El gobierno de Estados Unidos se apresura a influir en la etapa final de la guerra civil que ya lleva ocho meses en Zaire, cuando los rebeldes se encuentran apenas a 50 kilómetros de Kinshasa, la capital.
La administración de Bill Clintono ordenó a los ciudadanos estadounidenses que se retiren del país centroafricano y aún confía en contribuir a una solución pacífica del conflicto.
Este proceso consistiría en que el dictador de Zaire, Mobutu Sese Seko, el aliado africano más estrecho de Washington durante la guerra fría, acceda a la instalación de una autoridad de transición que pueda luego abrir las puertas de la capital al líder de los rebeldes, Laurent-Desiré Kabila.
Los funcionarios pretenden un proceso "ordenado", pero sus esperanzas parecen desvanecerse. La rebelde Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación de Congo-Zaire (AFDL) no tiene buenas razones para adoptar un plan cuyo único resultado sería postergar su entrada a Kinshasa.
El rechazo de Kabila a las conversaciones patrocinadas por Estados Unidos y Sudáfrica con Mobutu este viernes es la última señal del papel irrelevante de Washington en el destino de una de las naciones más grandes y ricas de Africa.
"No tenemos influencia. El control fundamental está en manos de los africanos. Por primera vez desde el fin del colonialismo, los de afuera quedaron por completo al margen de un conflicto en este continente", dijo un funcionario del Departamento de Estado (cancillería).
Esto contradice la percepción general de Estados Unidos como última superpotencia mundial, en particular luego de casi 40 años de intervenciones en Africa que comenzaron, en efecto, en Congo Belga, nombre con el que se conocía a Zaire antes y poco después de su independencia.
Una panorámica de lo que sucede ahora también contradice persistentes afirmaciones, en especial de la prensa francesa, según las cuales Estados Unidos manipuló los acontecimientos en los países que respaldan a Kabila, como Uganda, Ruanda y Angola.
De ese modo, de acuerdo con esta óptica, Washington pretendió ampliar su influencia sobre los países francófonos de Africa en detrimento de París.
Estas versiones afloraron en octubre, cuando estalló una guerra de palabras entre el Departamento de Estado y el gobierno de Francia durante la primera visita del entonces secretario de Estado estadounidense, Warren Christopher, a Africa.
En esa ocasión, Christopher exigió a París que deje de tratar al continente como su "dominio privado".
La concepción de Zaire como campo de batalla entre franceses y anglosajones también se fortaleció cuando se difundieron confusos informes de los funcionarios militares estadounidenses que trabajaban con el ejército de Ruanda en las primeras etapas del ataque rebelde.
Hubo también otros informes tan poco fundamentados como ésos sobre un presunto asesoramiento estadounidense a Kabila y organizaciones de refugiados en Zaire que actuaban de forma encubierta para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con el fin de favorecer a la AFDL.
Las Fuerzas Especiales entrenaron a militares ruandeses en el marco de un modesto programa de asistencia, a partir de lo cual los analistas en Washington son casi unánimes en desacreditar la versión francesa.
"El comportamiento de Estados Unidos fue reactivo, del principio al fin", dijo un funcionario de inteligencia.
"El argumento más convincente contra la versión francesa del papel de Estados Unidos es su total incompetencia en el manejo de la crisis. Washington no tiene una política sobre Zaire desde, al menos, 1993", dijo Peter Rosenblum, director del Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Harvard.
Los analistas tratan de desentrañar la pasividad del gobierno de Clinton ante la guerra en Zaire cuando quedó claro que Ruanda no toleraría que el antiguo ejército ruandés dominado por radicales de la etnia hutu se reconstruyera en los campos de refugiados del otro lado de la frontera.
La incoherencia estadounidense quedó en evidencia tras los ataques contra los campos de refugiados efectuados en octubre por tutsis nativos de Zaire, denominados banyamulenge, con respaldo de Ruanda.
El influyente diario The Wall Street Journal recordó hace poco que, al principio, el embajador de Estados Unidos en Ruanda negó que el ejército de ese país africano participara de alguna manera en los ataques.
Al mismo tiempo, el embajador de Estados Unidos en Zaire, Dan Simpson, reprodujo los discursos pronunciados en París en cuanto a que se trataba, en realidad, de una "invasión" de Ruanda y Uganda.
La confusión se atribuyó a diferencias entre diplomáticos "veteranos" de la guerra fría, como Simpson, que aún veían en Mobutu la barrera de contención contra el comunismo en Africa, y los de una nueva generación que solo percibe en el dictador perjuicios a los intereses de Estados Unidos.
En realidad, este debate se desarrollaba a tan bajo nivel que no tuvo ninguna influencia.
"Nadie que tenga una participación decisiva en el gobierno prestó atención a lo que sucedía en Zaire, en especial luego que los campos de refugiados fueron desalojados y comenzó el retorno a Ruanda", dijo un alto funcionario.
La AFDL continuaba su avance hacia el oeste, pero los voceros del Departamento de Estado pregonaban el mismo parlamento que en los dos años anteriores, es decir que Mobutu todavía tenía un papel importante que cumplir en cualquier transición y que se debería convocar elecciones.
Tras la captura de Kisangani, la tercera ciudad del país, por parte de los rebeldes, algunos funcionarios y muchos expertos independientes sostuvieron que Washington debería presionar a Mobutu para que renunciara de inmediato y abandonara el país.
También reclamaban que se obligara a Kabila a trabajar en colaboración con la oposición desarmada y la sociedad civil para crear un gobierno de transición.
Sin embargo, estas ideas no fueron tomadas en serio por los funcionarios que pudieran hacer algo al respecto, y, por esta causa, Kabila tendrá pocos alicientes para comprometerse con la oposición una vez que capture Kinshasa, según Rosenblum.
Los funcionarios admiten que subestimaron la agilidad política de Kabila y la capacidad militar de sus fuerzas.
Al principio, pensaron que era apenas un simple monigote del vicepresidente y ministro de Defensa de Ruanda, Paul Kagame, y que su única meta era dominar un área de "amortiguación" en la frontera para evitar que hutus de línea dura continuaran atacando territorio ruandés.
Cuando la contraofensiva de Mobutu, que contó con ayuda de Francia, se desinfló sin pena ni gloria en enero, Kabila obtuvo la adhesión del presidente de Uganda, Yoweri Museveni (quien se dio cuenta de que los días del dictador estaban contados) y la de Angola.
"Nosotros creíamos que Kabila se vería obligado a frenar su ofensiva y que sus respaldos extranjeros, en especial Museveni y Kagame, y su necesidad de consolidar sus conquistas lo obligarían a negociar. Estuvimos todo el tiempo equivocados", admitió un alto funcionario. (FIN/IPS/tra-en/jl/yjc/mj/ip/97