EL DESARROLLO NO ES SOLO ECONOMIA

La democracia es, sin duda, la forma más eficiente de organización de la sociedad para administrar el poder político. Así lo ha comprobado la historia.

El concepto no ha tenido, sin embargo, el mismo significado, las mismas implicaciones, a lo largo del tiempo. Se ha adaptado a las condiciones propias de la época. Al nivel de desarrollo tecnológico y productivo. A las nociones de moral que las acompañaban o presidían.

Por eso, hay tanta distancia entre la democracia oligárquica, censataria, de la América Latina de principios de siglo, con esta otra democracia, plural, participativa, abierta, de medios de comunicación de masas, que la sociedad pugna por establecer al concluirlo en el medio de una de las más fascinantes revoluciones tecnológicas de que se tenga memoria.

Y, por eso mismo, no se puede afirmar que la estructura de organización política que se está construyendo ahora vaya a ser el paradigma de la próxima generación. La historia no se ha terminado, para repetir una afirmación que ya se ha convertido en un lugar común, pero necesario.

La economía de mercado es hoy la forma predominante de organización de la sociedad para producir y distribuir bienes y servicios. Ningún otro sistema compite con su eficiencia y con su capacidad de expansión.

Con diversos nombres y diferentes modalidades, a lo largo y ancho del mundo, el mercado asigna oportunidades y determina precios, tasas de interés, tipos de cambio. Todo indica que este modelo de organización económica se acomoda mejor a la naturaleza de los medios productivos de este tiempo de comunicación instantánea, de globalización de los espacios económicos.

Debe decirse, sin embargo, que tampoco esta noción logrará vencer el carácter precario de los actos del hombre. La idea de la democracia no puede separarse del reino de los valores, de los derechos. Las necesidades dominan el mundo económico. Parecieran corresponder a dos esferas distintas. La historia está llena de ejemplos de economías de mercado operando con sistemas autoritarios.

Sin embargo, es cada vez menor Ia distancia que las separa. La economía de mercado moderna necesita de la democracia para desarrollar su potencial. Y la democracia necesita del mercado para liberar la sociedad del control del poder político sobre la economía (aunque es notorio el riesgo de que transfiera ese mismo poder a pequeños y poderosos grupos de interés).

El lugar en el que ambas nociones se encuentran es la idea de desarrollo. El desarrollo no es solo economía. Es también un conjunto de relaciones sociales. Es consustancial a la trama política. Depende de ella.

Esa es la razón por la que los economistas de estos días subrayan tanto la importancia del que llaman el marco institucional del desarrollo, que es la denominación que emplean para referirse al Estado y al sistema político que lo sustenta.

La compulsión de marchar adelante, a toda velocidad, a todo costo, que se ha convertido casi en una obsesión para todos los gobernantes, corre el riesgo, que se debe advertir, de distanciar el fruto de las raíces.

Las nociones modernas de democracia y de mercado, para crecer vigorosas, tienen que adaptarse y encontrar sustento en las tradiciones culturales de nuestras sociedades. Mientras ese esfuerzo no se haga es muy grande el peligro de que el pueblo crea que la democracia es otro más de los muchos ritos políticos que ha conocido y que la economía de mercado es una nueva modalidad de su explotación.

Los aceptará, pero no serán suyos. Democracia y desarrollo son todo, sin embargo, no justifican todo. No todo puede hacerse en su nombre. Encuentran su límite en la ley y en los valores morales.

Las categorías éticas son las conciencias de las sociedades, marcan la distancia entre el bien y el mal, ayudan a los mandatarios a obrar correctamente, a obedecer imperativos morales, de vigencia permanente.

Aunque parezca mordaz debe decirse que la importancia de las exigencias éticas no resulta sólo de su valor filosófico sino de su utilidad práctica.

Al fin de cuentas, las reglas morales son consecuencia de la acumulación y sedimentación secular del sentido común.Tienen relación inmediata con los requerimientos de la vida social. No se mantienen en la esfera de la especulación filosófica.

Siempre se supo que la venalidad debe combatirse no sólo porque es mala, sino porque daña. En la terminología de este tiempo se dirá que la corrupción desalienta la inversión, disminuye la competitividad y, como lo demuestra el ejemplo dramático del narcotráfico, puede llegar a socavar no sólo la imagen sino la esencia de la propia soberanía de nuestras naciones.

La represión de las libertades del hombre, por su parte, divide a la sociedad, la confronta internamente y, en esa misma medida, debilita la fuerza de la comunidad. Y no dura. No puede durar. La represión no es autosostenible.

Y la codicia, finalmente, concentra la riqueza en pocas manos, condena a la marginalidad y a la pobreza a gran parte de la población, fragmenta a la sociedad, la separa en segmentos que se miran con desconfianza y rencor.

Y además de inmoral es antieconómica, porque afecta la competitividad del conjunto. Al relegar a unos, condena a todos. Al excluir y mantener en la ignorancia a unos obstaculiza la acumulación de conocimiento y la formación del mercado interno, que son requisitos inexcusables del desarrollo.

Esta reflexión no tiene sentido práctico si no se la asocia con un contexto histórico determinado. Con una realidad concreta. Por eso voy a cerrar estas líneas con unas breves consideraciones sobre lo que ahora ocurre en mi país.

Las nociones de la democracia y de la economía de mercado se impusieron en Bolivia al término de un doloroso y largo proceso de descomposición y confrontación social. Fue durante esa tomentosa jornada que los bolivianos -los que entonces tuvimos protagonismo y los de la nueva generación- aprendimos el valor del diálogo y la concertación para construir de forma duradera.

Descubrimos, en las heridas y cicatrices del ser colectivo, que es en el respeto de las libertades y de los derechos humanos -de los valores éticos- en los que debe sustentarse el sistema político y el desarrollo económico y social. Yo lo sé también y por eso escribo estas palabras con la convicción de un demócrata. —— (*) Hugo Banzer es presidente de la República de Bolivia. (FIN/Comunica-IPS/97

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