EE.UU: Negros e hispanos de Los Angeles enferman por el reciclaje

Las plantas de reciclaje de desechos que con tanto ahínco impulsan los ambientalistas generan altísima contaminación en los barrios obreros de mayoría negra e hispana de esta ciudad de Estados Unidos.

Cada vez que los vecinos del sudeste de Los Angeles reclaman ante las autoridades municipales reciben la misma respuesta. Estos barrios fueron previsto para albergar industrias, no personas. Viven, entonces, en el lugar equivocado.

El reciclaje tiene una buena imagen en lo que a ambiente se refiere, en especial en grandes ciudades como Los Angeles, donde el consumo es una especie de religión secular.

Todo retrato que se tracen los angelinos de un hipotético futuro sustentable prevé la reutilización de materiales desechados tras ser consumidos. Eso convierte al reciclaje en la industria local de crecimiento más acelerado.

Cuando se diseño el plan de ordenamiento territorial de la ciudad de Los Angeles, no existía ninguna planta de reciclaje. Hoy, florecen grandes industrias que recogen y procesan vidrio, metal, cemento e incluso combustibles.

Pero los residentes del sudeste de Los Angeles, la zona más pobre de la ciudad y donde se concentran esas plantas, no perciben las supuestas ventajas del reciclaje.

"Siempre hay vidrio en el aire aquí", se queja Mercedes Arámbula. Su vivienda está en la calle Leota, en el parque Walnut, a pocos pasos de la planta Container Recycling. Las montañas de vidrio roto que depositan sin cesar grandes camiones en el predio duplican la estatura de un hombre adulto.

"He vivido aquí 18 años. Mis hijos tienen asma. El más pequeño, de 18 meses, siempre está enfermo. Ya no los dejo jugar más en el patio. De todos modos, han muerto todos los árboles que había alrededor de mi casa", dijo Arámbula.

Otra residente del lugar, Ana Cano, pasó el dedo por el parabrisas de una camioneta cubierta por una gruesa capa de polvo estacionada frente a su casa. Frotó sus dedos, que se lastimaron. "Estamos respirando esto todo el tiempo. Siento los pulmones llenos de vidrio", aseguró.

A pocas cuadras, por la calle Alameda, la principal avenida de la zona industrial, la planta de Alameda Street Metal Corporation compacta automóviles, camiones y metales usados.

De allí, el material viaja a la isla Teminal, en la bahía de Los Angeles, donde son conducidas en contenedores al otro lado del océano Pacífico.

El suelo y las paredes de las casas de Epifanía Oliveria y Thelma Díaz se sacuden cada vez que un operario hace funcionar la máquina compactadora. Una fina película de aceite cubre ambos patios. Las vecinas afirman que a veces ven pequeñas partículas de metal que emergen de la piel de los niños del vecindario.

Cuando las dos mujeres transmitieron su queja a las autoridades de Los Angeles, les informaron que las regulaciones de zona privilegiaban la permanencia de las industrias, y no la de personas, en el sudeste de la ciudad.

"El mensaje fue que vivíamos en el lugar equivocado. Desde su punto de vista, ni siquiera debíamos estar allí", dijo Díaz.

La concejal Gloria Molina visitó a Ana Cano a su casa para ver con sus propios ojos el impacto del vidrio molido en sus vidas. "Nos dijo que era previsible, porque vivimos en una zona industrial", recordó Cano.

Tanto la firma Container Recycling como la concejal Molina declinaron comentar las declaraciones de los afectados.

"La compañía intentó organizar sus operaciones de acuerdo con las preocupaciones de los vecinos de la calle Wiegand. No ponemos la compactadora en funcionamiento después de las 16 horas", dijo Mary Greybill, relacionista pública de Alameda Street Metal Corporation.

Greybill afirmó que está en construcción una pared que separará las viviendas de la planta de reciclaje y recordó que donó cientos de dólares a un grupo comunal local, la Watts Century Latino Organization.

Oliveria cree que esas acciones tienen la intención de anular la oposición del vecindario por medio de dinero.

El marido de Oliveria administra una cantina móvil con la que recorre las fábricas del sudeste de Los Angeles. Casi todos los vecinos de la calle donde viven son obreros. En esta comunidad, las plantas de reciclaje representan empleos e ingresos seguros.

La cuestión es qué precio se debe pagar por ello.

"Comprendo que todos necesitamos trabajar. Pero estas empresas tienen que respetar la gente y la comunidad que las rodea. Lo que todos piensan y nadie dice es que en nuestras comunidades somos casi todos negros o inmigrantes. Y estas plantas solo se instalan en vecindarios pobres", dijo Díaz.

Carlos Porras, director de la no gubernamental Comunidades para un Mejor Ambiente (CBE) en el sur de California, explicó que el reciclaje está libre de la mayoría de las regulaciones municipales porque se la considera una industria positiva.

Los funcionarios que controlan la calidad del aire de Los Angeles no inspeccionan estas industrias, que, por otra parte, no están contempladas en el reglamento de ordenamiento territorial, redactado hace 20 años, cuando el reciclaje no existía como industria.

Además, no deben obtener permiso para el transporte de sustancias contaminantes.

CBE es una de las organizaciones ambientalistas más dinámicas de California. A lo largo de su historia se ha enfrentado en reiteradas oportunidades con las corporaciones contaminantes.

En 1993, el grupo comenzó a organizar actividades en los barrios del sudeste de Los Angeles, que figuran entre las localidades más contaminadas del país.

Sus gestiones han sido exitosas. Impidieron la instalación de una planta de reciclaje de cemento en Huntington Park tras una campaña de cuatro años. De todos modos, los responsables aún no han quitado de allí las montañas de cemento. (FIN/IPS/tra- en/db/mk/mj/en/97

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