El palestino Mohammed Abu Sisseh estaba en su casa el 9 de diciembre de 1987 cuando varios amigos fueron a decirle que su hermano había sido herido en un choque con soldados israelíes. Un rato después supo que, en realidad, había muerto.
El nombre de ese palestino de 16 años había viajado de boca en boca, a través de susurros y gritos, enlutando a lo largo de los 10 años siguientes la memoria colectiva de los 60.000 residentes del campamento de refugiados de Jabalya.
Hatem Abu Sisseh se había sumado a cientos de manifestantes para arrojar piedras y bombas incendiarias a los soldados israelíes. El fue el primero en morir en el brutal y prolongado alzamiento popular que entonces nadie sabía cómo llamar.
Lo único que sabían esos miles de palestinos es que algo había ocurrido de repente.
"Podía sentirlo. El asesinato de mi hermano provocó a la gente. Comenzaron a preguntarse por qué lo mataron, para qué. Y comenzaron a luchar contra la ocupación", recordó Mohammed Abu Sisseh, hoy de 24 años de edad.
Poco después, la lucha tuvo un nombre. Se la llamó "intifada", que en árabe significa "sacudimiento" o "contorsión".
En los siguientes años, los choques casi diarios con soldados israelíes catapultaron la causa palestina al escenario internacional y a los corazones y mentes de millones de televidentes en todo el mundo.
Siete años después, el 13 de septiembre de 1993, se firmó en Oslo el histórico acuerdo de paz entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina. El pacto acercó a los palestinos un poco más a la concreción de su sueño de independencia para Cisjordania y Gaza, territorios que Israel ocupó en 1967.
Hasta ese momento, los soldados habían matado a 1.346 palestinos, entre ellos 276 niños, según estadísticas de la organización israelí de derechos humanos B'Tselem. En ese mismo período murieron 383 israelíes (256 civiles y 127 soldados) a manos de palestinos.
En 1994, los palestinos habían sido testigos de la partida de los soldados israelíes de la mayor parte de la superpoblada franja de Gaza y del poblado agrícola de Jericó, en Cisjordania.
Su propio gobierno, encabezado por Yasser Arafat, se instaló allí. Se convocó a elecciones democráticas y entonces, en diciembre de 1995, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) alcanzó a otros siete pueblos y 450 poblados de Cisjordania, 30 por ciento de ese territorio.
Los tres años de paz y autogobierno son visibles en las calles pavimentadas, los nuevos restaurantes a lo largo de la playa de Gaza y en el centro de la ciudad cisjordana de Ramallah y docenas de edificios de apartamentos en los viejos campos de refugiados.
Muchos palestinos notan los cambios. En su oficina en la calle de los Mártires, Abdel Hakim Awwad, de 31 años, enumera las cosas positivas.
"Tenemos nuestro propio liderazgo político, nuestro propio ejército, nuestros propios policías, nuestro propio Consejo Legislativo", sostuvo el presidente del Movimiento Joven Gaza, cuyos 55.000 integrantes constituyen la columna vertebral del Fatah, el partido de Arafat.
"Y tenemos todo eso gracias a la intifada", agregó.
Pero estos logros parecen perdidos entre las dificultades económicas, la corrupción del gobierno y las expectativas incumplidas a medida que los palestinos programaban para este martes manifestaciones y discursos con la intención de conmemorar el décimo aniversario de la intifada.
Desde 1994, cuando la primera de una docena de bombas explotó en Israel, la economía palestina sufrió los efectos de reiteradas clausuras de los territorios de Cisjordania y Gaza.
El informe trimestral compilado por la Oficina del Coordinador Especial de Naciones Unidas para los Territorios Ocupados sostuvo que el desempleo y el subempleo combinados todavía ascienden a alrededor de 45 por ciento.
Aunque las últimas estadísticas muestran una ligera recuperación económica, eso no llega a notarse en antiguos campos de refugiados commo el de Jabalya, donde la alta natalidad y la extrema pobreza son el origen de espantosas escenas de pobreza y enfermedad.
Aquí, los niños corren descalzos y las mujeres cargan cestos en la cabeza.
Los 15 integrantes de la familia de Hatem Abu Sisseh, el joven de 16 años hoy inmortalizado, se aglomeran en una casa de tres habitaciones. Ahora están todos sentados en la sala donde la pintura se descascara.
Mohamed es uno de los dos que ganan un salario. Entre ambos ganan 700 dólares al mes.
"Tenemos más seguridad ahora. Podemos caminar por las calles. Pero la situación económica es mucho, mucho peor", sostuvo.
Desde los villorrios como Jabalja, miles de palestinos han visto a sus nuevos líderes políticos construyendo soberbias mansiones con vista al mar, monopolizando el comercio y arrestando a cualquiera que se atreva a disentir.
La frustración popular con los dirigentes que regresan del extranjero para gobernar es cada vez mayor.
"Luchamos para traerlos de vuelta y ahora nos amenazan. Tienen el poder, pero no sienten lo mismo que la gente. Lo único que quieren es pararse sobre nuestros hombros", dijo Shafik Abu Jasser, de 21 años, estudiantes de inglés que vive en Jabalja.
Mientras tanto, el proceso de paz entre palestinos e israelíes está estancado desde que el derechista Benjamín Netanyahu desalojó de la jefatura del gobierno a Shimon Peres, uno de los arquitectos de los acuerdos de Oslo.
Netanyahu se hizo con el poder tras prometer que impediría el desarrollo de un estado palestino. Desde marzo, no ha cedido nuevos territorios a la ANP que preside Arafat y le dijo a la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, que necesitaba tiempo para estudiar los mapas.
En los últimos meses, los soldados israelíes dispararon contra los palestinos que les arrojaron piedras en el poblado bíblico de Belén, donde las tropas vigilan los sitios sagrados del judaísmo. Cada tanto, algún manifestante muere, lo que siembra más furia y odio.
Y grupos militantes palestinos como Hamas y la Jihad Islámica continúan amenazando con desplegar más comandos suicida.
En 1987, un conductor israelí atropelló a cuatro palestinos que luego murieron. Los rumores de que se trató de un acto deliberado fue lo que provocó las manifestaciones como aquella en la que murió Hatem Abu Sisseh.
El hecho que generó la intifada puede parecer nimio, pero estuvo alimentado por años de pobreza, ocupación y negligencia de todo un planeta que contemplaba a los palestinos más como terroristas que como víctimas.
"No pelearemos como antes. Pero el conflicto continúa. Luchamos por un estado, para que nos devuelvan la tierra. Lo que tenemos ahora no es suficiente", advirtió Mohammed Abu Sisseh. (FIN/IPS/tra-en/dho/rj/mj/ip/97