Una banda de rock argentino que rechaza la promoción, los sponsors y el negocio que rodea al género consigue movilizar a un multitudinario público que se traslada en masa hasta pueblos del interior y duerme a la intemperie con tal de escucharlos.
Se trata de "Los Redonditos de Ricota", un grupo de ex hippies que surgió en los setenta. A lo largo de estos años, sus integrantes fueron variando, salvo dos, que superaron los 40 y persisten como celosos custodios de un estilo subterráneo y totalmente independiente.
Hasta ahora no les fue mal. Llevan vendidas más de un millón de placas con no más de cuatro recitales al año en distintos puntos del interior del país -nunca grandes ciudades-. Movilizan cada vez a unas 10.000 personas -en su mayoría jóvenes- que viajan como pueden hasta la gran fiesta.
El folclore de Los Redondos incluye llegar al recital con antelación -en ómnibus baratos o autos desvencijados en los que se amontonan hasta siete u ocho personas-, acampar o dormir a la intemperie en la plaza del pueblo o en el lugar del recital, y asar carne a la parrilla.
Durante el concierto, el público bebe mucho alcohol y baila "pogo", una masa de cuerpos apretados, con los codos apuntando hacia abajo, que saltan y se dejan llevar por la avalancha hacia uno u otro lado.
"O saltas o te sales de ahí adentro porque te matan", contó a IPS Catalina, una entusiasta de Los Redondos que decidió no ir más a los recitales cuando quedó embarazada. Ahora sólo compra los compactos.
La avalancha no siempre es bienvenida. Este año, el intendente de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires, suspendió el recital por considerar que la ciudad no estaba preparada para tantos huéspedes.
El alcalde consiguió un gesto inédito de Los Redondos. Aparecieron en televisión para dar una conferencia de prensa rechazando la censura.
Es que la cultura de quienes siguen a Los Redondos quedó asociada a la violencia y al caos desde 1991, cuando Walter Bulacio, uno de los seguidores de la banda, murió como consecuencia de los golpes que recibió en sede policial, tras ser detenido en un recital.
A partir de allí, los conciertos suelen terminar con detenidos y a veces heridos pese a los esfuerzos del "Indio" Solari – cantante de la banda- por aclarar que no es ese el espíritu de sus crípticas letras.
Las canciones, con títulos tales como "Aquella solitaria vaca cubana", "La mosca y la sopa", o "Mi perro dinamita" resultan incomprensibles, pero ellos se niegan a desmenuzar su contenido con explicaciones racionales.
"La poesía de una canción de rock está hecha para que pase a través de uno, y no para que uno diga qué quiso decir con ésto y no lo otro", sentenció Solari para una revista especializada.
Algunos críticos intentan descifrar mensajes en las letras, pero ellos los desalientan. "Creían que lo de la vaca cubana era una alegoría sobre Fidel Castro, pero estábamos hablando de una vaca en Cuba que recibió el golpe de un trozo de satélite", se burlan.
Respecto del significado de "los redonditos de ricota" cuentan que al principio, en sus recitales, un profesor universitario cocinaba y repartía buñuelos de ricota entre los asistentes. Ningúna metáfora. Eran redondos y de ricota.
Los Redondos casi no dan reportajes ni aparecen por televisión. Sus conciertos son anunciados mediante un aviso. Suficiente para que el rumor se eche a odar.
No quieren tener representantes -confían en la esposa de uno de ellos, álma máter del grupo- y entre ellos diseñan las tapas de los discos. No aceptan tocar a beneficio ni para solidarizarse con nadie, ni adhieren a protestas, ni mucho menos a partidos o ideologías políticas.
En algunos de sus recitales -no comparten escena con ninguna otra banda- los acompaña una modelo, Monona, que se desviste para el delirio del público joven. En ciertas ocasiones, el desnudo terminó con la irrupción de la policía y el final abrupto del concierto.
Desde sus inicios editaron numerosos discos como "Gulp", "Oktubre" o "Un baión para el ojo idiota". "Si no se vende lo que vende Julio Iglesias, el dinero es muy poco y eso te obliga a venderte como un producto, haciendo cosas que no queremos hacer", explica Solari.
Sus discos se venden muy bien en Argentina y por América Latina circulan infinidad de versiones piratas de la banda que sigue extendiendo sus tentáculos de manera artesanal. Las entradas de los conciertos no son baratas: 22 dólares como mínimo y ellos alquilan el lugar.
"Nos ofrecieron ir a Estados Unidos a cantar para los latinos, pero no queremos ir", dicen. "Cómo vamos a ir a Estados Unidos si todavía no llegamos a Corrientes, a Mendoza", dijo otro de los integrantes históricos, Skay, refiriéndose a algunas provincias argentinas.
En la capital hace tres años que no se presentan. Prefieren que el público se traslade a los pueblos de provincia. El último recital en Buenos Aires reunió a 80.000 personas y la recaudación superó el millón de dólares, pero el saldo más mentado fue un herido de puñal. (FIN/IPS/mv/dg/cr/97)