TAILANDIA: Los buenos tiempos y la ostentación llegaron a su fin

Los comercios de Bangkok anuncian rebajas de precios de entre 30 y 70 por ciento con grandes carteles y anuncios en la prensa, pero las multitudes no aparecen, mientras Tailandia sufre su peor crisis económica en décadas.

Los comerciantes se toman su tiempo antes de decidir una pequeña compra y pergeñan una promoción tras otra para obtener clientes. Una gasolinera, por ejemplo, obsequia huevos a quien compre más de 10 dólares de combustible.

Los autos de lujo, desde Audis a Mercedes Benz, aún se ven en las atestadas calles de Bangkok, pero las ventas en el mercado automotor más grande del sudeste de Asia cayeron por primera vez desde su liberalización en 1992.

Las plantas de montaje de vehículos recortaron las metas de producción para 1997 y funcionarios de la industria estiman que las ventas caerán este año muy por debajo de las 460.000 unidades, cuando en 1996 salieron 589.000 a la calle.

En los dos meses anteriores a la abrupta caída del baht, la moneda tailandesa, el 2 de julio, consumidores acostumbrados al lujo y los ornamentos de nuevo rico comenzaron a moderar su tren de vida.

Y funcionarios del gobierno pronostican que los problemas económicos persistirán dos o tres años más, en una hipótesis optimista.

En la cima de un milagro económico que se tradujo en un crecimiento del producto interno bruto de más de ocho por ciento al año desde 1986, muchos tailandeses se habían convertido en grandes consumidores adictos a automóviles de lujo, teléfonos celulares y viviendas caras.

Con los años, el consumismo echó fuertes raíces en la sociedad tailandesa en medio de un auge económico que parecía no tener fin. Una nutrida elite comenzó a copiar extravagantes estilos de vida y despliegues de riqueza del mundo industrializado.

Antes de que comenzara la caída el año pasado, al principio gradual, algunos de los tailandeses más ricos bañaban en oro la parte frontal de sus automóviles. El culto por la imagen llegó a tal punto que algunos estudiantes alquilaban ropa de marca para asistir al colegio.

Se decía que ciertos políticos obsequiaban a sus allegados botellas de vino de 10.000 dólares. Y no era poco común que empresarios compraran automóviles con tarjeta de crédito.

Pero la caída se agravó en cuestión de meses y arrastró con ella la esperanza de que Tailandia se uniera a las economías de rápido crecimiento del sudeste asiático, los "tigres" como Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwan.

"Ahora no sé si seremos un tigre o un gato", se lamentó el ex primer ministro y empresario Anand Panyarachun, el hombre convocado por la corona para restaurar la estabilidad tras una seguidilla de golpes militares.

"Lo que la ciudadanía sufrió es el triste cuento de un robusto y rugiente tigre convertido en un perro vagabundo alimentado por los piadosos peatones que pasan frente a él", escribió el analista Sopon Onkgara para su columna en el diario Nation.

Onkgara aludía así al crédito de 16.000 millones de dólares concedido a Tailandia por el Fondo Monetario Internacional y gobiernos asiáticos temerosos de una debacle regional. La caída del baht afectó, también, a las monedas de los vecinos.

La crisis provocó la suba de los precios y obligó al gobierno a elevar el impuesto al valor agregado, y los tailandeses dividen la historia del país en antes y después "del estallido de la burbuja".

"Yo fui uno de los que creía que esto jamás ocurriría, pero la economía fue en los últimos cuatro o cinco años como una pompa de jabón", dijo Anand, en una alegoría que refleja la sorpresa de muchos tailandeses ante la crisis.

La caída se atribuye a préstamos excesivos e irresponsables concedidos por instituciones financieras y firmas de valores que generaron una cuantiosa "deuda mala" que debió ser licuada con masivas transfusiones de dinero público.

Algunos expertos creen que la crisis refleja la codicia de las firmas financieras que se deslizaron en la cresta de la ola del auge inmobiliario, pero también a la indisciplina fiscal del gobierno, que autorizó grandes proyectos de infraestructura con escasa amortiguación monetaria.

La economía tailandesa se basó, en palabras de un economista que reclamó reserva sobre su identidad, en "la codicia, la especulación y el consumismo" y en el principio del "compre ahora y pague después".

Tailandia, un país que nunca fue colonizado, tiene por eso menos defensas mentales respecto de lo extranjero, al contrario que sus vecinos, opinó el experto. Eso pudo haber aceitado la propensión a copiar sin remordimiento estilos de vida del mundo exterior.

"Al final, esto tal vez sea algo bueno, porque podríamos volver a la normalidad, a la sencillez, a los tiempos en que éramos seres humanos y no meras unidades económicas que consumen bienes", observó el escritor y filósofo Phochana Chandrasanti.

El desempleo aumenta y los expertos prevén crecimiento nulo o negativo para 1997, a pesar de que el gobierno pronostica un aumento de entre tres y cuatro por ciento del producto interno bruto.

El índice de confianza de los consumidores medido por la firma MasterCard International cayó de 70 en diciembre de 1996 a 25,3 en junio, aun antes de la crisis monetaria. Y las ventas descendieron 20 por ciento desde la devaluación del baht, según estimaciones extraoficiales.

Las empresas, ahora sin acceso al crédito, comenzaron a despedir empleados y negociar recortes salariales o de horarios de trabajo. Las que están en mayor riesgo son las pequeñas, pero las grandes compañías no son inmunes. Tres diarios de Bangkok cerraron en los últimos meses.

La reacción afecta en particular a los eslabones más débiles de la cadena, las familias y los trabajadores.

El Departamento de Salud Mental del gobierno iniciará una operación combinada, encuesta y campaña de bien público a la vez. Sus funcionarios llamarán a 1.000 personas por semana para preguntarles cómo se las arreglan y, en caso de que sea necesario, brindarles asistencia. (FIN/IPS/tra-en/js/mj/if/97

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