DESARME: No hay esperanza para mayoría de víctimas de minas

Muchas víctimas de las minas de tierra, por lo general civiles, nunca reciben tratamiento médico, y se estima que la mitad de ellas mueren en pocos minutos.

Casi un cuarto de los heridos de guerra tratados por el Comité Internacional de la Cruz Roja son víctimas de minas terrestres. Los cirujanos que las atienden sostienen que se trata de las lesiones de guerra más horrendas que tienen que curar.

En la mayor parte de los países sembrados de minas no existen instalaciones ni fondos adecuados para atender a las víctimas, por lo que pocas reciben una adecuada rehabilitación y menos aún pueden adquirir miembros artificiales, que cuestan cerca de 125 dólares cada uno.

Un niño, por ejemplo, debe cambiar su miembro artificial cada seis meses, y un adulto cada tres a cinco años. En países donde la gente gana en promedio entre 10 y 15 dólares al mes, aún las muletas pueden ser un lujo.

Desde 1979, la Cruz Roja fabricó más de 100.000 miembros artificiales y actualmente mantiene 19 centros de adaptación de miembros en ocho países. Sin embargo, ningún centro está lo suficientemente cerca, señaló Robin Coupland, cirujano de la Cruz Roja.

"Se ven tres tipos de lesiones en las víctimas que logran sobrevivir hasta llegar a un hospital", dijo. Las más graves se producen al pisar una mina antipersonal enterrada y generalmente causan la pérdida de un pie o pierna y graves heridas en la otra pierna, los genitales y los brazos, explicó.

El segundo tipo de lesión se produce cuando la víctima hace estallar una mina de fragmentación. Si la persona no muere inmediatamente, recibe heridas similares a las producidas por cualquier otra arma de fragmentación, que pueden afectar cualquier parte del cuerpo.

El tercer tipo es resultado de la detonación accidental de una mina mientras es manipulada, y se registra principalmente entre removedores y plantadores de minas, así como en niños curiosos. Este tipo de accidente causa inevitablemente graves heridas en las manos y el rostro.

La base de datos quirúrgica de la Cruz Roja, inaugurada en 1991, contiene detalles de heridas de combate sufridas por más de 26.000 pacientes, de los cuales 27 por ciento son víctimas de minas de tierra.

Las historias revelan con claridad lo que ocurre a las víctimas cuando deben atenderse en centros de salud que padecen graves aprietos financieros, en países devastados por la guerra.

Sólo las suficientemente afortunadas como para acceder a un centro de la Cruz Roja o a otra organización similar reciben un tratamiento adecuado a sus necesidades, ya que el costo es muy alto.

Un día de internación en un hospital de la Cruz Roja cuesta cerca de 120 dólares, sin contar la remuneración del personal que llega desde el exterior.

Una víctima amputada debe permanecer en el hospital alrededor de 30 días, lo cual suma un costo total de 3.000 a 4.000 dólares. A eso debe sumarse el precio de cada miembro artificial, que oscila entre 100 y 150 dólares.

Un ejemplo típico del tercer tipo de lesiones es el caso de una mujer de 32 años, madre de tres hijos, que trabajaba en un arrozal cuando vio un objeto verde entre el barro. Al recoger la mina, ésta explotó y le voló la mano derecha.

El rostro y los ojos de la mujer recibieron múltiples heridas a causa de la fragmentación de la caja que contenía la mina. Otros trabajadores del arrozal le ataron un trozo de tela bajo el codo para detener la hemorragia, y ocho horas después llegó a un dispensario local, en la motoneta de su esposo.

La enfermera del dispensario le desinfectó las heridas y le vendó el brazo mutilado, pero no había ninguna cama, por lo que la víctima y su esposo debieron dormir bajo un árbol.

Al día siguiente lograron llegar a un hospital, donde un médico les anunció que todo el antebrazo estaba necrosado debido al improvisado torniquete y que habría que amputárselo a la altura del codo.

Afortunadamente, su esposo llevaba algo de dinero y consiguió prestado algo más. Al día siguiente, se realizó la amputación.

La mujer no podía abrir los ojos, que estaban enrojecidos y doloridos, y le prescribieron unas gotas. Permaneció en el hospital tres semanas, compartiendo comida con otros pacientes.

Sus ojos permanecieron inflamados, pero recuperó algo de visión en uno de ellos. El otro se quedó totalmente blanco de a poco.

Cuando volvió a su aldea en el vehículo de un trabajador humanitario, su esposo le dijo que debía irse con su madre, porque él no podría mantenerlos a ella y sus hijos. Ahora, debe pedir limosna para contribuir al mantenimiento de su nueva casa. (FIN/IPS/tra-en/jmp/rj/ml/ip-he/97

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