CHILE: La "periodistés" bajo el látigo de la ironía

"El Joder y la Gloria", una novela que gana posiciones entre los libros más vendidos en Chile, es una implacable y a la vez irónica crítica a la "periodistés", ese afán de los medios de banalizar los temas y complicar el lenguaje.

Su autor, el escritor, periodista y profesor universitario Guillermo Blanco, es también miembro de la Academia Chilena de la Lengua, y su obra parece ser una catarsis ante la cotidiana agresión que sufre el idioma, sobre todo en la televisión.

El título, que parafrasea el de la novela de Graham Greene "El Poder y la Gloria", utiliza "joder" en la acepción latinoamericana de molestar o fastidiar y no en la del habla popular de España, donde el término significa fornicar.

Pero a veces, de las 230 páginas de la novela de Blanco parece desprenderse una intencionada ambigüedad, que incluso alcanza metafóricamente a su título, porque a fin de cuentas, los permanentemente "jodidos" son los telespectadores.

En la presentación se señala que la acción transcurre en un imaginario país, aunque obviamente la trama y el lenguaje están llenos de alusiones y metáforas sobre la política, la sociedad y la televisión chilenas, acomodables sin duda a otros países.

En esta imaginaria nación, los telespectadores "viven sometidos a un régimen de fútbol obligatorio a través de eternos 'tonticiarios' en los que, entre pelota y pelota, el debate político se abre hueco vía declaraciones que nadie escucha, en respuesta a declaraciones que después no recuerda nadie".

El canal en que transcurre la novela, también "imaginario", apuesta permanentemente al "rating" en sus noticiarios, en una carrera permanente con la competencia que va generalizando el modelo de los "tonticiarios".

La selección temática implica que las coberturas noticiosas darán prioridad al fútbol, al "ketchup" (hechos de sangre), al "muro de los lamentos" (tragedias y catástrofes) y sólo en un cuarto lugar a hechos políticos "polémicos", o sea, guerras de declaraciones.

La actualidad internacional está comprimida en escasos minutos con notas de pocos segundos, en que desde la selección hasta las imágenes y los textos se subordinan a claves y trucos cuyo fin último es acortar las noticias al máximo.

El editor internacional del canal se lamenta, por ejemplo, de tener que informar sobre la renuncia del secretario de Estado de Estados Unidos, porque los gentilicios "estadounidense" o "norteamericano" le quitan muchos segundos.

"Mejor que hubiera renunciado el canciller japonés, porque así le ponemos 'nipón' y listo", reflexiona el periodista.

El afán de los periodistas de manejar el lenguaje ya sea con criterio forzado de síntesis, por una parte, o para no complicar a los locutores o para hacer ostentación de abundante léxico, por otra, caen bajo la mordaz crítica de Blanco.

El canal hace una amplia cobertura, con enviado especial, sobre el estornudo del gran jugador nacional que juega en un equipo de Finlandia, pero la palabra Helsinski no se puede usar, porque todos, periodistas y conductores, la pronuncian mal.

De esta forma, una primera mención será de "la capital de Finlandia", y como no se puede caer en la "redundancia" de repetir palabras, será luego "la ciudad nórdica" o "la principal urbe finlandesa".

En el lenguaje de la "periodistés", las personas siempre "hacen su ingreso" a un lugar, nadie entra, así como los delincuentes "se dan a la fuga" en lugar de huir, y cuando son capturados "se autoinfieren una herida en el bajo vientre con un instrumento cortopunzante", en vez de darse un tajo en el estómago.

El ministro, llamado así al inicio del despacho televisivo, será luego "el secretario de estado", "el alto funcionario", "el encargado de la cartera de…", "el personero" y así hasta el infinito, según las veces que sea necesario aludir a él.

"En los medios no se entiende que si existen los diccionarios de sinónimos e ideas afines no es para practicar esta suerte de verborragia, sino precisamente para buscar la expresión más acertada", comentó el autor a IPS.

En la hilarante trama de "El Joder y la Gloria", el referente fundamental del sentido común atropellado por la "periodistés" es la Cabrita (muchacha), una estudiante de periodismo que llega a hacer su práctica al canal.

Es ella la que en las "tonterencias de prensa", aborda temas que para los medios y los periodistas "experimentados" están fuera de foco, como preguntarle a un ministro socialista si sigue creyendo en el socialismo.

Es la Cabrita la que rechaza máximas como que "la cultura no interesa" y reacciona con mordacidad ante la repetida lección de que "un perro muerda a un hombre no es noticia, pero sí que un hombre muerda a un perro".

"¿Y qué quieres? ¿Al Presidente de la República contando chistes? ¿Un ratón correteando a un gato? ¿Una guagua (bebé) que la cambie pañales a la niñera? ¿Un loro enseñándo a hablar a su solterona? ¿Un cura bailando salsa?", responde la joven a su jefe.

Este guarda silencio, aunque para sus adentros piensa que una nota de un loro pedagógico sería sensacional, con una secuencia en que éste sería identificado como "ave parlanchina", "pájaro locuaz", "hablante volador", "vocífero verde" y "charlatán emplumado". (FIN/IPS/ggr/ff/cr/97)

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