El terremoto financiero que hizo temblar los mercados de acciones de todo el mundo desnudó ante la opinión pública algo que ya sabían los economistas y los expertos en ciencia política: las bolsas de valores son hoy casi tan importantes como los parlamentos en materia de grandes decisiones nacionales.
El caso de Brasil es ejemplar. Su gobierno actúa desde hace dos semanas movido por informaciones bursátiles tanto del país como del exterior. Las oscilaciones del flujo internacional de capitales "golondrina" determinaron medidas macroeconómicas domésticas para evitar la devaluación del real, la moneda nacional, y para detener la fuga de inversionistas.
Eso causó la duplicación de los intereses internos, una medida que afecta doblemente a los consumidores. El costo del crédito popular llegó incluso a más de 100 por ciento al año, un nivel aparentemente absurdo, si se considera que la inflación anualizada no llega a siete por ciento.
Pero también habrá más impuestos, porque el gobierno, el principal deudor, intentará aumentar la recaudación para evitar que el déficit del presupuesto quede fuera de control.
El llamado "efecto Dragón", originado en las bolsas asiáticas, evidenció que la tasa de interés y el tipo de cambio son los nuevos totem de la economía latinoamericana.
Los países considerados más sensibles al termómetro bursátil, como Brasil, Argentina, Perú, Venezuela y México, tomaron o tomarán medidas internas duras, con el argumento de que es preciso proteger la economía de "ataques salvajes" externos.
Pero esa argumentación entraña un enorme riesgo. En primer lugar, porque no parece posible aislar un país en el ambiente económico globalizado. Resulta difícil, en el sistema actual, enfrentar a "los de fuera" con medidas de regulación del vuelo de los capitales golondrina.
En segundo término, el ajuste de las tasas de interés y la defensa de la moneda nacional interesan especialmente a los inversionistas internacionales, ya que mejoran la rentabilidad de sus colocaciones financieras.
Pero el principal riesgo es el político. Los gobiernos que comandaron el ajuste antiinflacionario en América Latina están demasiado identificados con la globalización.
Los sacrificios impuestos a la población en Argentina, Brasil, México, Perú y Venezuela fueron de alguna manera tolerables, porque los resultados eran visibles y la estabilidad monetaria y de precios interesaban a todos.
Pero ahora, las cosas son distintas. El renovado sacrificio es impuesto a nombre de algo que no tiene cara, nombre ni patria ni nadie sabe de dónde viene ni dónde va. No hay contra quien protestar y el único ente visible son los gobiernos de turno, que han puesto la cara.
"Las bolsas de valores son quizás el fenómeno político más novedoso en la era de la globalización", observó el director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet.
Hasta el "efecto Dragón", la opinión pública internacional las consideraba un mecanismo para ganar dinero. Pero después de la crisis financiera del sudeste de Asia, quedó en claro que la bolsa ya es mucho más que un recinto cerrado en que varias personas se reúnen a gritar frenéticamente. (FIN/IPS/cc/ff/if/97