PANAMA: Indígenas esperan vivir de la sombra del cacao

La plantación de árboles de laurel está solucionando una crítica situación económica de los indígenas ngobe-buglé, de la provincia panameña de Bocas del Toro, que se niegan a abandonar sus cultivos de cacao a pesar de que dejaron de ser rentables.

El cacao es un cultivo que requiere sombra para dar fruto. Los ngobe-buglé están utilizando el laurel, una especie maderable, con ese fin, y esperan la llegada de los buenos tiempos cuando estos árboles estén listos para ser talados.

Ventura Abrego, de la comunidad La Gloria, piensa que están plantando árboles para que las generaciones venideras no vivan en un desierto.

En 1978, el gobierno panameño distribuyó varios millones de dólares, en forma de crédito, entre los indígenas para incentivar el cultivo de cacao, porque entonces el precio estaba a cuatro dólares el kilogramo.

Pero un año después cayó a 20 centavos de dólar por kilogramo y la monilia, un hongo que ataca el fruto, empezó a hacer estragos en las cosechas. Un total de 1.200 indígenas quedaron con cacaotales arruinados y una enorme deuda.

En 1988 se iniciaron en la región estudios agroforestales cuando el gobierno panameño, la agencia alemana de cooperación GTZ y el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), con sede en Costa Rica, se pusieron de acuerdo.

Edgar Kopsel, líder de GTZ-Catie, indicó que en ese momento la investigación buscaba saber cómo pueden ayudar los sistemas agroforestales en la agricultura, lo cual coincidió con el deseo del gobierno panameño de buscar alternativas para los indígenas.

Ellos no querían eliminar el cacao, un cultivo ancestral. Por eso era necesario encontrar una especie que diera sombra y a la vez fuera rentable, para sustituir la sombra inútil que usaban entonces.

El laurel fue esa especie y así quedó establecido en 1995. Los indígenas aceptaron la sugerencia de sustituir la sombra inútil por la nueva, que cosecha en 10 o 12 años.

José Rodríguez, del Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables (Inrenare), explicó que esto no ha sido fácil por varias razones, entre ellas las diferencias culturales y el analfabetismo que predomina en esa población.

Después de varios fracasos, se pusieron en práctica otras técnicas de capacitación, como por ejemplo, utilizar métodos audiovisuales en los que los indígenas se ven a sí mismos mostrando las técnicas que debe utilizarse.

Rodríguez explicó que de 470 agricultores que recibieron capacitación en una primera fase, 178 la pusieron en práctica en 25 comunidades indígenas, en un total de 233 hectáreas.

Ventura Abrego afirmó que, inicialmente, cuando se inició la crisis de precios del cacao, ellos pensaron en producir madera, pero no sabían como hacerlo.

Hasta ahora el proyecto se ha ocupado de proveer los tallos (estacas) para que los productores las siembren, pero el proyecto hará énfasis en una etapa próxima en cómo producir los propios recursos a través de la misma regeneración natural del árbol.

Paralelamente a la siembra de árboles de laurel, el proyecto ayudó a los agricultores para que pudieran certificar su cacao como producto orgánico y así obtener un mejor precio.

El kilogramo de cacao tiene actualmente un precio de 80 centavos de dólar, pero si está certificado se puede vender a 1,8 dólares.

El mejor precio no ha contribuido a mejorar significativamente la calidad de vida de los indígenas porque en el último tiempo ha bajado la producción, señaló Ventura Abrego.

En cuatro hectáreas de cacao, Ventura obtuvo 200 kilogramos en 1996, pero este año calcula que sólo logrará 100 kilogramos, que de mantenerse el precio le generarán sólo 180 dólares.

Con esos ingresos, los indígenas sobreviven porque producen sus alimentos que comen: maiz, arroz, tubérculos y pollos que crian las mujeres. De todos esos productos, sólo las aves tienen buena salida en el mercado.

"No tenemos mercado. Trabajamos, pero no vendemos nada de lo que producimos porque no hay quien lo compre", dijo a IPS Genaro Abrego, otro vecino de la localidad.

La falta de recursos paraliza muchas de las actividades de los indígenas. Los jóvenes podrían estudiar fuera de la localidad, pero no cuentan con dinero para el autobús.

Según un estudio realizado por varias instituciones panameñas, 75 por ciento de los habitantes de Bocas del Toro son indígenas. La región cuenta con escuelas, colegios y universidad, pero el analfabetismo es del 70 por ciento.

Las comunidades indígenas muestran las tasas más altas de desnutrición y de enfermedades infectocontagiosas, principalmente la tuberculosis. En el distrito de Changuinola, la mortalidad infantil es de casi 50 por cada mil nacidos vivos.

Sin embargo, para los habitantes de La Gloria, los problemas más graves son los de vivienda y carreteras, porque las siembras y las plantaciones de árboles están muy lejos de la carretera principal.

Además, la provincia de Bocas del Toro se encuentra prácticamente aislada del resto del país, lo que supone un serio problema para la población en general, que difícilmente puede llevar su producción al resto del país.

Según los cálculos económicos hechos por los expertos del proyecto GTZ-CATIE-INRENARE, al cabo de 12 años cada árbol plantado tendrá un precio de 100 dólares y un total de 20.000 dólares por hectárea.

Los Abrego no dudan de las cifras, pero temen que la falta de carretera les impida disfrutar de su fortuna. (FIN/IPS/mso/ag/pr- if/97

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