayor equilibrio de "tres tercios", en la distribución de sus exportaciones entre América del Norte, la Unión Europea y Asia, especialmente a Japón, Corea, Taiwán y China.
Pero la caída de la actividad en el sudeste asiático está afectando la demanda de productos minerales importantes para esos países de reciente industrialización, con la consiguiente caída de precios del cobre y otros metales.
"Chile ya está sufriendo los efectos de la crisis asiática", dijo el día 22 el ministro de Economía, Alvaro García, aludiendo a la caída de la cotización del cobre, principal exportación del país, del orden de los 105 a los 86 centavos de dólar la libra desde noviembre a la fecha.
Rosenthal advirtió que las medidas de devaluación de las monedas locales iniciadas en Tailandia aumentan la competitividad internacional de los productos asiáticos, en desmedro de las exportaciones latinoamericanas.
Los riesgos de desajustes comerciales externos plantean amenazas potenciales para el manejo de las finanzas y los equilibrios macroeconómicos en América Latina.
Uno de los pocos puntos objetables del desempeño de 1997 fue el incremento del déficit de cuenta corriente, que llegó a 60.000 millones de dólares y se situó en un equivalente a tres por ciento del PIB.
Este déficit fue fácilmente solventado con los ingresos de capitales por 73.000 millones de dólares de este año, en un panorama global en que la balanza de pagos regional tuvo el apoyo del dinamismo del comercio exterior.
Uno de los riesgos para 1998 radica en la combinación de una eventual caída del comercio exterior con el alejamiento o retraso de inversiones previstas en sectores, como el minero, por la caída de los precios de los metales.
En un escenario así, surge el temor adicional de que los gobiernos latinoamericanos se tienten a financiar sus déficits de cuenta corriente y eventualmente de la balanza comercial con el endeudamiento o la atracción de capitales de corto plazo.
Se podrían restablecer así situaciones de predominio de los llamados capitales "golondrina" que incubaron la crisis de fines de 1994 y cuyos impactos pueden ser hoy más dramáticos con la creciente y descontrolada globalización financiera.
En 1998, el "año en que viviremos en peligro", América Latina podrá demostrar no solo si asimiló la experiencia de su propia crisis de 1995, sino también de las convulsiones que le llegaron en estos últimos meses desde Asia. (FIN/IPS/ggr/mj/if/97