TIBET: Repatriados vuelven al trabajo

Este es el segundo verano que Sonam Dhargyal, de 22 años, trabaja como guía de turismo en Tibet. El joven recibió su educación en India y regresó en 1996 con su familia a Lhasa, la capital.

Desde que en 1959 China desarrolló la operación militar a la que denominó "liberación pacífica de Tibet", los refugiados tibetanos abandonan su país, siguiendo los pasos de su líder espiritual, el Dalai Lama, con rumbo a India, Nepal e incluso a Suiza y Estados Unidos.

Muchos tibetanos mayores que no podían o no querían dejar su patria enviaron a sus hijos a recibir educación en India, en especial en Dharamsala, donde reside el Dalai Lama y está instalado el gobierno tibetano en el exilio.

Como Sonam, la mayoría de los alumnos que asistieron a las escuelas denominadas Aldea de Niños Tibetanos recibieron apoyo financiero de contribuyentes del exterior.

Desde entonces, una generación de estudiantes maduró y egresó de las escuelas indias. Algunos optaron por volver con sus familias en Tibet. Estadísticas del gobierno, aunque incompletas, revelan que en los últimos años unos 30.000 tibetanos estuvieron en su país de visita y 2.000 se quedaron.

Como Sonam, muchos de los jóvenes guías de turismo que hablan un excelente inglés fueron educados en India y el gobierno chino intenta atraerlos de vuelta al país con promesas de empleo en el emergente sector turístico.

En Tibet, donde el idioma tibetano pierde terreno frente al chino, hay pocas oportunidades de aprender otras lenguas, por lo que los tibetanos educados en India se hallan en una posición privilegiada, sin contar los que fueron deportados por participar en manifestaciones contra el gobierno.

Otros tibetanos repatriados también trabajan en la industria turística. Algunos son propietarios de agencias de viaje y el Kyichu, hotel de éxito con 21 habitaciones, es administrado por un tibetano-nepalés, Lhundup Phintso.

Construido a semejanza de uno de los populares hoteles de Katmandú, en Nepal, las reservas del Kyichu están agotadas para todo septiembre y octubre, los últimos dos meses de la temporada alta.

Phintso no habla inglés con facilidad, pero sus hijos de 18 y 17 años, educados en India, trabajan en la empresa familiar.

La fábrica de alfombras de Khwachen quizá sea la empresa de mayor éxito de repatriados que vivieron en Nueva York.

A diferencia de la industria de la alfombra "tibetana" del vecino Nepal, iniciada por refugiados tibetanos y continuada por nepaleses, no hay casos de trabajo infantil en la fábrica de Khwachen, propiedad de dos hermanos.

La mano de obra infantil ha sido un punto de discordia para el público nepalés y legisladores europeos y estadounidenses, quienes resolvieron restricciones que paralizaron por un tiempo la industria de la alfombra.

"El menor de los trabajadores tiene 17 años. Llegan como aprendices y ganan entre 25 y 37 dólares al mes. Un maestro tejedor puede ganar hasta 100 dólares, mucho más de lo que pagan en Nepal", indicó la copropietaria Dolma Chuden.

"Ochenta por ciento de los trabajadores viven en el pueblo por lo que la fábrica tiene un espíritu comunitario", asegura Dolma mientras señala el abierto e iluminado recinto.

El espíritu comunitario es evidente. Los trabajadores en realidad parecen felices mientras trabajan. La "confección de alfombras es un trabajo de equipo. A menos que todos trabajen juntos, el resultado no tendrá éxito", explicó Dolma.

Las habitaciones están bien iluminadas, comparadas con algunas de las oscuras fábricas de Nepal o India, y muchos de los tejedores cantan mientras trabajan. Los encargados de cardar y limpiar las alfombras coquetean y juegan entre sí.

Además del tejido de alfombras, desarrollado por refugiados en Nepal luego de que la actividad desapareciera en la práctica, otros aspectos de la cultura tibetana tradicional renacieron luego de la época de terror de la "Revolución Cultural" en los años 70.

Entonces, la industria de Tibet era pequeña y el tejido tradicional fue desplazado por artículos chinos producidos en serie.

Luego de vivir en Katmandú y Nueva York (donde estudió arte y se convirtió en ciudadana de Estados Unidos), Dolma se desilusionó del materialismo occidental. "Quería volver a mi país y apoyar el arte tradicional de Tibet, que estaba desapareciendo", explicó.

Así lo hizo en 1986. Investigó diseños y métodos de tejido tradicionales y fundó la fábrica. "Esta alfombra es 100 por ciento tibetana, desde la lana de ovejas de tierras altas hasta las tintas vegetales naturales", dijo mientras señalaba el tejido que elaboraba un equipo de cinco trabajadores.

Sin embargo, Dolma admitió que utiliza tintas químicas importadas de Suiza en la mayoría de las alfombras, que se exportan a América del Norte, Europa y Japón.

"Luego de vivir en sociedades democráticas con libertad de empresa, nuestra mayor dificultad fue adaptarnos al sistema comunista chino y su forma de trabajar", señaló Dolma.

Pero Tibet, al igual que China, se está adaptando al sistema de mercado y libre empresa y la fábrica de alfombras de Khwachen abrió el camino para que otros tibetanos repatriados sigan su ejemplo. (FIN/IPS/tra-en/dh/an/aq-mj/pr ip cr/97

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