LA DEMOCRACIA TIENE QUE VER CON LA VIDA

Una teoría, de discutibles méritos científicos según algunos, afirma que las cosas vivas, cuando alcanzan la perfección absoluta – es decir, una relación armónica y definitiva con el ambiente que los rodea – corren el peligro de desaparecer para la eternidad.

Los argumentos que sustentan este punto de vista son muy sencillos: toda perfectibilidad, concebida como status permanente, inalterable, se inhabilita para evolucionar y, en consecuencia, tendría dificultades para adaptarse a los cambios naturales del entorno.

Por lo tanto, importante para todo lo viviente sería conservar la capacidad de modificar y mejorar sus mecanismos de adaptación y sobrevivencia de acuerdo con las exigencias del universo real, complejo y cambiante.

Lo mismo se puede decir con respecto a la democracia. Lejos de ser pivote fijo, entelequia, meta definitiva, rígido icono de los santuarios de la demagogia, es un camino real, auténtico, el único tal vez que se abre en las múltiples direcciones de la diversidad humana.

Alcanzarla es, quizás, mucho menos importante que su búsqueda sistemática, porque, como la historia, la democracia es un proceso, algo que se construye todos los días, que evoluciona, y su motor no es la perfección en sí, en tanto valor inmóvil, sino el anhelo de perfección que la impulsa.

En la coyuntura que viven nuestras repúblicas iberoamericanas del Caribe, la mudable construcción cotidiana, lo perfectible como objetivo, es lo trascendente de la democracia.

Y eso, por supuesto, no se circunscribe a garantizar procesos electorales limpios, ordenados y transparentes; a salvaguardar la independencia de los órganos del estado; a la observancia escrupulosa de la honestidad administrativa: a la lucha tenaz contra la corrupción. Es eso y mucho más que eso.

Si la política imprimió su sello a la dinámica mundial en décadas recientes, el comercio lo hará en las del porvenir y, de hecho, ya lo hace. Su impronta no ofrece la cortesía de la espera.

Y, aún cuando sólo hay lugar para la respuesta afirmativa, nuestro deber es evitar que la globalización estructural en marcha subordine a la gente. La economía no debe envilecer a las personas. No tiene sentido la navegación que sacrifique tripulación y pasajeros.

La equidad en el plano internacional exige al mundo industrializado un compromiso, más que moral, ineludible; corregir los desequilibrios so pena de que la pobreza y la pobreza extrema terminen por poner en peligro la estabilidad de sus propias economías y espacios territoriales.

La pobreza, generalmente, es un producto exportable. Y lo único que puede evitar que eso ocurra, que la pobreza se convierta en producto de exportación, es reduciendo el abismo tecnológico y trasladando a los países menos favorecidos los beneficios del desarrollo económico.

En ese sentido, el primer mundo debe promover un intercambio comercial que haga justicia a la utilización de los recursos de las naciones en desarrollo, en términos de progreso sostenido y sustentable.

Atraer las inversiones internacionales, pero como alternativa ineludible trasladar parte de los beneficios a los más necesitados, incluso para incorporarlos al desarrollo de la única manera posible: a través de eficientes sistemas de salud y educación, mediante la ampliación de la cartera de créditos a los sectores más desamparados, e incorporar a la mujer a la actividad productiva plena.

La democracia participativa es el reto de los retos en tanto su objetivo fundamental es modificar a corto plazo las relaciones de convivencia entre los hombres y mujeres que lo habitan. Y eso significa, entre otras cosas, trabajar por el desarrollo económico, la equidad y el respeto a nuestras raíces culturales.

No podemos hablar de democracia en los términos de la perfectibilidad a la que nos hemos referido, si no hablamos de desarrollo humano sostenible.

Y eso sólo se logra si, además de desarrollo económico, masificamos la participación en la actividad productiva y garantizamos el reparto justo de la riqueza que se produce. La democracia se fortalece en la medida en que la motivación de todos nuestros actos como gobernantes se oriente en la dirección de mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos.

La democracia, en esta parte del mundo, tiene que ver con la vida. —— (*) Ernesto Pérez Balladares es presidente de la República de Panamá. (FIN/Comunica-IPS/97

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe