La primera visita a Medio Oriente de la secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Madeleine Albright, comenzará este martes en un ambiente nada prometedor, a pesar del continuo esfuerzo de la funcionaria por lograr un cambio positivo.
Israel se encuentra embretado por retrocesos en dos distintos frentes de enfrentamiento, los dos de naturaleza tanto militar como política.
El ejército israelí sufrió este viernes su peor derrota desde que ocupó en 1985 la denominada "zona de seguridad" en territorio de Líbano. Al menos 11 soldados murieron, cuatro resultaron heridos y otro desaparecido en un ataque comando fallido en una playa al sur de la ciudad libanesa de Sidón.
El jueves, tres militantes palestinos suicidas mataron a siete personas y causaron heridas a 190 en un ataque en Jerusalén atribuido a la organización radical islámica Hamas.
"El estado de Israel combate en dos frentes, en una lucha amarga y difícil contra terroristas cuyo principal intención es destruirlo y asesinar a sus ciudadanos", dijo este viernes el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.
El atentado en Jerusalén y la derrota de Israel en Líbano enterró las ya escasas esperanzas de que Albright reanimara las moribundas conversaciones de paz referidas a ambos frentes.
Siria otorga su prioridad a Líbano. El proceso de paz sirio- israelí fue congelado de forma unilateral en 1996 por el entonces primer ministro Shimon Peres. Mientras tanto, el proceso de paz palestino-israelí está congelado por lo que Albright denomina una "crisis de confianza" entre los dos bandos en pugna.
Israelí dijo que sus tropas no evacuarán este domingo las áreas de Cisjordania aún bajo su control y reivindicadas por los palestinos, como había prometido, pues la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que preside Yasser Arafat no logró abatir a los militantes islámicos en su territorio.
La situación está muy lejana del optimismo que reinaba hace cuatro años, el 13 de septiembre de 1993, cuando, flanqueados por el presidente estadounidense Bill Clinton, Arafat y el entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin estrecharon sus manos en la Casa Blanca tras la firma del primer acuerdo de Oslo.
Mientras los arquitectos israelíes del acuerdo, Rabin y su sucesor Shimon Peres, estuvieron en el poder, el proceso de paz avanzó. Estados Unidos, satisfecho por haber dado un empujón, dejó a Egipto la función de control externo de cumplimiento del pacto.
El asesinato de Rabin en noviembre de 1995 por un extremista judío y la derrota de Peres a manos de Netanyahu en las elecciones seis meses después dieron vuelta la situación.
Netanyahu mostró escaso interés en lograr que Egipto o Jordania le ayudaran a allanar sus diferencias con Arafat, lo que dejó pronto en evidencia que solo Estados Unidos podría convertirse en un mediador activo.
Pero el enviado especial de Washington, Dennis Ross, quien medió en la renegociación del protocolo de Hebrón a fines de 1996 y principios de 1997, se dedicó en particular a presionar a Arafat para que aceptara una renegociación de los acuerdos de Oslo (1993 y 1995).
Al revés que Peres y Rabin, Netanyahu demostró falta de buena voluntad en su relación con Arafat. Después del atentado en Jerusalén el 30 de julio, el gobernante aseguró que los autores procedían de áreas bajo control de la ANP, algo que aún no está comprobado.
Netanyahu rechazó una llamada de condolencias de Arafat y le exhortó en público a hacer una "guerra" contra los islámicos, representados por Hamas y la organización Jihad Islámica. El Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos reflejó en sus declaraciones la posición de Israel.
En las horas que se sucedieron desde el atentado del jueves, Albright y Clinton dejaron claro que el objetivo de la visita no es la restauración de las negociaciones de paz para acabar con la violencia, sino asegurarse de que Arafat derrote a los militantes islámicos, de ser necesario, por la fuerza.
"No podemos dejar abandonarnos al terror, y es con esa mentalidad que viajaré a Medio Oriente", dijo Albright en Praga el jueves.
Pero Arafat no se mostrará, al parecer, dispuesto a enfrentar en una guerra a Hamas a iniciativa de Israel, una medida drástica y peligrosa en cuanto a la política interna palestina y, además, cuando las relaciones con Netanyahu están en su punto más bajo.
Durante un año, entre marzo de 1996 hasta marzo de 1997, ninguna bomba terrorista explotó en Israel. La decisión de Netanyahu de abrir un túnel en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén provocó entonces una pequeña "intifada" (ataques con piedras) de palestinos contra tropas israelíes.
El primer ministro de Israel alteró las disposiciones del segundo acuerdo de Oslo y los referidos a Hebrón en detrimento de los palestinos, y se arrogó el derecho de decidir de forma unilateral las áreas de Cisjordania de las que sus tropas se retirarían para dejar bajo el control de la ANP.
Además, dio el visto bueno a la construcción de un complejo de viviendas exclusivo para judíos, Har Homá, en la zona de Jabal Abu Ghneim, al sur de Jerusalén oriental, reivindicada por los palestinos.
En el frente sirio, Netanyahu ha manifestado su negativa a retirar las tropas de los altos del Golán. El 28 de julio, el parlamento de Israel (Kneset) consideró una iniciativa del gobierno que le impone una mayoría de dos tercios para cualquier cambio en esa zona ocupada.
Ese resultado es casi imposible, y, por lo tanto, impide la reanudación de conversaciones de paz entre Israel y Damasco y, por extensión, con Beirut.
También han cambiado las reglas del conflicto en la zona ocupada de Líbano, antes limitada a la acción del proisraelí Ejército del Sur y los militantes islámicos de Hezbollah. Esta vez, en la batalla intervinieron tropas israelíes y libanesas.
Los choques registrados en esa área en abril de 1996 cobraron 200 vidas, la mayoría civiles libaneses.
Las negociaciones de Israel con Líbano y Siria, durante los gobiernos de Rabin y Peres, se basaron en el principio de retiro total de las tropas israelíes del sur libanés y los altos de Golán a cambio de paz.
El cambio en las tácticas israelíes no permite a Netanyahu garantizar la seguridad a los civiles israelíes. Pero, mientras exige a Arafat y al presidente sirio Hafez al Assad que hagan ese trabajo por él, deja en evidencia que no los recompensaría por eso.
Albright no parece dispuesta a presionar a Netanyahu para que el proceso de paz vuelva al lugar donde él lo abandonó, pues teme que adopte una línea aun más dura. Pero no tiene estrategia alguna que ofrecer a cambio, lo que no deja espacio para la esperanza en su visita. (FIN/IPS/tra-en/mom/rj/mj/ip/97