Australia sufre una fuerte sequía por las condiciones climáticas anormales del Niño, mientras el gobierno sostiene que no asumirá pérdidas económicas causadas por la reducción de emisiones de gases con efecto invernadero.
Australia es el mayor exportador mundial de carbón, uno de los combustibles fósiles cuya quema libera los gases que recalientan el planeta, aunque tiene una reputación de ser uno de los países más conscientes del cuidado del medio ambiente.
El país se encuentra en la posición de ser sujeto del cambio climático, empujado en una dirección por las llamadas realidades económicas y en la opuesta por la sabiduría ecológica.
Mientras más de 160 países se preparan para negociar el recalentamiento global en Kioto, Japón, entre el 1 y el 10 de diciembre, los críticos afirman que el gobierno de Australia está del lado de la industria.
El gobierno del primer minsitro John Howard se ha negado a responder sugerencias de metas vinculantes sobre la reducción de las emisiones, las cuales deberán ser fijadas por países industrializados en Kioto la semana próxima.
Howard se mantiene firme en esa posición, afirmando que 90.000 empleos estarían amenazados si Australia acuerda estabilizar sus emisiones, la mayoría provenientes de la industria y el consumo de energía, a los niveles de 1990.
Además de crear empleo, la industria del carbón australiana aporta casi 7.000 millones de dólares estadounidenses anuales en ingresos por exportaciones, un hecho que hace difícil que el gobierno acepte la reducción de las emisiones.
Recientemente, un informe del Departamento de Relaciones Exteriores presentó un informe según el cual "las inversiones planificadas y existentes por 8.600 millones de dólares podrían ser forzadas hacia otros países si Australia acuerda congelar las emisiones de gases antes del 2000".
Estas predicciones de pérdida de empleos e inversiones promueven temores en el electorado, especialmente cuando obtienen espacios destacados en los medios de comunicación.
Menos publicitado fue un análisis de la investigación que llevó a estas predicciones sobre pérdida de empleos. Otros economistas acusaron a estos modelos como erróneos.
Uno de estos economistas, Clive Hamilton, director ejecutivo del Instituto Australia dijo que "la visión del gobierno parece estar influenciada por intereses seccionales. Como resultado, Australia parece encaminarse a una humillación diplomática en Tokio".
Un grupo de más de 100 economistas también dijo que hay políticas disponibles que podrían permitir a Australia cortar las emisiones de gases invernadero sin dañar la economía.
Si Australia continúa en su curso actual, producirá en el 2010 emisiones de gases 18 por ciento por encima de los niveles de 1990. Esto va en contra de los actuales esfuerzos para que los países industrializados, que producen 75 por ciento de los gases invernadero, reduzcan sus emisiones.
Se han propuesto varias fórmulas de reducción. La Unión Eurppea hizo un llamado a una reducción de 15 por ciento por debajo de los niveles de 1990 en el 2010.
El Grupo de los 77 países en desarrollo quiere ajustar la propuesta de la UE, fijando metas por debajo de los niveles de 1990 y disminuyendo 7,5 por ciento aantes del 2005, 15 por ciento antes del 2010 y 30 por ciento antes del 2020.
Estados Unidos pretende metas sensiblemente menores, con un regreso a los niveles de emisiones de 1990 entre el 2008 y el 2012. Japón propone una reducción promedial de cinco por ciento de parte de los países industrializados.
Australia alega que los países individuales deben actuar siguiendo sus realidades internas. En este caso, la realidad tiene que ver con su gran dependencia de las exportaciones de carbón. Oficialmente, su política de cambio climático hace un llamado a la "honestidad y la igualdad" mediante "la diferenciación de las metas de emisiones".
El senador y ministro de Recursos y Energía, Warwick Parer, sostiene que Australia está tomando una "posición efectiva y creíble" sobre el cambio climático, ante la "retórica internacional aún no respaldadda por planes de acción alcanzables".
Pero los críticos sostienen que al subrayar, o inflar, el argumento económico, el gobierno australiano olvida los costos reales sobre el medio ambiente, los que en el largo plazo cobrarán su precio a la economía.
Por ejemplo, el cuerpo de ciencia e industria de Australia estimó que el impacto sobre el recalentamiento global producirá una caída de hasta 20 por ciento de las lluvias de invierno en el país durante el próximo siglo.
Esto afectará la producción agrícola, dicen los expertos. Los conservacionistas afirman que el cambio climático también altera el equilibrio de los ecosistemas.
En un intento de acallar críticas, el gobierno liberó hace poco un paquete de 128 millones de dólares para las medidas de reducción de gases.
El paquete tiene iniciativas positivas, "pero dejaría a Australia muy por detrás de la mejor práctica ambiental internacional", dijo Michael Krockenberger, director en funciones de la Fundación de Conservación Australiana. (FIN/IPS/tra-en/cc/js/lp/en-ip/97