La desocupación rural es la gran aliada de la campaña contra el trabajo infantil en Brasil. Cerca de 900.000 niños de 10 a 14 años dejaron de trabajar entre 1992 a 1996, indican datos del Instituto Brasileño de Geografia y Estadística (IBGE).
El total de trabajadores en esa franja de edad bajó así de 3,5 millones a 2,6 millones, el 60 por ciento de ellos en actividades agrícolas.
Eso se debió especialmente a la reducción de la población ocupada en la agricultura, que perdió 1.507.000 trabajadores entre 1995 y 1996, apuntó el censo por muestreo que el IBGE acaba de divulgar.
Dos tercios de los recién desocupados son mujeres y niños, que en muchos casos ayudaban a los adultos varones sin remuneración alguna, observó el presidente del instituto, Simón Schwartzman.
La mecanización y otros avances tecnológicos que buscan mayor productividad son las causas principales de ese fenómeno, según Manoel da Cunha, uno de los responsables de las estadísticas nacionales.
Y ese proceso se da principalmente en la undustria azucarera, la mayor empleadora de niños.
En los cuatro últimos años los ocupados en la agricultura cayeron de 18,5 millones a 16,6 millones de personas, con un descenso brutal entre 1995 y 1996, debido a las nuevas condiciones económicas del país, con baja inflación a costa de la caída de los precios agrícolas.
Pero la campaña por la erradicación del trabajo infantil también tuvo participación importante en esos resultados, sostiene Luis Gonzaga de Araujo, asesor de la Confederación Nacional de los Trabajadores en la Agricultura (Contag).
Contratos colectivos de trabajo que prohiben emplear niños, la divulgación de los derechos, reuniones con los propios pequeños trabajadores, denuncias y medidas en todas las instancias combaten los principales focos del problema, seal el coordinador del movimiento por parte de Contag.
El empleo de niños en la producción caerá en varios estados, como Sao Paulo, el mayor productor nacional de azúcar y alcohol. Tambin se avanzó mucho en Pernambuco, en el Noreste, donde en 1994 unos 60.000 niños trabajaban en la cosecha, señaló Gonzaga.
La intensa movilización de la sociedad se refleja en el Foro Nacional de la campaña, creado hace tres años y que rúene a las centrales sindicales y organizaciones no gubernamentales, judiciales e internacionales como el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
El Congreso Nacional, por su lado, estudia seis proyectos contra el trabajo infantil. Uno cierra una brecha en la Constitución, que permite a empresas contratar jóvenes de 12 a 14 años como aprendices. Otros aumentan el castigo al trabajo esclavo y prohiben incentivos fiscales a quienes explotan niños.
El gobierno invirtió 3.700 millones de dólares en programas para liberar a los niños de labores propias de adultos, según el Ministerio de Trabajo. El objetivo prioritario es transferirlos a la escuela.
Uno de esos programas ya concedió 33.600 becas de 45 dólares mensuales a famlias pobres que mantengan sus hijos en la escuela, en tres áreas críticas: la producción del sisal (una fibra vegetal) en Bahía, noreste de Brasil, de la caña de azúcar en Pernambuco y de carbón vegetal en el oeste.
Pero sólo la campaña, que es muy reciente y limitada en sus cifras, no explica la fuerte reducción del total de niños trabajadores, admitió Shizue Imanishi, oficial de proyectos de promoción de derechos de Unicef.
Factores económicos fueron decisivos en ese sentido. Es el caso de la decadencia de la producción de carbón vegetal en el oeste, que afectó especialmente a los pequeños productores que empleaban a familias enteras, incluyendo niños. Y también de calzados, cuyas exportaciones se redujeron fuertemente.
En la agricultura, el período 1995-1996 fu dramático porque los bajos precios internos e internacionales forzaron una reducción de costos y un aumento de productividad, provocando quiebras de pequeños productores y el despido masivo de trabajadores.
Los primeros despedidos, en general, son niños y mujeres, observó Imanishi.
Pero de todas formas la campaña brasileña tiene un enfoque correcto, al buscar que los niños abandonen el trabajo y vayan a la escuela, elogió la funcionaria de Unicef. "La educación es la solución", dijo.
Los resultados se reflejaron en un estudio conjunto de Unicef y el IBGE, también recién divulgado. Entre 1990 y 1995 el índice de niños de 10 a 14 años que frecuentaban la escuela aumentó de 84,2 a 89,8 por ciento en Brasil, con mayor crecimiento en estados más pobres, donde el trabajo infantil es más generalizado.
De todas formas, el problema sigue siendo grave. El mismo estudio apunta que los niños empiezan a trabajar mucho más temprano.
Unos 522.000 chicos de entre cinco y nueve años están sometidos al trabajo, en medio a los 2,7 millones de niños que no estudian porque tienen que trabajar. (FIN/IPS/mo/dg/if-pr/97