Las autoridades de una provincia argentina en la que viven 200 familias menonitas intimaron a los adultos a que envíen a sus niños a la escuela pública en 1998, pero la comunidad, que se mueve con pautas del siglo XVI, se resiste a aceptar la norma.
Los menonitas llegaron a Argentina desde México hace 12 años y se radicaron en la provincia central de La Pampa, a 200 kilómetros de la capital provincial y cerca de la localidad de Guarache. Allí viven de la ganadería, la elaboración de quesos y la carpintería.
De los 300.000 menonitas que se calcula hay en todo el mundo, unos 1.300 viven en Argentina, concentrados en esas 10.000 hectáreas de la provincia pampeana, lindante con la de Buenos Aires, que ellos mismos adquirieron.
No utilizan electricidad, no tienen televisión, radio ni automóviles ni leen diarios. Se trasladan en carretas y tractores a los que cambian las ruedas de goma por otras de acero. Las cocinas y heladeras funcionan a gas o a querosén.
Leen exclusivamente la Biblia en alemán y su lengua cotidiana es un dialécto -el plattdeusch-, mezcla de alemán y holandés que no saben cómo escribir pero que aseguran era la lengua que hablaba hace 500 años el fundador del movimiento, el sacerdote Mennon Simons.
"Le tememos a los avances del último siglo, por eso vivimos prácticamente como hace 100 años. Sabemos que somos una sociedad cerrada pero estamos en contra del confort", explicó Juan Hinter, uno de los colonos, cuando fue entrevistado por un visitante de Buenos Aires.
Los niños de la colectividad asisten a las nueve escuelas propias que se extienden en las nueve zonas en que se dividió el campo. Allí, durante siete horas, aprenden operaciones aritméticas y estudian alemán para poder leer la Biblia en esa lengua.
La directora general de Educación de la provincia, Raquel Somovilla, reconoció que es necesario evaluar primero cuánto conocen los niños del castellano pero aseguró que para el día 31 esperan llegar a un acuerdo para que los niños ingresen al sistema educativo formal en 1998.
Somovilla sostuvo que en La Pampa el índice de analfabetismo es bajo, pero los menonitas hacen subir la estadística. El gobernador provincial Rubén Marín, atento a las resistencias de la comunidad, aseguró que tiene voluntad de llegar a un acuerdo e incluso hacer una escuela en su campo.
Sin embargo, los menonitas consideran que no es necesario que sus hijos tengan más conocimientos. "Los niños aprenden a leer, escribir y hacer cuentas y nosotros aportamos al país madera, queso y cereales, además de pagar impuestos", se resistía uno de los colonos.
En diálogo con IPS, Mariano Nardosky, experto en multiculturalismo educativo, consideró que el caso de los menonitas es contrario al de los aborígenes que no quieren ser segregados y buscan integrarse al sistema educativo formal a partir de un perfil cultural propio.
"Aquí estamos ante una cultura que se autoexcluye. Los menonitas tienen pautas culturales muy diferentes a los de la cultura predominante y en lugar de reclamar que se tengan en cuenta sus valores ellos se automarginan", añadió.
La misma marginación se manifiesta en el terreno de la salud. Tienen sólo un médico que en verdad carece de título. Cuando tienen un paciente grave lo llevan al hospital de Guarache, pero en los últimos meses surgió un conflicto que permitió introducir un cambio.
Los médicos acusaron al menonita de mala prxis y de ejercer la profesión sin título. Ahora le prohibieron recetar y atender partos que deben hacerse en el hospital. Desde entonces se trasladan desde el hospital una vez por semana al campo y atienden allí a los enfermos.
Nardosky consideró que el respeto y la tolerancia cultural no están reñidos con la supervisión del Estado.
"Hay que respetar los valores de la comunidad, pero también esa comunidad debe aceptar los de la Carta Magna nacional y provincial", sobre todo en la protección a la infancia, dijo.
Los menonitas conforman un movimiento religioso que se desprendió de los anabaptistas en Holanda en el siglo XVI, liderados por Simons. Primero se refugiaron en Alemania, luego en Rusia, Canadá y Estados Unidos.
En las últimas dcéadas se dispersaron en comunidades más pequeñas en América Latina. Los que viven en Argentina provienen de México, del estado de Chihuahua, y hay otras colectividades similares viviendo en Bolivia y Paraguay. Conocen lo básico del español para poder comerciar.
Su modo de vida se rige por severas normas de austeridad, honestidad y ningún vicio. No aceptan el alcohol, ni el tabaco, ni las drogas, y sólo descansan los domingos en la tarde, después de la misa.
Consideran a la agricultura el trabajo más honrado y puro. Las mujeres cosen la ropa de la familia y crían a los niños. Los hombres no pueden usar barba ni cabello largo. No aceptan el divorcio ni el control natal. No cobran salario y ahorran el dinero de las ventas para comprar campos y maquinarias.
Los jóvenes sólo gozan del esparcimiento los domingos a la tarde. En general, no existen los juegos, los deportes ni otros pasatiempos. La vida está consagrada al trabajo. Tampoco escuchan música, sólo himnos religiosos en alemán y alguna otra melodía que llega de contrabando con los curiosos.
Es que muchos turistas o vecinos se acercan para ver cómo es la vida en esta comunidad, y en algunos casos los menonitas se dejan llevar en automóvil, escuchan música y aceptan algunas fotografías, cigarrillos o bebidas alcohólicas. Sobre todo los más jóvenes.
Pero la resistencia mayor sigue estando en la educación, un bastión que los menonitas quieren conservar bajo la órbita de los maestros de su colectividad, de manera de aseguarse que los valores se mantendrán invariables para las futuras generaciones, en cualquier lugar donde vivan. (FIN/IPS/mv/dg/pr-cr/97)