FUERZAS ARMADAS, SOCIEDAD CIVIL Y GOBERNABILIDAD

Se me ha pedido elaborar una nota sobre el tema del acápite en el marco de una publicación cuyo título amplio se refiere a la Etica, la Política y la Democracia.

Permítaseme iniciar con una contextualización previa que haga posible focalizar después en este tema que en mi país, el Paraguay, adquiere una connotación trascendental en estos momentos.

Quiero entender que la Etica que se nos propone como entorno general para la reflexión es aquella que, partiendo de la concepción clásica de los valores supremos de "lo bueno" y "lo malo", trasciende al campo de las relaciones sociales regulándolas e imprimiendo a los vínculos humanos el sentido fundamental de un sistema para la convivencia.

Más aún si esta Etica viene estrechada en los lazos de la Política y la Democracia, la primera como el esfuerzo orientado a la solución de los intereses colectivos y esta última como el modo, el modelo, el patrón configurador de las conductas ciudadanas que da sello de nobleza peculiar al esfuerzo para la construcción del bien común.

En este orden de reflexión, no es riesgoso afirmar que la Democracia, comoforma política de la convivencia moderna, no es sino el fruto arduo de una larga y azarosa búsqueda, de una lucha de siglos, de una serie de hitos que jalonan la historia de la humanidad y durante la cual, el concepto mismo y la praxis de lo que se entiende como "gobierno del pueblo", ha tenido tonalidades de lo más diversas entre la penumbra y lo luminoso.

No es pues que la Democracia reine en la Política desde siempre. Y mucho menos que la Etica las ilumine desde sus orígenes.

Encuadrar las relaciones sociales, la acción de gobierno, la juridicidad de los actos y el ejercicio de los derechos en marcos conceptuales de tanta envergadura, no es sino el resultado forzoso de procesos históricos complejos en los que los hombres, las instituciones y los grupos sociales cumplen papeles diversos y cambiantes.

En ese orden debemos ver el desarrollo de las Fuerzas Armadas del Paraguay, sus vinculaciones con la sociedad civil y sus aportes a la gobernabilidad en esta etapa de nuestra historia política, cuando corre la última década del siglo que va llegando a su ocaso.

Como en pocos países, quizás, en el Paraguay pueden encontrarse los rudimentos de sus principales instituciones y prácticas políticas en los orígenes mismos de su conformación como nación.

Desde aquella conducta anárquica que mostraba su carácter díscolo al ordenamiento jerárquico que implica la juridicidad del Estado, expresada en una lapidaria sentencia de la autoridad hispano colonial que se quejaba, amarga, de que las disposiciones metropolitanas "en Paraguay se acatan pero no se cumplen", hasta el antecedente más antiguo de "voto popular" que registra nuestra historia cuando, producida una vacante de Gobernador, el vecindario asunceño "elegía" al suyo amparado en las disposiciones de una "Cédula Real" interpretada, más que ajustada a su texto, de acuerdo con los intereses de una comunidad aislada y lejana de su autoridad central, el Paraguay conoce desde temprano el peso de estos prototipos.

Por otro lado, la organización de la milicia fue una necesidad de los propios vecinos de las villas hispano-coloniales que, teniendo como base a Asunción, fundaron y mantuvieron con esfuerzo titánico los criollos y mestizos a lo largo de los siglos XVI al XVIII, enfrentando la amenazante agresividad de grupos tribales hostiles y las devastadoras incursiones de bandeirantes portugueses que asolaban el suelo paraguayo para proveerse de esclavos guaraníes.

"A sus costas y a sus expensas", vale decir, pagándose sus vituallas, sus armas y municiones, los "mancebos de la tierra" se organizaban en milicias para protegerse de tales amenazas sentando las bases institucionales de lo que serían después las Fuerzas Armadas del Paraguay.

Al decir de uno de nuestros principales historiadores, ya durante los momentos primigenios de su historia "el Paraguay, en su aislamiento y a los golpes de la necesidad, forjó instituciones peculiares como la del servicio militar obligatorio y gratuito y se acostumbró a vivir su propia vida, a la cual contribuyó el incansable ejercicio de la facultad que le otorgó la famosa cédula de 1537 para elegir, en caso de vacancia, sus gobernadores ad interim. El Paraguay era una comunidad turbulenta, con espíritu crítico aguzado por la adversidad, cuando se inició en América la liquidación del Imperio Español".

Se inicia pues el siglo XIX con un papel central de los militares que derrocan al último Gobernador español y consagran la independencia del Paraguay.

Y curiosamente, no es la gente de armas la que constituye gobierno y establece los lineamientos del régimen político sustitutivo. Es el máximo exponente de la intelectualidad paraguaya de la época quien ha de consagrar la Dictadura perpetua que nos regiría, como su propio nombre lo sugiere, durante largos años de nuestra vida independiente, aún mucho después de que el dictador perpetuo falleciera.

Así pues, democracia, dictadura, anarquía, gobernabilidad, ejército y civilidad, no son polos contrapuestos sino ingredientes primarios y mixturados en la historia reciente pero también remota de nuestra República.

Las Fuerzas Armadas del Paraguay tuvieron, muy pronto después y apenas iniciada la vida independiente, su bautismo de sangre con la guerra de 1864 a 1870 contra la Triple Alianza, dando comienzo a un largo peregrinaje tendiente a preservar la soberanía nacional y estableciendo durante ese trajinar una suerte de consustanciación entre institución y nación misma.

Esa consustanciación sería mala o buena, según cuales fueran las épocas, las necesidades y las funciones de los hombres de uniforme en la vida nacional.

Ella se constituyó a veces en fundamento de la sobrevivencia frente a la adversidad y el ataque extranjero, pero fue también, en ocasiones, el soporte de una concepción autoritaria que hizo primar el orden jerárquico y la sumisión obediente frente a la soberanía popular y el ejercicio de los derechos ciudadanos.

Y si bien los paraguayos, la civilidad, su clase política y sus dirigentes, realizaron esfuerzos prodigiosos en la posguerra y la entreguerra para organizar a la nación y ponerla a tono con el curso de la historia y el contexto internacional, es lo cierto que estos esfuerzos no siempre encontraron el rumbo adecuado para consagrar logros duraderos.

El país conoce de períodos de anarquía, de inestabilidad y de fratricidios en los cuales civiles y militares se entremezclan y comparten de manera alternativa o sustitutiva, si no el manejo del Estado y de la conducción gubernativa, al menos el protagonismo de los sucesos decisivos en los momentos cruciales de nuestra historia.

El paraguayo se volvió miliciano, el político consagró la figura del "agricultor-soldado" y el Ejército se constituyó en institución nuclear de la organización nacional. (sigue

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