Los dos tiros secos, fulminantes de Alvaro Recoba, un uruguayo de 21 años, salvaron la tarde del domingo al Inter y a casi la mitad de los milaneses en la primera fecha del campeonato italiano de fútbol.
En otra cancha, el argentino Abel Balbo consolidaba con dos goles la victoria de la Roma sobre Empoli, mientras una acrobacia del también argentino Gabriel Batistuta en la puerta del área daba la victoria a Florentina sobre Bari.
El fútbol italiano seria inconcebible sin los 75 jugadores procedentes de América Latina, Africa y Europa oriental que pueblan todos los equipos y llenan los titulares de los diarios.
Pero tampoco sería concebible la vida sin los braceros africanos y de Europa oriental que recogen tomates y berenjenas en el sur, cuidan ganado en las praderas del norte, o aquellos que cocinan en restaurantes, limpian apartamentos y atienden gasolineras de toda Italia.
Por su origen social, Ronaldo, el prodigio brasileño de 20 años, podría perfectamente haber sido un bracero clandestino que deposita sus esperanzas cada madrugada sobre la plaza oscura donde puede llegar, o no, una jornada de trabajo mal pagada.
Pero Ronaldo, un mulato de las barriadas de Rio de Janeiro, es el jugador más aplaudido y caro del mundo, mientras los braceros y sus pares son objeto de múltiples estudios y debates acerca del mejor medio de devolverlos cuanto antes al lugar de miseria del que escaparon.
El futuro inmediato de diez mil prófugos albaneses ha provocado enfrentamientos políticos comparables al debate sobre el sistema de garantías sociales del Estado, así como una compleja negociación entre los gobiernos de Roma y Tirana.
En un editorial -después explicado como una "provocación" para el debate-, el matutino izquierdista L'Unita propuso que Italia se quede con los albaneses, probando con cifras que un país de casi 60 millones de habitantes los puede absorber tranquilamente.
Porque los diez mil albaneses debían retornar a Albania a fin de agosto, y no tienen la menor intención de hacerlo.
Tampoco las nuevas autoridades albanesas tienen cómo recibirlos, y rechazaron tajantemente la sugerencia, lanzada como al pasar, de abrir allá campamentos especiales financiados por Italia.
Los albaneses -pobres, mal vestidos, toscos- no son populares en Italia, como no lo son los africanos y árabes, con sus ropas, costumbres, comida e idiomas exóticos.
Leyendo al vuelo la prensa italiana, pareciera que las violaciones, robos y engaños son monopolio de los "extracomunitarios", o sea los extranjeros procedentes de fuera de la Unión Europea.
A veces, como este verano que termina, los periódicos abren una serie de páginas con un cintillo común "emergencia de los extranjeros", un miedo que vende.
Los jugadores extracomunitarios del fútbol italiano son 71, de ellos 38 latinoamericanos, 17 de Europa orientales, 15 africanos y un australiano, en tanto que los comunitarios (con pasaporte de Europa occidental) son 36. En total, son 107 extranjeros en las canchas.
La proporción de extranjeros en el fútbol es de 25 por ciento (son 400 jugadores en la serie A), en tanto que en todo el país es de 1,7 por ciento, y nadie habla de emergencia en el fútbol, sino – más bien- de reducir las limitaciones existentes al número de jugadores no italianos en el campo de juego.
Y es que, salvo las excepciones que conforman el equipo nacional italiano, son los Maradona, Ronaldo, Batistuta, Balbo, Zamorano, Bokcic o Djorkaeff los principales depositarios de las esperanzas de ganar.
La prueba está en las listas de goles, cada fin de semana.
Entre 1986 y 1990, Diego Maradona y Careca sacaron al Napoli de sus oscuros puestos tradicionales al medio de la tabla, al que volvió inmediatamente cuando los sudamericanos se fueron.
Como en todos los campeonatos, el fútbol italiano es dominado por un puñado de clubes poderosos como Milan e Inter (Milán), Juventus (Turín) Roma y Lazio (Roma), Fiorentina (Florencia) y Sampdoria (Génova).
Estos equipos son poderosos porque pueden comprar los mejores jugadores -brasileños, argentinos y uruguayos- y ahora también los ahora descubiertos prodigios de Africa occidental: Nigeria, Ghana, Liberia.
La frase "no es lo mismo" refleja un sentir difundido. No, no es lo mismo un jugador rutilante que un bracero sucio, pero podría serlo.
La crónica jamás registra el horror cotidiano de la miseria, ni las muertes que provoca, tan distintas de la trágica suerte de Diana Spencer, princesa de Gales.
La semana pasada, por ejemplo, se suicidó calladamente, como vivía, el mensajero de una agencia de noticias en la India, al sentir que ya no podía mantener a sus tres hijos, ni pagar las deudas que contrajo para pagar una choza clandestina, sin agua y sin luz.
El gobierno centroizquierdista italiano quiere ahora sentar, con Albania, "el ejemplo de una reconstrucción a través de la cooperación para el desarrollo basada en la ayuda, no en limosnas", explicó la ministra de la Solidaridad social, Livia Turco.
Hasta entonces, la crónica seguira registrando las fragiles embarcaciones que llegan de noche y son capturadas, los naufragios y las deportaciones periódicas de inmigrantes pobres, así como los goles maravillosos de Ronaldo y Batistuta. (FIN/IPS/ak/mj/pr/97